Como monseñor Romero

| JOSÉ RAMÓN AMOR PAN |

OPINIÓN

25 mar 2003 . Actualizado a las 06:00 h.

EL 24 DE MARZO de 1980 caía asesinado Óscar Romero, arzobispo de San Salvador, mientras celebraba misa en un hospital de cancerosos. El Departamento de Estado de EE.UU. enviaba con frecuencia quejas al Vaticano por su homilía dominical; hoy vuelve a estar de actualidad la última que pronunció: «Ante una orden de matar que dé un hombre, debe prevalecer la ley de Dios que dice: no matar. Ningún soldado está obligado a obedecer una orden contra la ley de Dios... En nombre pues de Dios, y en nombre de este sufrido pueblo cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: ¡cese la represión!». Hoy, mirando a 23 millones de iraquíes, que han sufrido opresiones internas, guerras y embargos, angustias y miedos, Romero diría: «Cesen los bombardeos, cese la guerra, cese la hipocresía, cese la mentira». No le hicieron caso ayer ni le harían caso hoy. Lo que se tiene realmente por último es la seguridad propia, no la del vecino; el buen vivir de los países de abundancia, no el sufrimiento de las víctimas; el petróleo, la hegemonía y control policial, el reparto interesado del planeta, no la familia humana. «Quienes cierran las vías pacíficas son los idólatras de la riqueza, los que tienen por dios al dinero», dijo Romero.Hace unos días, unas hermanas dominicas iraquíes le hicieron un llamamiento, a él y al pueblo norteamericano, para que cese la crueldad. Y no lo han hecho en el distanciado lenguaje de los políticos y los medios: «El presidente Bush defiende los derechos de los animales. ¿Acaso tenemos nosotros menos valor que los animales? ¿Por qué el pueblo americano tiene el derecho a vivir en paz, a salvo y en prosperidad? ¿Acaso su vida es más valiosa que la vida de otras personas, por ejemplo la del pueblo iraquí? No nos hemos repuesto todavía de la guerra del Golfo, ¿cómo podemos enfrentar los efectos de una nueva guerra?».El hombre moderno está enajenado de sí mismo, de sus semejantes y de la Naturaleza. No hace falta ser un melancólico profeta de catástrofes o un agudo pesimista para constatarlo. Retengamos las palabras que Ernesto Sábato, patriarca latinoamericano de liberación y de derechos humanos, escribió: «Sólo quienes sean capaces de encarnar la utopía serán aptos para el combate decisivo, el de recuperar cuanto de humanidad hayamos perdido».