El ejemplo de «The New York Times»

| ARANTZA ARÓSTEGUI |

OPINIÓN

05 jun 2004 . Actualizado a las 07:00 h.

LA PRENSA de Estados Unidos consiguió su brillante reputación con el escándalo del Watergate. La investigación realizada por los periodistas Carl Bernstein y Bob Woodward, de The Washington Post , acabó con la presidencia de Richard Nixon. En los últimos tiempos, una serie de acontecimientos han dado al traste con ese periodismo de calidad -y no sólo en Estados Unidos-. Pero el ejemplo dado por The New York Times la semana pasada hace recuperar la credibilidad perdida. El 2003 fue un annus horribilis para destacados medios de comunicación del mundo anglosajón. The New York Times , que pasa por ser el periódico más influyente y de mayor prestigio del mundo, atravesó una seria crisis al conocerse que los reportajes del periodista Rick Bragg premiados con el Pulitzer no eran suyos sino que habían sido robados sin ningún miramiento a un colaborador del diario. Bragg tuvo que devolver el galardón, como también lo hizo en su día Janet Cooke, de The Washington Post , por inventarse un reportaje sobre un niño heroinómano. Cuando aún no se había apagado el eco del escándalo Bragg, el diario neoyorquino se vio sacudido por un nuevo terremoto. Jayson Blair, uno de sus periodistas estrella, había plagiado e inventado historias para sus reportajes e incluso había simulado enviar desde el extranjero trabajos que realizaba en su domicilio. Tras descubrirse ambos casos, el director Howell Raines y el director adjunto Gerald Boyd cesaron en sus cargos. La guerra contra Irak Pero, como no hay dos sin tres, a los pocos días, una investigación interna del periódico puso en evidencia un nuevo fraude a los lectores. Las informaciones de Judith Miller, una brillante periodista experta en política internacional, enviadas desde la corresponsalía de Bagdad, y de Michael R. Gordon, corresponsal de defensa, fichado para la cobertura de la invasión, sobre las supuestas armas de destrucción masiva, estaban manipuladas desde el Pentágono. De esta forma, el rotativo se convirtió en otro daño colateral de la guerra contra Irak. Los tres casos provocaron una auténtica conmoción en el diario de los Sulzberger, que vio su credibilidad -su más preciado tesoro- puesta en entredicho. Siguiendo las recomendaciones del Informe Siegel, resultado de la investigación de un grupo de trabajo sobre los procedimientos del periódico tras el escándalo Blair, se procedió a crear la figura del Editor del Público: el primer defensor del lector que tenía el diario. Dada la gravedad de los casos objeto de investigación, se decidió que este ombudsman fuese alguien ajeno a la redacción. La elección finalmente recayó en Daniel Okrent, un profesional de prestigio e independiente, contratado por 18 meses. Hace unos días, el 26 de mayo, The New York Times realizó una descarnada autocrítica en un extenso artículo dirigido a sus lectores «como una explicación y no como una disculpa». En un alarde de transparencia sin parangón, la Vieja Dama Gris reconoció que su cobertura informativa sobre los prolegómenos de la guerra contra Irak y el supuesto arsenal de armas de destrucción masiva -el principal argumento utilizado por Bush y sus adláteres para la intervención militar en dicho país- se apoyaron en fuentes de dudosa credibilidad. Este mea culpa resulta más llamativo al tratarse del periódico norteamericano más crítico con la política de Bush y la guerra de Irak. Admite el Times que sus informaciones no fueron debidamente contrastadas y que sus corresponsales dieron por buenas afirmaciones que no habían sido verificadas de forma independiente. El periódico cita entre sus principales informantes al líder chií Ahmed Chalabi. Este miembro del Consejo de Gobierno provisional iraquí, que fue el candidato favorito de Estados Unidos para encabezarlo ha caído en desgracia hace escasas fechas por ser sospechoso de facilitar datos falsos a Estados Unidos y filtrar información confidencial a Irán. Propaganda Además de estas fuentes no contrastadas, los periodistas del rotativo neoyorquino utilizaron otras viciadas en origen, basadas en la información interesada facilitada por el Pentágono. Más que información era propaganda, como puso en evidencia la investigación. En la misma línea de transparencia, el pasado domingo, el defensor del lector, Daniel Okrent, abundó en el mea culpa de los editores del diario. Fue igualmente crítico con la información sobre Irak dada en los meses que precedieron a la guerra, que calificó de «parcial» y en muchos casos favorable al Ejército norteamericano. No cree Okrent que la responsabilidad deba ser atribuida en exclusiva a determinados periodistas -sobre todo a Miller y Gordon- sino a toda la cadena de mando -falló todo el sistema para verificar la información-. Este ombudsman llega finalmente a la conclusión de que el «ansia de exclusivas» actuó de mal consejero. Este objetivo conduce a veces a la prensa seria y de calidad por caminos equivocados.