Muere el científico Santiago Grisolía

Laura Garcés VALENCIA / COLPISA

OBITUARIOS

BENITO ORDÓÑEZ

El Premio Príncipe de Asturias de Investigación Científica y Técnica e impulsor de la primera Conferencia Internacional sobre el Genoma Humano falleció en Valencia a los 99 años

04 ago 2022 . Actualizado a las 11:17 h.

El mundo de la ciencia, y por extensión de la cultura, está de luto. Ha fallecido el valenciano Santiago Grisolía. El investigador científico más brillante nacido en tierras valencianas, premio Príncipe de Asturias a la Investigación Científica en 1990, ha muerto este jueves en el Hospital Clínico de Valencia a los 99 años de edad. Con él se van el ejemplo de la vitalidad, un modelo de incansable entrega a la investigación científica y una muestra del compromiso con la cultura y el patrimonio valencianos demostrado desde la presidencia del Consell Valencià de Cultura (CVC). Deja numerosos e imborrables momentos y recuerdos en la ciudad por donde de su mano, a través de los Premios Jaume I, se ha paseado lo más granado de la ciencia mundial, los premios Nobel más diversos, los nombres con mayor prestigio en la ciencia cualquiera que sea su especialidad.

Nació un día de Reyes, el 6 de enero de 1923 en la ciudad del Turia. A la vista del legado que deja con su muerte, bien podría decirse que fue un regalo. Su vida transcurrió en las distintas ciudades a las que le llevó el trabajo de su padre en la banca. Dénia, Xàtiva, la murciana Lorca y Cuenca fueron testigos de la infancia de un niño que quería ser marino de guerra dada su confesa pasión por el mar. Acabó vistiendo bata blanca de médico entregado al estudio hasta convertirse en el sabio cuya contribución para el desarrollo de la Bioquímica se considera trascendente para esta ciencia.

Colaborador de Severo Ochoa

En su trayectoria fue decisiva la colaboración con el doctor Severo Ochoa por quien siempre demostró profunda admiración hasta el punto de conseguir que la capital del Turia diera su nombre a una calle, la misma en la que residía el propio Grisolía frente a la Facultad de Medicina de la Universitat de València.

Su etapa junto al doctor Ochoa, que comenzó en 1946, fue decisiva para su carrera. Con el Nobel asturiano trabajó en los estudios sobre la enzima málica. Pero pronto se soltó de las faldas de la patria cuando en España poder hablar de ciencia era ciencia ficción. En los tristes años cuarenta hizo las maletas y cruzó el charco para fijar la mirada en los tempranos microscopios de los laboratorios de investigación estadounidenses. En la Universidad de Chicago inició el uso de los isótopos marcadores para el estudio de pautas metabólicas, con cuya técnica consiguió demostrar la fijación del dióxido de carbono en tejidos animales. Luego llegó el contrato con la Universidad de Wisconsin, donde contribuyó de manera decisiva al conocimiento del ciclo metabólico de la urea. Y después vino Kansas.

El genoma humano

Fue miembro de las más prestigiosas sociedades científicas, consejero de fundaciones y entidades y también presidente del Comité de Coordinación de la UNESCO para el genoma humano. Tan brillante trayectoria, como no podía ser de otra manera, desembocó en una cosecha de premios entre los que brilla el ya apuntado Príncipe de Asturias y los numerosos doctorados Honoris Causa, entre los que se encuentra el de la Universitat Politècnica de València.

En 1976 regresó a la ciudad que le vio nacer. Su vuelta supuso asumir la dirección del Instituto de Investigaciones Citológicas. Y en 1978 dio un paso que sería decisivo para la capital del Turia. Se erigió en cofundador de la Fundación de Estudios Avanzados, impulsora de los Premios Rey Jaime I que año tras año se entregan en la Lonja en presencia de algún miembro de la Familia Real.

Los Jaime I

Con los Jaime I, en perfecta solución con Grisolía, Valencia se convirtió en nombre de referencia en el siempre oscuro para España pasillo de la ciencia. Él con su inagotable energía, entrega y perseverancia trabajó para agitar las conciencias que no eran capaces de ver que la investigación abría las puertas del mañana. «Los Jaime I han sido una forma de publicitar la ciencia española y hacer que la sociedad se dé cuenta de que el futuro está en la ciencia. También ha significado poner a Valencia en el foco de la ciencia; era algo necesario para la ciudad», decía el profesor en una entrevista con Las Provincias en el 2020 con motivo del trigésimo aniversario del premio Príncipe de Asturias.

Una mirada al recorrido vital del hombre que un día confesó a esta casa que la chispa de la vida «está en la imaginación» descubre que al amor por la ciencia se sumaba el que siempre profesó por su ciudad, la cultura y el patrimonio valencianos. Echaba en falta «un mayor conocimiento por parte de la sociedad. A los valencianos nos falta conocer nuestra propia cultura».

Compromiso con la cultura

En declaraciones como esta se escondía su condición de presidente del CVC dando fe del compromiso con su origen, que ejerció conforme a la condición del valenciano que era, pero que llevaba impreso el aroma de ser diferente, el aroma que le concedía el estilo de vida americano que trajo consigo de los años vividos en Estados Unidos.

Desde la tribuna que le concedía el CVC, aun cuando ya su edad era avanzada, siempre mantuvo despierta la mirada y dispuesta la voz para denunciar poniendo el dedo en la llaga sobre los desmanes que acechaban al patrimonio valenciano. Fue el CVC el que consiguió detener la demolición del Mercado de Colón y era la voz de Grisolía la que en la conversación de 2020 con este periódico confesaba que el Bellas Artes es un museo «muy ignorado en Valencia, mucho, subrayelo. No lo merece. Deberíamos estar muy orgullosos de tenerlo» al mismo tiempo manifestaba su interés por la defensa de la huerta.

«No cansarse y volver a empezar»

Ya con 97 años, en 2020, el profesor Grisolía definía a los valencianos como « gente muy modesta y no nos gusta exagerar, a pesar de las Fallas. Pero aún así, después de todo las fallas se queman y hay que volver a empezar. Y ese es una de las características valencianas, el no cansarse y volver a empezar. Esto podría definir el carácter valenciano y por eso las Fallas son importantes». Y valenciano era el profesor Santiago Grisolía, de los de «no cansarse y volver a empezar».

Talante para el diálogo

De conversación amable, siempre regada de un humor muy refinado, de maneras elegantes y con talante para el diálogo, el profesor ganó para sí la simpatía y el respeto de todos los sectores de la sociedad valenciana que hoy lloran su pérdida. Su proximidad con la monarquía llevó a que el rey emérito, Juan Carlos I, en el 2014 le concediera el marquesado de Grisolía.

Hasta el final de sus días se mostró interesado por conocer, por saber más. Cuando ya contaba con 97 años y se le preguntaba si le quedaba algo por ver -a alguien que había visto tanto-, su respuesta no pudo ser más reveladora de alguien con la inmensa curiosidad de los sabios: «La creación de la vida como tal. También cómo parar el envejecimiento. En esto queda mucho camino por recorrer. Por qué envejecemos no tiene sentido, de la misma forma que es muy difícil entender por qué crecemos. Hay mucha gente investigando, se preocupan porque naturalmente a todos los vivos nos afecta. Y quieras que no, el término medio de vida es relativamente corto. Por eso hay pocos centenarios y se investiga la razón por la que han sido capaces de vivir tantos años». Pero el profesor Grisolía, conocía el secreto de la longevidad: «Tener buenos amigos. Y también vivir en un medio adecuado y con todos los elementos actuales de higiene y sanitarios».

Y lamentaba el desprecio de la sociedad hacia la vejez: «Antes el anciano era la persona a la que se le consultaba y se le tenía en cuenta. Hoy hay culto a la juventud, pero no vale pasarse y olvidar las formas maduras y avanzadas del conocimiento». Activo casi hasta el final de su vida demostró que era posible contar con el conocimiento maduro. Y, por si no fuera suficiente, su incansable esfuerzo regala al ahora fallecido la inmortalidad de su legado para la ciencia y para la cultura entre las futuras generaciones.