Salamanca y el gran trasiego del mundo

| ROBERTO L. BLANCO VALDÉS |

OPINIÓN

25 dic 2004 . Actualizado a las 06:00 h.

«DEVUÉLVEME el rosario de mi madre, y quédate con todos lo demás», cantaba María Dolores Pradera. Ahora podría cantarlo Maragall: devuélveme el archivo de mi tierra y quédate con todo lo demás. Pero, claro, no sólo Maragall: devolvednos la dama de Elche -o los toros de Guisando, o la Dama de Baza, o las coronas votivas de Guarrazar- y quedaos con todo lo demás, podrían entonar también desde las cuatro esquinas del país los herederos de las víctimas de otros tantos expolios perpetrados hace siglos. Y eso, por comenzar nada más que por aquí y por los orígenes. Pues, ¿se imaginan establecer un principio de devolución universal? Los españoles retornando a Hispanoamérica miles de restos arqueológicos, y éstos restituyéndolos, a su vez, a los pueblos prehispánicos; los franceses llevando a Egipto lo que robó Napoleón, empezando por la Piedra de Rosetta, que habrían de solicitar previamente a los ingleses, quienes hoy la conservan en el Museo Británico como la niña de sus ojos; los ingleses reintegrando lo mucho que se llevaron de la India; y todos devolviendo a Grecia los miles de piezas repartidas por la mayoría de los museos del planeta. También los italianos, por supuesto, que deberían restituir a los norteafricanos, entre otras cosas, las columnas de mármol rosa, verde y amarillo con que los calabreses construyeron la maravillosa iglesia de Gerace. Sería fantástico: el mundo entero convertido en un inmenso camión de mudanzas y todos sus habitantes dedicados a una única labor: el trasiego de objetos de un lado para otro con el único objetivo de dar marchar atrás a la moviola a la historia, actuando así como «si no hubiesen pasado jamás tales actos, y se quitasen del medio del tiempo», por utilizar las palabras de Fernando VII en uno de sus más ominosos y célebres decretos: el que pretendía borrar de la faz de la tierra lo sucedido en España entre 1810 y 1814. Lo acontecido casi un siglo y medio después, entre 1936 y 1939, fue tan sobrecogedor y tan injusto que no es difícil comprender el sentimiento de restitución de la memoria que determina la petición catalana de que le sean devueltos los fondos de le Generalitat conservados en el archivo de la Guerra Civil de Salamanca. Pero no deberían ser esos sentimientos el principal elemento a tener en cuenta a la hora de tomar la oportuna decisión. Y ello por una sencillima razón: porque, como en éste, tales sentimientos son en la mayoría de los casos fruto de una burda manipulación de las emociones colectivas. Sólo así puede entenderse que miles de personas hayan a salido a la calle en Cataluña y en Castilla por la apasionante cuestión de donde deben guardarse unos papeles.