Ni ángeles ni demonios

| JOSÉ RAMÓN AMOR PAN |

OPINIÓN

22 dic 2004 . Actualizado a las 06:00 h.

LLEVO DESDE 1991 reflexionando sobre discapacidad intelectual y bioética. Mi tesis doctoral examinó la sexualidad de este colectivo (está publicada por la Universidad Pontificia Comillas y, sorprendentemente, a punto de agotarse la segunda edición). Las personas con discapacidad intelectual no son seres asexuados, eternos niños, como tampoco son demonios con una sexualidad exacerbada y descontrolada. Tienen una afectividad y sexualidad tan normal como la del resto de la gente, sólo que necesitan más que nosotros el apoyo de una buena educación sexual, algo que habitualmente no se les proporciona (se actúa en este terreno como bomberos, sólo para apagar situaciones problemáticas, y luego nos rasgamos las vestiduras). Somos todos cómplices de esa obstinada prohibición de acceder al mundo de los adultos: pudiendo convertirse en hombres y mujeres, permanecen retenidos en una infancia sin fin. La afirmación de que el ser humano es un ser sexuado parece hoy casi trivial en nuestra sociedad; no así para las personas con discapacidad intelectual. La integración y normalización queda generalmente estancada cuando hablamos de sexo. El paternalismo de su entorno y una comprensión sesgada y mezquina del hecho sexual lo explican. Sólo el que haya descubierto el valor de la persona con discapacidad intelectual y el valor de la vida sexual del ser humano sabrá deducir después las consecuencias lógicas y las soluciones más adecuadas. No discuto que esto planteará problemas de orden práctico, porque la vida no se asienta en bellas columnas perfectamente alineadas como las cifras del contable, ni se desmonta tan fácilmente como el conjunto de las piezas de un motor. Se dan puntos de referencia, certezas, algunas líneas maestras, pero se impone también la necesidad de abordar a cada individuo sin ideas preconcebidas y conocer su nivel propio de desarrollo, sus posibilidades, sus limitaciones. La familia juega un papel fundamental. Hay que evitar la tentación de aprovechar una posición de dominio para imponer al discapacitado condiciones de vida demasiado restrictivas, que vulneran su dignidad y que ninguno de nosotros estaría dispuesto a tolerar si fuese el afectado por ellas. El discapacitado intelectual tiene derecho a tener su propia vida. Amar y ser amado. Por ello, felicito a la ONCE por la magnífica campaña publicitaria televisiva que está desarrollando estos días.