El encanto de la insolencia

OPINIÓN

07 mar 2003 . Actualizado a las 06:00 h.

HE LEÍDO las explicaciones de Labordeta a Gonzalo Bareño («se cachondeaban de mí y estaba cansado») y tengo ganas de decirle: que no, Labordeta, coño, que no tiene de qué arrepentirse, joder. Hombre, no le diré que estuvo muy bien, porque el taco siempre hiere a los oídos castos y hace mover del asiento a los bienhablados del país; pero ha humanizado el Parlamento. Un sonoro «a la mierda», dicho así, con su cazurrería aragonesa, es un mensaje directo que firmarían parte de los espectadores. Tiene la seducción de lo políticamente incorrecto. Tiene el encanto de la bronca tabernaria. Es el lenguaje de la calle. ¡Lo que hay que hacer para salir en los telediarios! Labordeta es la minoría más minoritaria. Es el hombre solo, sin grupo que le anime ni manos que le aplaudan. Se pasa la legislatura haciendo discursos, reclamando agua y trenes, leyendo poemas contra la guerra, y pocos saben que es diputado. Con un poco de suerte, recogen sus palabras los periódicos de Aragón, y punto. Pero sale a la tribuna, se cabrea bien cabreado, suelta dos insolencias, y las televisiones se pelean por su testimonio. Triunfó casi como Dinio. Se convirtió en el parlamentario del mes. Yo creo que la gente necesita testimonios así. No voy a decir que ése deba ser el lenguaje habitual de Cortes; pero una vez al año es saludable. A esos excelentísimos señores de la mayoría absoluta, que no les basta con el imperio matemático del voto ni con escribir lo que quieren en el Boletín Oficial del Estado; a esas señorías que necesitan patear las razones del adversario, rugir y decirle al hombre solo «coge la mochila y vete», les viene bien que alguien suba a la tribuna y eche mano de la venerable insolencia del pueblo: «Eso es lo que les jode a ustedes». Al decirlo, Labordeta volvió a ser el cantautor que se salió del guión del pensamiento único. Irritó a muchos, sin duda. Escandalizó a algunos. Hizo sonreír, sin más, a otros. Y otros, no sé cuantos, se vieron reflejados en su insolencia. Porque era, en el fondo, la espontánea rebelión contra las arrogancias.