16 may 2002 . Actualizado a las 07:00 h.

Betty la fea está llegando a su final y al igual que otros culebrones que la precedieron, nos ha acercado alguna información sobre una América mestiza que tiene la huella de España, Portugal, África y los pueblos precolombinos, mostrando otra realidad con la que compartimos Historia pero de la que estamos alejados desde hace tiempo. Tras los problemas amorosos de los protagonistas se intuyen sociedades con grandes contrastes, donde los ricos son riquísimos y los pobres, misérrimos o con escasas oportunidades. Dejan ver a una clase dominante que se guía por el american way of life mientras mira con desdén a los perdedores, casi siempre habitantes de ranchitos, favelas o demás suburbios. Muestran a mujeres que han de aprovechar hasta la extenuación sus dotes de hembra para triunfar y casi nunca dejan ver a las guerrillas, los secuestros, los niños que viven en basureros o los cárteles que quitan y ponen gobiernos. Como Betty, América Latina es más bella por dentro que por fuera y tendrá que luchar por combatir la fealdad de la injusticia que la asola: incapacidad política en democracias inestables, deforestación de la Amazonía, expoliación o indiferencia hacia los pueblos indígenas, desaprovechamiento de sus grandes riquezas naturales, hambre y enfermedades acentuadas por devastadoras catástrofes climáticas, infancia desprotegida, revoluciones frustradas, narcotraficantes incrustando la corrupción en las entrañas del sistema, inmigrantes ilegales que buscan el favor del Norte a donde llegan para constituirse en cuarto mundo dentro del primero, y el tío Sam, como siempre, manipulándolo todo bajo la sombra alargada de la CIA. América Latina es un polvorín cuya mecha empieza a arder en el corazón del debate sobre la globalización. Europa tendrá que incluirla en su agenda política para compartir su lucha contra la sinrazón e impedir que la incertidumbre y el abuso dinamiten su futuro.