«La trilogía ha terminado, pero Amaia Salazar regresará con nuevos casos»

FUGAS

Dolores Redondo
Dolores Redondo Juan Mari Ondikol

En apenas dos años, «La trilogía del Baztán» ha convertido a la desconocida escritora donostiarra de ascendencia gallega Dolores Redondo en una figura de la novela negra internacional. Ahora el productor Peter Nadermann, que adaptó al cine la saga «Millennium» de Stieg Larsson, ultima los detalles para poner en marcha el rodaje de la primera entrega protagonizada por la inspectora de la policía foral navarra Amaia Salazar

27 ene 2015 . Actualizado a las 04:20 h.

El día 15 de enero se cumplieron dos años de la publicación del primer volumen, El guardián invisible. Hace apenas unos meses la escritora donostiarra de ascendencia gallega Dolores Redondo Meira (1969) cerró la trilogía que ya entonces había anunciado. Hoy las aventuras de la inspectora de la policía foral navarra Amaia Salazar son un fenómeno internacional. Pero ya nacieron con estrella: un año antes de que se editara en español el primer tomo, el productor Peter Nadermann —llevó al cine la saga Millennium de Stieg Larsson— había adquirido los derechos para su adaptación.

-Prodigios de planificación.

-Era una historia concebida como una sola novela, pero habría tenido 1.200 páginas, de ahí la trilogía. Y es además en la tercera cuando explico que todo está basado en un crimen real, por más fantástico que pueda parecer (satanismo, creencias ancestrales, brujería, sacrificios humanos...).

-¿Algo que la obsesionaba?

-—No. Tenía la idea de escribir una novela policíaca y usar la mitología tradicional, porque siempre me ha gustado y soy defensora del relato mestizo que integra aspectos ajenos más allá del crimen y su resolución. Y apareció la noticia en la prensa en el 2011, aunque se refería a un hecho de los años 80. Todos los miembros de la secta relacionada con el crimen se habían dispersado por el país. Uno cuando imagina una secta piensa en gente marginal, sin preparación... Pero eran personas muy bien establecidas en la sociedad. Entonces eran jóvenes, sacrificaron a un bebé de 14 meses hija de dos miembros del grupo y después vivieron una vida en la que les ha ido bastante bien. Y todo se supo porque uno de ellos no podía soportar aquello y confesó. El caso está abierto, bajo secreto sumarial, y la pesquisa sigue.

-¿Una locura de juventud? —No parecen locos, para nada. La conclusión a que he llegado es que la fe, en cualquier creencia, puede ser muy poderosa, hasta el punto de que hay gente que puede vivir en torno a ella pero también la hay que es capaz de matar por ella. Y lo tenemos muy de actualidad, cómo por una fe malinterpretada, o en su nombre, se llegar a asesinar.

-El carisma de Amaia Salazar... La trilogía terminó, pero casi sería una irresponsabilidad dejarlo quedar ahí.

-En el proceso de escritura se produce una maduración del personaje y del autor. Hay elementos que vas topando, pequeños hallazgos que quisieras explorar pero que ignoras porque no puedes dispersarte. Se aprende mucho, hay otras historias que surgen y no puedes atender, pero que quedan aguardándote.

-—La inspectora volverá.

-La trilogía ha terminado, pero Amaia regresará con nuevos casos. No será inmediatamente, tengo otra novela en la cabeza, ya muy madura. Y después volveré con Amaia.

-¿No será la típica trilogía a la que el éxito convierte en tetralogía... y ya veremos?

-Sería fatal. Me parecería una perversión tratar de darle una nueva vuelta de tuerca. La historia ya está contada, y casi a la par que el hecho real.

-—¿El nuevo proyecto tiene también algo de «noir»?

-Construir una narración en la que aparezca un crimen es para mí habitual. Mi primera novela, Los privilegios del ángel (2009), un desastre editorial al que te ves abocado cuando no tienes experiencia, también giraba en torno a la pérdida, la muerte, el miedo y el dolor. ¿Por qué?, por la forja de vida, supongo. Yo he sido muy feliz de niña, pero mi infancia ha estado marcada por la muerte, porque fallecieron varios miembros de mi familia jóvenes, hermanos, primos, tíos. Y el impacto que causan quienes se van cuando no toca marca de una forma definitiva, al vivir una circunstancia en la que todo el mundo está de luto, en la que no hay celebraciones.

-¿Pero hubo crímenes?

-En mi familia no, a todos se los llevó el accidente o la enfermedad. Aunque el entorno del crimen y el interés que suscita la muerte, los secretos, las mentiras, lo que aflora, lo que se oculta... siempre se hallan en mi obra. Pero más allá del delito, me seduce lo más íntimo, lo que hay dentro y lo que conlleva nuestra cultura. Me siento cercana a lo que hemos aprendido en casa, a lo que tenemos miedo, cómo amamos, si sabemos amar bien, si no, y eso seguirá en mi obra. El concepto novela negra es muy amplio, a veces la oscuridad está dentro del alma del personaje.

Dolores Redondo
Dolores Redondo
-¿Lee novela negra?

-Sí, aunque últimamente menos. Evito caer en un efecto contaminante a la hora de escribir. Y puesto que no estoy interesada en escribir novela negra pura tampoco estoy interesada en leer solo noir. Acabo de leer una novela ambientada en Galicia, Las Inviernas, de la santiaguesa Cristina Sánchez-Andrade, que me encantó, una historia rural, muy íntima, sórdida también, muy bonita.

-Diga algo más negro... —Me gusta mucho un autor español que triunfa más en Francia, Víctor del Árbol, me parece sublime cómo juega con el pasado, los secretos familiares... Otro es César Pérez Gellida, un policíaco más tradicional, violento. Y, por supuesto, Stieg Larsson.

-—¿Y de los veteranos, nada?

-Soy súperfan de Mailer.

-En España, digo.

-No, ya sé que quedaría muy bonito, pero no, yo no leí a Montalbán. Siempre he sido más de los clásicos norteamericanos. Ese mundo, los personajes sórdidos de Montalbán o de Eduardo Mendoza, esa Barcelona cutre, nunca me atrajo.

-—¿Echa de menos un poco de edición en los pioneros?

-El que ha tenido alguna vez el placer de que un buen editor le corte la melena a su novela sabe que es justo y necesario como dar gracias a Dios. Y luego cuando ves lo guapo que estás, dices ‘nunca más voy con esos pelos por la vida’. Tengo una gran querencia a todo lo que escribo, y me cuesta cortar. A veces ni tomo notas para que no me esclavicen; lo dejo en la cabeza para una decantación natural.

-¿Y las damas del crimen?

-Soy de Agatha Christie, y la defiendo a muerte. Parece que la novela negra la inventaran unos americanos borrachos todo el día metidos en un motel. La inventó Christie. Por no decir que hacía una crítica bestial a la alta sociedad de la que formaba parte.

-¿Cómo va la película?

-Nadermann quiere adaptar los tres libros, pero por ahora harán El guardián invisible. Dice que pronto anunciarán el director y el elenco. Pretenden rodarla este mismo año. Me dijo que esa mezcla de fragilidad y fuerza que él advirtió, y que tanto le fascinó, en la Lisbeth Salander de Larsson la encuentra en Amaia Salazar.

-¿Se implicará en el filme?

-En la revisión del guion, fue lo que pedí. La trilogía está llegando a 32 países, no me queda tiempo para más. Me pidió el director si les podía apoyar en lo que llaman inmersión en el escenario, ayudar al equipo a que entienda dónde está, en qué cultura se mueve, cómo son las gentes... Eso me encantará, porque nunca he participado en un rodaje.

-Cuando Amaia tenga al fin rostro, ¿no le condicionará?

-Tengo tan claro cómo es mi Amaia... que no me perturba. Tú solo eres dueño de lo que escribes. Hay que saberlo, sobre todo para no llevarte disgustos. Ya se ha hecho una adaptación al cómic por un joven dibujante, Ernest Sala; y ya no es mi Amaia, es la suya.

-Hay algo de cinematográfico en su forma de escribir.

-Hay dos referencias clave en mi obra, la gran lectora que soy de los cuentos de Grimm, bosques, lobos, demonios... y la influencia cinematográfica, tanta que concibo los capítulos como escenas. Pero si de algún lado me viene el gusto por lo terrorífico, los miedos interiores y lo intangible es de Stephen King; me leo todo lo que publica [ríe]. No todo va a ser alta literatura, Thomas Mann, Marguerite Duras. Que por cierto, el buen lector percibirá en la trilogía las muchas referencias que hay a la Divina Comedia; mi hermano y yo somos unos forofos de Dante.

-Otro de los quid de la trilogía es la mitología rural.

-Vivo en un pueblo de Navarra y, claro, reivindico las raíces. Eso no significa que la gente que vive en un pueblo está fuera del mundo, aquí hay zona wifi como en Nueva York.

-—Pero lo sobrenatural...

-—Yo soy nieta de una gallega emigrante en el País Vasco, que me ha enseñado muchas tradiciones vascas y gallegas, lo mismo me contaba del Basajaun, Mari o las brujas que de meigas, aparecidos, e historias de cruceiros, cirios y noches de difuntos. Este tipo de miedos y terrores sí son más rurales, tienen menos cabida en la ciudad. Pero todo está documentado, he utilizado el trabajo de antropólogos y gente que ha ido recogiendo las tradiciones, como Caro Baroja o Barandiaran.

-—Por rigor y dignidad. —Era fundamental hacerlo desde el respeto porque con este tipo de creencias, y en Galicia ocurre mucho, ha habido una generación —la que se saltó el comer de puchero— para la que todo tenía que ser Londres y Nueva York y todo esto eran cuentos de viejas que ridiculizaban. Decías «mi abuela cree en esto» y parecías un paleto. Pero es que muchas de estas creencias que se fusionaron con el cristianismo en realidad son antiquísimas y tiene una raíz de fe que debe ser respetada y puesta en valor. Hay que estudiarlo, no son chorradas, son creencias normalmente basadas en los ciclos de las cosechas, en la vida en comunión con la naturaleza y en pedir protecciones para los tuyos, y esto sirve para las leyendas noruegas, vasco-navarras o gallegas.

-¿De dónde era su abuela?

-De Corme. Se vino al País Vasco sola, muy joven, con 24 años. Era una emprendedora, se estableció en Pasajes, enseguida montó una casa de huéspedes, alrededor del auge del puerto, al que llegaban trabajadores de todo el país, y muchísimos gallegos. Se casó y tuvo una vida próspera. Está enterrada en el País Vasco, pero jamás perdió sus orígenes, su cultura gallega. Había hablado gallego toda su vida, hasta que llegó a Pasajes.

-—Es usted un poco gallega.

-Y cómo, soy gallega por las dos ramas. Lo que pasa es que la otra familia llevaba mucho tiempo aquí, tengo tatarabuelos gallegos enterrados aquí.

-¿También por los Redondo?

-Sí. Mi padre es descendiente de gallegos, de Pontevedra.

-¿Le quedan vínculos aquí?

-—[Ríe]. Las vueltas que da la vida. Mi hermana se casó con un gallego nacido en Bilbao al que siempre le ha tirado el pueblo de su madre, en Rodeiro. Ahora se han trasladado allí y viven en una aldea, rodeados de castaños, donde por cierto pasamos la Navidad. Y ambas éramos de ciudad [ríe otra vez]. Comprendí el valor de la tranquilidad y las relaciones de cercanía pero con un respeto de normalidad absoluta. Es necesario para tener los pies en el suelo, seguir con una vida normal con tus hijos y ser una vecina más.