Bertrand Russell y el imperio mundial

RAMÓN CHAO

OPINIÓN

17 sep 2002 . Actualizado a las 07:00 h.

EN EL capítulo III de los Ensayos impopulares , escrito a mediados del siglo pasado, Bertrand Russell profetiza: «Antes de que termine el actual siglo, a menos de que ocurra algo completamente imprevisible, se habrá realizado una de tres posibilidades. Que son: »I. El fin de la vida humana, quizá de toda la vida en nuestro planeta. »II. Una vuelta a la barbarie, después de una catastrófica disminución de la población del globo. »III. Una unificación del mundo bajo un solo gobierno que posea el monopolio de las principales armas de guerra. »No pretendo saber cuál de ellas se dará, ni siquiera cuál es la más probable. Lo que afirmo, sin vacilación alguna, es que el tipo de sistema al que hemos estado acostumbrados no puede continuar». El artículo de Russell sigue en este tenor y me sería fácil copiarlo aquí para resolver la tarea de montar mi crónica semanal. Pero algo propio he de decir, después de recomendarles con insistencia su lectura. Yo soy de los que creen que la Tierra es un ser vivo como todo bicho existente: bacterias, animales, hombres y vegetales; que tienen, tenemos, nacimiento, desarrollo y desaparición. En el mejor de los casos transformación, como creían Empédocles, que recordaba haber sido planta y pez escamoso en el mar, Platón, Prisciliano y los monótonos de que nos habla Borges y que tan bellamente expresó en La noche cíclica , hasta llegar al eterno retorno de Nietzsche. Después del caos, vuelta a empezar. Russell se equivocó. El mundo no se extinguió antes del siglo XXI y hasta ahora ninguna potencia ha impuesto totalmente su dominio en todo el planeta, aunque el empeño en lograrlo siga vigente. Pero uno de los imperios hegemónicos desapareció en cortos años, lo cual confirma la tesis del historiador Holwaks de que los grandes dominios suelen morir súbitamente, como le puede ocurrir a un ser humano y sucedió con el soviético, pues tenemos y tienen los pies de barro. Ningún país ni unión en el mundo es capaz de oponerse al arsenal bélico del Pentágono, pero cabe confiar en que el pueblo americano logre templar el ardor guerrero de sus dirigentes. Es cierto que su máximo representante, elegido tras un fraude electoral, defensor de los magnates petroleros, tiene obligación de apoderarse de los yacimientos de Oriente Medio, con lo que reduciría o terminaría con la influencia de Venezuela. Este juego de billar lo explicó meridianamente Ignacio Ramonet en la fiesta de L'Humanité . Le sugerí que lo explayara aquí y espero que me obedezca antes del cataclismo. Como soy menos docto que Holwaks y más voluntarista que Ignacio, me esfuerzo en pensar que de alguna parte ha de venir una prolongación de la vida, y que el impulso sólo puede nacer en el pueblo americano. Porque su prensa, en manos de los grandes grupos financieros, sólo habla del respaldo unánime a un presidente que ni siquiera la mayoría eligió, mas nadie recuerda que Vietnam infligió una humillación a EE.UU. no sólo por la tenacidad del Vietcong, sino por el irresistible movimiento de artistas, intelectuales, cantantes y estudiantes del interior. Es cierto ahora que la máquina infernal y el patrioterismo, a base de estrofas de God bless America impone la bandera estrellada, pero sus medios de difusión silencian el número extraordinario de ventas de los últimos libros de Michael Moore y de Noam Chomsky, cuyos argumentos conmueven a los americanos: ¿Os parece que la guerra de Afganistán aumentó nuestra seguridad? Las agencias de información secreta americanas no piensan así . No hace mucho declararon que los bombardeos habían aumentado la amenaza al diseminar las células de Al-Qaida. Se organizan manifestaciones, debates políticos y huelgas de hambre contra la guerra, viajes ininterrumpidos de grupos de americanos a Irak; se realizan películas notables, como la de Mike Ruppert, que denuncian la política oficial y muestran los huelguistas de Long Shore; se movilizan comunidades y movimientos pacifistas que no cesan de extenderse; repetidamente se anulan viajes de Bush, a menudo abucheado en los que hace; se multiplican sitios de Intenet muy informados y surge una prensa alternativa como The Progresive que con cifras y vehemencia denuncia la línea de la Casa Blanca: «Cheney acaba de calificar a Sadam Husein de amenaza mortal. Resulta un tanto exagerado cuando se piensa que el presupuesto militar de EE.UU. es de 400.000 millones de dólares mientras que el de Irak no llega a 4.000 millones. No olvidemos que durante cuarenta años hemos vivido frente a un enemigo que nos apuntaba con miles de armas nucleares. Ahora los EE.UU. tienen miles de armas nucleares e Irak ninguna».