25 may 2002 . Actualizado a las 07:00 h.

Hace unos días, en Melilla, un chico de 16 años clavó un bolígrafo en la cara de un profesor, intervenido quirúrgicamente a consecuencia de la agresión. Hablando con unas amigas que se dedican a la enseñanza me comentaban que ha cambiado mucho la relación con los alumnos adolescentes. Son más difíciles de motivar y la auctoritas atribuída al magisterio va camino de ser un recuerdo nostálgico. Ellas también encontraban difícil automotivarse en un contexto sociológico donde aparecen constantemente barreras entre los estudiantes y los valores de la disciplina o el esfuerzo para ser algo en la vida. Según Susana, «casi todos quieren ser cantantes o futbolistas». «A veces se ríen de nosotras y nos dicen que para ser profesor hay que ser un pringado porque se gana poco y está infravalorado socialmente», dijo Carmela. La cultura del triunfo Tal vez sea el efecto de la cultura del triunfo rápido que se ha enseñoreado de los referentes mediáticos, pero hay que reconocer que los jóvenes tienen que dedicar mucho tiempo y sudores al estudio para encontrarse al final con una expectativa laboral frustrante. Todos conocemos ejemplos de chicos y chicas muy preparados, repartiendo pizzas o presentándose a oposiciones para sepultureros. Así las cosas, no parece raro que la ilusión se dirija a la lotería de los elegidos por la fama y el dinero, sobre todo en edades en las que hay que decidir qué se quiere ser pero aún no se posee suficiente madurez. Apetece llegar cuanto antes al éxito o a la evasión, sin importarles demasiado los riesgos o los abandonos. Para colmo, los consejos de los mayores carecen de sentido porque los mentores no aparentan ser un buen modelo a seguir y el futuro se les aparece lejano y ocupado por otros jóvenes, algo más añosos que ellos, que les llevan ventaja en la cola del paro. Me pregunto si las reformas educativa y laboral del Gobierno ofrecen respuestas a este problema.