09 nov 2002 . Actualizado a las 06:00 h.

IBAN A REDUCIR el número de altos cargos en la función pública. Iban a resolver los problemas de los aeropuertos españoles. Iban a combatir el terrorismo con medios legales. Iban a resolver las tensiones entre nacionalismos periféricos y centralismo. Iban a eliminar la corrupción y el nepotismo. Iban a bajar los impuestos. Iban a ser de centro. Iban a alejar a la mujer del presidente de veleidades políticas... En fin, iban a darle a España una vuelta de calcetín que se ha quedado en media vuelta al ruedo y aviso de salida por la puerta falsa al cabo de casi siete años de gobierno del PP. En todo caso, la evolución y el derecho a cambiar los planteamientos no se le niegan a nadie, pero a los políticos hay que demandarles una coherencia de fondo en el recorrido a medio y largo plazo. De lo contrario se arraigará cada vez más en la ciudadanía la perversa impresión de que todo vale con tal de ganar. Un buen amigo mío pone los ojos en blanco y sufre una torsión cervical propia de la niña del exorcista cada vez que demando un impulso ético en la acción política y argumenta que soy una ingenua incurable. Pues estupendo, pero no claudicaré ante la resignación y quiero seguir creyendo que las prácticas cínicas de amarre al sillón y engrose de las carteras acaban por recibir su merecido. De lo contrario, podría alguien explicarme ¿para qué diablos sirve la democracia por la que tanto suspiramos y que tanto recomendamos a los pueblos sometidos a regímenes despóticos?. Esa coherencia se juzgará en las próximas elecciones municipales del 2003 y generales del 2004. Que donde el Partido Popular dijo digo y ahora dice Diego, explique las razones del cambio. Y que alguien se disculpe con doña Carmen Romero, por ejemplo.