La aventura espacial

MARCOS PÉREZ MALDONADO

OPINIÓN

03 feb 2003 . Actualizado a las 06:00 h.

CON EL DICCIONARIO en la mano la aventura espacial es una «empresa de resultado incierto o que presenta riesgos» y transcurre en el espacio. El accidente del Columbia, como los del Challenger, las naves Soyuz 1 y Soyuz 11, o el Apollo 1, certifican que la exploración espacial tiene un elevado componente de aventura. Los astronautas lo saben mejor que nadie porque conocen como científicos los riesgos que conlleva salir al espacio: la descalcificación de los huesos y la pérdida de masa muscular, los efectos de la radiación, el riesgo de que un meteorito alcance la nave o simplemente el azar de que algo salga mal. En 1961 Yuri Gagarin se convirtió en el primer hombre en el espacio a bordo de una esfera de dos metros y medio de diámetro cuyo prototipo original puede verse en la Casa de las Ciencias. Los visitantes se quedan pasmados ante la estrechez del habitáculo. «¿Para qué son estos raíles?», pregunta alguien. «Ahí iba el asiento eyectable. Se disparaba durante la reentrada, a 7 kilómetros de altura. El cosmonauta volvía a tierra colgado de un paracaídas», responde otro. «Madre mía. Menos mal que tenía un ventanuco. ¡Qué angustia!». Ahora hablamos de estadísticas: casi el 2% de los vuelos del transbordador han acabado en desastre y el 4% de los astronautas que han subido a una nave no han salido vivos. Sin embargo, para un astronauta el beneficio personal compensa los posibles riesgos de un viaje al espacio. Pero la exploración espacial, como la ascensión al Everest o el viaje a los polos es mucho más que una aventura personal. El esfuerzo científico y tecnológico necesario para abandonar la Tierra ha dejado tras de sí un reguero de hallazgos que se incorporan lentamente a nuestra vida diaria. Los países que invierten en investigación espacial obtienen un retorno que justifica el gasto realizado porque la aventura del espacio es, sobre todo, una aventura del conocimiento. Es posible que haya misiones más interesantes que mantener una estación científica en los límites de la atmósfera. También es posible que los viajes espaciales tripulados deban ceder el paso a misiones robotizadas que lleguen más lejos con menos dinero, pero nuestro sueño siempre será ir a verlo. Poco antes de convertirse en el primer astronauta español, Pedro Duque dio una charla en nuestro museo hablando de su pasión por el espacio y la ciencia. Alguien le preguntó cuál era su sueño como astronauta y él respondió que le gustaría ir a Marte. Con una sonrisa en los labios enumeró las dificultades del viaje, los meses de singladura, el deterioro del organismo y el maldito azar. Una señora del público se levantó y le espetó: ¿Sabes qué te digo? Que si yo soy tu madre, tú no vas a Marte».