Reclutas a la fuerza

| MARÍA XOSÉ PORTEIRO |

OPINIÓN

HABITACIÓN PROPIA

15 feb 2003 . Actualizado a las 06:00 h.

CUANDO el secretario de Defensa norteamericano, Donald Rumsfeld, advierte de que la inminente guerra será corta («seis días o seis semanas -dice-, pero nunca seis meses») estremece pensar los medios que se utilizarán para conseguir la victoria. Después del efecto Hiroshima/Nagasaki sabemos que la duración de una guerra es inversamente proporcional al método que se emplee para terminarla y hasta el momento nadie ha dicho qué medios está dispuesto a emplear George Bush para cumplir el mandato divino que inspira su desvarío. EE.?UU. no plantea la guerra contra Irak como un encontronazo entre ejércitos, sino como un ataque masivo y exterminador contra la población civil donde la tecnología suplirá a la mano de obra y en el que las bajas no tienen por qué vestir uniforme. Cuantos más muertos se contabilicen entre niños, ancianos, hombres y mujeres inocentes, más daño habrá sufrido el adversario y mayor éxito habrán tenido las operaciones militares. Este bárbaro planteamiento es aceptado con naturalidad por los dirigentes que discuten si la justificación para intervenir en el conflicto es una u otra resolución de la ONU, el control del petróleo o la vesania del sátrapa iraquí. Pero no deberíamos ignorar que en el otro lado de la trinchera virtual estamos los millones de personas que vivimos en el eje del bien , convertidos en combatientes a la fuerza y formando un ingente ejército pasivo contra el cual dirigir la respuesta que se haya de producir. Por cierto, sin capacidad siquiera para declararnos insumisos o para desertar. En este nuevo estilo de matar y morir, se empleen misiles o bacterias asesinas, bastará con vivir en un país considerado enemigo potencial por otro, para pasar a ser el blanco perfecto.