Mario Lejías, el pontevedrés rebelde que puso el grito en el cielo desde el hospital

María Hermida
María Hermida PONTEVEDRA / LA VOZ

OBITUARIOS

Mario Iglesias Torres, conocido como Mario Lejías, en una foto cedida por su familia.
Mario Iglesias Torres, conocido como Mario Lejías, en una foto cedida por su familia.

En el 2020, se hizo famoso reclamando que lo operasen. Superó aquel achaque, pero su salud siguió dándole disgustos y murió a los 63 años

11 dic 2022 . Actualizado a las 20:17 h.

Su carné de identidad dice que se llamaba José Mario Iglesias Torres (Pontevedra, 1959). Pero Mario, rebelde en todas y cada una de las facetas de su vida, se rebeló hasta con su nombre. Él, por mucho que dijesen los documentos, en realidad era Mario Lejías para todo el mundo. Mario, que tuvo muy mala salud, murió con 63 años recién cumplidos y con muchos achaques encima, pero con su carisma y su piel de luchador intacta, deseando que en vez de llorarle se celebre la vida que tuvo

Mario era un pontevedrés del barrio de O Burgo, donde nació y vivió. Sus padres eran los dueños de la emblemática fábrica de lejías Lavandeira, de ahí su apodo. Desde rapaz, él recorría la ciudad repartiendo el género. Creció y se convirtió en un empresario con mil vidas y aventuras encima. Tantas, que a su familia y a sus amigos les cuesta recordarlas todas. Regentó una discoteca en Sanxenxo, un pub, trabajó de comercial... y un día montó una empresa que aún sigue en pie. Se trata de un negocio de cosmética para profesionales con base en Marín. Tuvo dos hijos. 

Su fuerza, su espíritu luchador y su espíritu superviviente eran inversamente proporcionales a su salud, que siempre le proporcionó disgustos. Diagnosticado de diabetes y otras patologías, tuvo que ser sometido a un trasplante de riñón. Sufrió también un cáncer y un ictus, y todo lo fue superando. En el año 2020, lo que él consideró una injusticia le llevó a hacerse viral. Así, Mario lanzó un grito a través de las redes sociales para denunciar que permanecía con un bulto de pus y una situación delicada en el hospital de Montecelo y que no había forma de que fuese operado. Pocas horas después, cuando su escrito ya se había reproducido miles de veces a través de Internet, el hombre logró esa deseada intervención. Lo recuerda con emoción su hija Zoila: «Estaba con él, yo soy muy impulsiva y le dije que teníamos que escribir algo, que aquello era una injusticia. Justo lo operaron el día de mi cumpleaños y mis amigos me decían que no había podido tener un mejor regalo». 

Se recupero de aquel achaque y, con sus cien mil vidas, volvió a ser el Mario de siempre pese a llevar tantas cicatrices encima. Pero la salud siguió dándole disgustos. Este último verano estuvo tres meses en el hospital. Nunca logró dejar el tabaco y finalmente fue una afección del pulmón la que se lo llevó. En el tanatorio, familia y amigos sonríen al pensar en su carácter alegre y en cómo lograba ganarse el cariño de los que le rodeaban. Y, en vez de llorarle, tratan de respetar su deseo y preparar una fiesta. Brindarán por él y por su rebeldía. Como él hubiese querido.