Inoculados por el dato diario de fallecidos, es fácil olvidar que las víctimas del covid-19 tienen rostro, familia, historia, inquietudes y esperanzas que se han ido con la pandemia

La Voz

Valgan esas líneas como homenaje a los fallecidos, por hacer de Galicia el país que es hoy, un país en el que nunca pensaron que acabarían muriendo solos. Aquí va un recuerdo póstumo a algunos de ellos en representación de todos los que se fueron antes de tiempo. A todos, buen viaje.

El querido médico que acababa de recibir la mejor de las noticias

Manuel Calvo falleció en Pontevedra tras superar un cáncer

Cedida por la familia

maría hermida

Manuel Calvo Brea, médico de familia, vivía y trabajaba en el centro de Pontevedra. Pero solía tardar una hora en llegar de su casa a la consulta. Sus pacientes le paraban por la calle porque sabían que nunca tenía prisa para ellos. Recetar y dar consejos a pie de acera era marca de su casa. Por eso, entre otras muchas cosas, era muy querido en Pontevedra, la ciudad a la que había llegado de joven, procedente de Santiago, para trabajar primero en el ambulatorio Virxe Peregrina. Luego, fue también uno de esos doctores pioneros que llevaron los controles de salud a los colegios de la provincia, allá por los años ochenta. Y trabajó después en el Quirónsalud. La medicina era su pasión y nada había logrado hasta ahora apartarlo de ella. Ni siquiera el cáncer, con el que batalló duramente.

Hace tres años, a los 65, Manolo, que es como le llamaban también sus pacientes, sufrió un cáncer. Lo superó. Y pudo seguir como siempre, disfrutando de su familia y de la pasión de ser médico. Pero durante el confinamiento le detectaron otro tumor. Esta vez, con pronóstico peor. Manolo se agarró a su positivismo. En medio de la pandemia, se sometió a la quimioterapia y, a su término, todo parecía estar mejor: «Estabamos moi contentos porque se lle reducira moito todo, estaba no mínimo. Non se curara, porque ese cancro non cura, pero as noticias eran boas, as mellores posibles», cuenta su hijo Ismael.

La alegría no duró en este 2020 imposible. Manolo ingresó en oncología por una infección de una bacteria. Estaba relativamente bien, aunque con las defensas bajas. Fiel a su estilo y a su tremendo buen corazón, ya ingresado, sacaba fuerzas para contestar a los mensajes que le mandaban los pacientes. Les contaba lo de su cáncer. Pero también les recetaba un jarabe para una tos o unos mocos.

Se contagió de coronavirus estando ingresado en oncología. Y comenzó a empeorar. Le trasladaron de hospital y, en las llamadas que hizo a los familiares, a los suyos les pareció que Manolo ejercería más de médico que nunca y sabía que tenía que despedirse. No se quejaba. No estaba enfadado. Supo transmitirles que se marchaba en paz. Murió el día 8 de noviembre a los 68 años. Y se fue con un sueño pendiente. Quería pasar el invierno al calor de su hogar sintiendo llover tras el cristal. La sencillez de su deseo incumplido es el mejor espejo de cómo era el doctor Manolo.

Las ocho horas que se llevaron a la valiente Marita

Vecina de Cuntis, su nieto era su ilusión

Marita Castro
Marita Castro

maría hermida

«Á tarde vinde alá». Esa fue la frase con la que Marita Castro Aboy, una vecina de Cuntis de 73 años, se despidió de su familia la madrugada del 18 de octubre, en la que se encontró mal y la llevaron en ambulancia al hospital de Pontevedra por precaución y para hacerle una PCR, ya que la familia había tenido contacto con un positivo por covid. Parecen cuatro palabras cualquiera. Pero no lo son. Porque fueron las últimas que les dijo a su hija, su yerno y su nieto, que estaba confinados y no tuvieron opción de acompañarla. Solo ocho horas después de marcharse de casa, desde el hospital llamaron para decir que Marita falleció mientras esperaba el resultado de la PCR, que fue positivo. Ya era de día cuando se recibió la llamada. Pero en su casa se hizo de noche. «É como un mal soño, que aínda continúa», asegura su hija Begoña.

Marita era una valiente. A los 56 años, tras toda una vida trabajando en casa y cuidando a los suyos, enfermó de párkinson. Pero la dolencia no la hizo parar y poco a poco fue reponiéndose. Enviudó hace ya unos años y, entonces, su única hija, su yerno y su nieto se fueron a vivir con ella a Meira, en Cuntis, para que no estuviese sola. Le gustaba la compañía. Y no dudaba en ponerse a la altura de su nieto Anxo. Lo mismo jugaban que discutían de mentirijillas. Él, además de su gran compañero de juegos, era también su bastón para que no se cayese o para ayudarla a levantarse.

Estaba enferma. Pero no era dependiente. Con mucho esfuerzo, trataba de valerse por sí misma y mantenía intacta la bondad que la caracterizaba. Dado que la familia había tenido contacto con un positivo por covid-19, Marita y los suyos tuvieron que confinarse. Ella no manifestó síntomas. Eso sí, el sábado 17 de octubre, se cayó. En principio, fue un golpe tonto, que le provocó un rascazo y poco más. O eso aparentaba. Horas después, cuando ya estaba en cama, empezó a mostrar malestar. Y su hija intuyó que algo malo le pasaba. Así que acabó yendo a recogerla la ambulancia.

«Suponse que ía ao hospital por precaución e para facer a PCR. Pero morreu alí», resume su hija. Nadie de la familia, ni siquiera un primo que lo intentó, pudo pasar a verla. Por eso su hija cree todavía que todo es un mal sueño del que desea despertar. Y por eso aún no fue siquiera capaz de deshacer la cama en la que dormía Marita.

El hombre afable y conciliador que logró modernizar la sociedad de caza de Lalín

Julio Mariño fue un hombre muy activo en su comunidad

miguel souto

javier benito

Lalín perdía este mes a un hombre dialogante y afable, tras 42 días de lucha ingresado en la uci del hospital Montecelo de Pontevedra. Julio Mariño ostentaba la presidencia de la sociedad de caza y pesca local, que aglutina a centenares de aficionados, donde consiguió en menos de cuatro años dar un giro a su funcionamiento y modernizar su gestión. A sus 65 años, sus nietos le hacían brillar los ojos. Era un hombre muy familiar, que trabajaba en el Juzgado de Paz de Silleda. Sin duda el sitio idóneo para una persona siempre conciliadora, buen conversador y capaz de consensuar con quien discrepa. Su pasión por la caza sumó a otra practicada desde pequeño: el fútbol. Además de correr tras la pelota en sus años mozos, militando en algunos equipos modestos, ejerció como entrenador durante varias temporadas, tanto en clubes de categoría autonómica como trabajando con la cantera del Club Deportivo Lalín.

«Só lle faltaba poñerlle o lazo». Con esa frase resumía su compañero y amigo en la junta directiva de la sociedad cinegética lalinense, José Luis Montoto, la labor de Mariño en la entidad, donde además de la presidencia ya había ejercido otros cargos, como el de secretario. Y «sempre cun sorriso», capeando problemáticas como el estado de abandono de los montes y la merma de la caza menor por acción de los depredadores. También trabajó al lado de los ganaderos en su creciente preocupación por los daños causados por el jabalí, propiciando batidas para su control.

El vacío que dejó en la sociedad de caza aseguran sus compañeros será difícil de cubrir pero intentarán preservar su legado, ese trabajo incansable por buscar desde el acuerdo la solución a cualquier problema por complicado que parezca, a mediar con las Administraciones, como hizo Julio Mariño ante la Xunta para que se autorizase la caza mayor en todo el coto de Lalín y en el área de entrenamientos. Ahora les tocará sobreponerse a su ausencia y esperar a que la pandemia les permita organizar el homenaje ya prometido a quien políticos de distinto signo ensalzaron por sus valores. «Era unha boa persoa, sempre mirando polo ben dos seus asociados», insistía el alcalde, José Crespo. Su antecesor en el cargo, Rafael Cuíña, destacaba la deuda que tiene Lalín con él y su talante. Ese que tanto suele faltar en nuestra sociedad y, en particular, en la política.

Nélida Pose: «O paradigma de muller do rural»

Nélida Pose, vecina de Malpica, dedicó su vida a su familia

Nélida Pose
Nélida Pose Santi Romay

T. Longueira

«Ela dicía que rezaba sempre por todos os netos, que lle sairamos algo atravesados». El actor malpicán Santi Romay perdió el pasado día 3 a su abuela paterna, Nélida Pose García, víctima de covid-19. Tenía 86 años y residía en el lugar de Seixas. Su legado será muy difícil de olvidar. «A miña avoa foi das mellores persoas que coñecín na miña vida. Se a sociedade fose coma ela, moitos dos problemas solucionaríanse rápido», explicó Santi Romay.

Nélida Pose nació en el seno de una familia humilde de Malpica. Eran cinco hermanos de los que tres emigraron muy jóvenes: dos a Uruguay y un tercero, a Washington. Ella quedó al cargo de sus padres cuando se hicieron mayores. Se casó con Pepe, carpintero de profesión y fundador de una empresa que ahora se llama Hijos de Romay: «A miña avoa foi o paradigma de muller do rural. Tivo catro fillos, Luis, Ricardo, Enrique e María Teresa, pero María Teresa morreu con apenas meses de vida. Levaba a casa e tamén as tarefas do campo. Facías todas e iso era moito traballo para ela soa. A miña avoa era unha persoa moi humilde e cariñosa, moi da súa familia. Sempre demostrou que eramos a súa prioridade».

Nélida Pose siempre tuvo un recuerdo muy especial para su hija, María Teresa, quien falleció a los pocos meses de nacer: «A morte desa nena, que era a miña tía, marcoulle de por sempre na vida. Sempre dicía que cando morrera quería ser enterrada xunto a esa filla. Esa foi sempre a súa vontade».

Una mujer siempre dispuesta a ayudar

Juana González, de Ribeira, era querida por todos

A. Gerpe

«Onde puidera facer ben, alí estaba Juanita», relata una persona que tuvo un trato estrecho con Juana González García, conocida popularmente como Juanita de Pirulata. Esta mujer de la parroquia ribeirense de Aguiño, de 82 años y aquejada de algunos problemas de salud, falleció el pasado 30 de octubre tras haber contraído el virus letal que la apartó de sus seres queridos. Conocida y apreciada por sus vecinos, Juana González era un ama de casa cariñosa que tenía siempre la mano tendida para prestar ayuda a quien lo necesitara.

Durante unos años, antes de contraer matrimonio con Antonio Fernández Torres (ya fallecido), regentó en la zona del puerto de Aguiño un negocio familiar, el Bar Juventú, al que acostumbraban a acudir los marineros. Después el establecimiento fue traspasado y ella emprendió un nuevo camino contrayendo matrimonio y formando una familia. De su unión con Antonio nacieron Antonio y Mónica, con la que residía. Tenía, además, un nieto y una nieta.

Desde niña, Juanita conoció las dificultades de la vida. Una familiar recuerda que ella y su hermano se criaron sin padre «porque marchou a Arxentina e esqueceuse deles». Quienes la conocieron subrayan: «Levávase ben con todo o mundo». Le gustaba la realización de labores manuales, como ganchillar o calcetar, pero también colaboraba en actividades que se llevaban a cabo en la parroquia. Una de sus aportaciones, explica una de sus vecinas, era en la realización de la Romaxe de Crentes Galegos.

Vicente Clemente López Carro, fallecido el 27 de octubre, una persona vitalista, honesta y amante de la naturaleza

Mentor de variados profesionales, su talento innato para los negocios hizo crecer en lo personal a todo el que le rodeaba

Vicente Clemente López Carro
Vicente Clemente López Carro

Pablo Gómez Cundíns

Su despedida aún es reciente, pero su recuerdo será perenne. Como las hojas del buen árbol al que las personas se arriman en busca de una buena sombra. Vicente Clemente López Carro (A Coruña, 10 de abril de 1942-Santiago, 27 de octubre del 2020) deja un legado de honestidad que supondrá un ejemplo para generaciones venideras.

Había superado un infarto hace muchos años y su salud no se había resentido, pero la apisonadora física y mental de esta pandemia encontró el modo de horadar la vitalidad que le caracterizó a lo largo de toda su existencia. «Salió del confinamiento de cierto modo, más deteriorado, como si se hubiese acelerado algún tipo de proceso», describe Tito, uno de sus tres hijos (junto con Ricardo y Santiago). Su esposa, María Asunción, vivió a su lado estos complicados momentos. Ambos se profesaban un gran amor.

Fue un punto de inflexión para un hombre a quien le apasionaba la relación con la naturaleza en su sentido más amplio. No dejaba pasar un día sin acudir desde su domicilio compostelano a la casa familiar situada en Abegondo. Allí proyectaba varias de sus pasiones, como la cría de animales (como perros de caza, e incluso llegó a disponer de un rebaño de ovejas) y plantaciones de todo tipo, desde la huerta hasta las explotaciones forestales, para las que tenía un talento innato (calculaba de memoria la capacidad maderera de un terreno con una exactitud asombrosa). Uno de ellos. Hasta llegó a atreverse con un viñedo en una zona geográfica atípica para ello.

«Siempre estaba experimentando en estas áreas. Era muy vitalista. Es un aspecto que nos inculcó a todos, esa pasión por el campo y por los deportes al aire libre. Yo me introduje en la pesca submarina gracias a él, cuando apenas tenía 7 años y todavía mantengo la misma pasión por esta actividad», ejemplifica Tito, que también le acompañaba al monte en sus salidas de caza, otra de sus actividades predilectas.

Licenciado en Derecho, aunque nunca llegó a ejercer tras comprobar que poseía una habilidad innata para los negocios gracias a su capacidad de análisis e intuición, en Santiago desarrolló su carrera empresarial como promotor inmobiliario, entre otras actividades. También en esta vertiente supo hacer el bien a su prójimo, tal como recordó en sus exequias Roberto Pereira, presidente del Círculo de Empresarios de Galicia y el Club Financiero de Santiago, tras aludir a sus inicios como contable en una de las empresas de Vicente Clemente López Carro.

Destacado mentor de otros profesionales, su familia apunta que «se aprendía a su lado; tenía un carácter peculiar y una mente privilegiada; jamás se acercó a un ordenador ni envió un correo electrónico, nunca le hizo falta».

A pesar de su gran éxito empresarial, mantenía un estilo de vida frugal, ejemplo de humildad y corrección. «Era, en ocasiones, un personaje complicado, incluso para la familia, pero su amistad nunca fallaba. No necesitaba pregonarlo ni aparentar, ni mostraba alardes», aseguran. «En el inicio de la pandemia, me sobrecogió su llamada para interesarse por mi estado. Le tranquilicé, pero así era él: en cuanto había un incendio, era el primero en asir la manguera», apunta su hijo Tito.

Fuerte vínculo con su familia emigrada en Argentina y las amistades de estudiante

Vicente Clemente López pasaba, en su adolescencia, grandes temporadas con su abuela en la casa familiar de Abegondo. No poseía una familia amplia, y parte de ella se había visto obligada a emigrar a Argentina. Sin embargo, los vínculos eran fuertes e intensos. Tanto que las pasadas Navidades, Santiago fue el escenario de un emotivo encuentro en el que participaron miembros que vivían a uno y otro lado del océano Atlántico.

Siempre mantuvo vivo ese lazo, a pesar de la distancia física, y se preocupó de que sus hijos advirtiesen la necesidad de que continuase de ese modo. La calidad de las relaciones estaba fuera de toda duda.

Sucedía algo similar con las amistades que cultivó en sus tiempos de estudiante universitario en Compostela. Amistades perdurables que en sus reencuentros recuperaban las anécdotas propias de aquella época.

Una emprendedora que adoraba viajar

Rafaela Vilavedra nació en Sanxenxo pero vivió en Vimianzo

Rafaela Vilavedra
Rafaela Vilavedra

T. Longueira

Rafaela Vilavedra Torres era la menor de cuatro hermanos: Gonzalo, que falleció con 25 años, y que en la actualidad tendría 98; Josefa, de 97, y Dolores, de 96. Nunca se casó y no tuvo hijos. La muerte de su hermano Gonzalo siempre le marcó y sus sobrinos, Fefita, Marité, Charo, María Victoria, Gonzalo y Juan Manuel, fueron siempre su gran debilidad.

Rafaela Vilavedra nació en Sanxenxo. Cuando tenía ocho años se trasladó con su familia a Vimianzo porque fue el destino laboral de su padre, Gonzalo Vilavedra, funcionario de telégrafos. Junto con su hermana Dolores montó en los sesenta Encaixes Vilavedra. Fue en la rúa Trasariz que, posteriormente, se trasladó a la rúa La Torre. Llegaron a tejer una red de comerciales por Palma de Mallorca, Barcelona, Madrid... Donde el encaixe tenía gran demanda. Posteriormente ampliaron el negocio con una tienda de ropa para bebé, recordó su sobrina Marité García Vilavedra, quien solo tuvo palabras de elogio hacia la figura de su tía: «Era muy alegre, parrandera y le encantaba viajar. Estuvo en Rusia, Venezuela, Alemania, Suiza, Londres, Italia, Jerusalén, Turquía... Viajar era una de sus pasiones», apuntó Marité García, quien añadió: «Le iba tanto la fiesta que no dudaba en disfrazarse, incluso en Navidades. De hecho, en las del pasado año se volvió a disfrazar. Le encantaba salir, estar con los amigos y adoraba a su familia». Pero el covid-19 no tuvo piedad ni compasión y Rafaela Vilavedra falleció el pasado 15 de septiembre a la edad de 91 años. «Se le echa mucho de menos», sentenció.

Al amigo y compañero Laureano Aragón

Laureano Aragón, sindicalista de UGT, sentía gran aprecio por la prensa

Laureano Aragón
Laureano Aragón

JOSÉ CARRILLo Souto

Laureano Aragón se incorporó a la Unión Comarcal de UGT A Coruña en 1994 como secretario de comunicación, área en la que permaneció hasta el final, con sus 80 años cumplidos. Procedía de la antigua Federación de Transportes, Comunicación y Mar, en donde también llevaba a cabo estas tareas.

Su labor fue imprescindible en el desarrollo de nuestras actividades, ya fuesen movilizaciones, jornadas, congresos, actos de homenaje... Su relación con los trabajadores de los medios nos permitía trasladar a la opinión pública todas nuestras iniciativas. Él me fue presentando a todos los profesionales de la comunicación, que luego fueron dando cobertura a nuestro quehacer diario a lo largo de tantos años.

Laureano tenía mucho aprecio a todos los periodistas que conocía, de los que siempre me hablaba y de los que tenía una lista de teléfonos. Siempre que hacíamos un acto, recurría a su lista. Y llamaba uno por uno a todos sus contactos. Si no le daba tiempo en el sindicato, lo hacía desde su casa. Para él, que las ruedas de prensa o presentaciones saliesen bien era un motivo de orgullo.

Su trabajo en Radio Exterior de España con Españoles en la Mar le forjó ese carácter periodístico que lo acompañó siempre con su amigo de anécdotas, Antón Luaces, del que siempre nos contaba alguna nueva.

De profesión marino mercante, en la especialidad de radio, viajó por todo el mundo y de sus bajadas a tierra contaba infinitas historias que nos han hecho reír muchas veces. Era de carácter alegre, amigo de la tertulia, rápido de reflejos en las respuestas y contaba con una memoria prodigiosa que le hacía recordar los nombres de personas que hacía 20 o 30 años que no veía.

Le gustaba leer la prensa todos los días y mantuvo esa tradición de mirar las predicciones y comentar «está la presión alta», «no va a llover», «hay anticiclón en las Azores»... porque seguía mirando el tiempo y el mar, que formaron parte de su vida.

Para los compañer@s de UGT se ha ido un amigo. Su recuerdo y sus anécdotas estarán siempre con nosotros. Para mí, Laureano fue, como él mismo decía, «mi guardaespaldas», el amigo que siempre estaba ahí.

Que los vientos te sean favorables.

A la familia, a su esposa Chiruca y a sus hijos, todo el cariño de todos los ugetistas.

*José Carrillo es un histórico dirigente de UGT en A Coruña.

O Brasileiro, un hombre con vida dura que no podía con la soledad

José Ramallo era el vecino con el que todos podían contar

maría hermida

La familia del ribeirense José Ramallo Paz, conocido como O Brasileiro, es consciente de que él lo tenía muy difícil para combatir el coronavirus. Contaba con 86 años y vivía con un solo pulmón. Pero lo que más les duele cada día es que tuviera que fallecer en soledad. Sin una mano familiar que le agarrase. Sin palabras de los suyos. Murió en el hospital y trató de comunicarse por videoconferencia con sus sobrinos y su cuñado, con el que vivía. Pero no oía bien y se ponía nervioso. Así que no pudo ser. «Ata para morrer hai que ter sorte», dice un sobrino suyo con tanta verdad como impotencia.

O Brasileiro, un hombre que rebosaba generosidad y con el que siempre se podía contar, no tuvo una vida fácil. Con 17 años dejó Ribeira para buscar porvenir en Brasil, de ahí su apodo. Trabajó todo cuanto pudo y se hizo cocinero. También formó una familia y tuvo tres hijos. A uno de ellos lo mataron en Brasil para robarle una moto, un hecho que marcó a la familia y que José seguía contando a sus familiares con pena infinita.

Cuando tenía unos cincuenta años, la vida le volvió a traer a su tierra, a Ribeira. Se aferró a su familia. De hecho, comenzó a ir a coger percebes con sus sobrinos hasta que tuvo edad para jubilarse. Vivía con uno de sus cuñados y era una persona imprescindible para la familia. Dicen que nunca fallaba, que si un favor estaba en su mano lo tenías garantizado. Normalmente era tímido, pero a veces rompía esa barrera y se lanzaba a cantar y contar historias.

Tuvo cáncer y otras patologías. Pero siempre logró ir tirando. A finales de octubre, sufrió una neumonía y lo ingresaron en el hospital de Barbanza. La superó y le dieron el alta. Una vez en casa, empezó a encontrarse mal de nuevo. Tanto él como su cuñado, que eran convivientes, dieron positivo. A José lo llevaron para el Clínico. Estuvo allí dos semanas y el 6 de noviembre el espíritu luchador de O Brasileiro se apagó.

El comercial alegre al que una parada respiratoria le había dejado secuelas

Jesús Calvo, vigués afincado en Lalín, pasó sus últimos años en una residencia

cedida por la familia

maría hermida

A Jesús Calvo Costas, natural de Vigo pero afincado en Lalín, la vida le dio un giro de 180 grados hace nueve años. Tenía él entonces 60, estaba en Pamplona trabajando como comercial y sufrió una parada cardiorrespiratoria de la que se recuperó, pero que le dejó secuelas graves. Aunque poco a poco fue mejorando, se convirtió en una persona dependiente a muy corta edad. Vivía en el Fogar Residencial San Miguel de Ponte (Silleda), un centro pequeño donde se sentía de la familia. Hasta allí iban a verle todas las semanas los suyos. Ora era capaz de hablarles y preguntarles por todo lo que hacían, ora estaba algo más despistado por sus secuelas. «Tenía muchos días buenos, en los que me preguntaba por mi trabajo, por todo...», cuenta su único hijo.

En esta residencia, desafortunadamente, también se coló el coronavirus. Y Jesús dio positivo. Le trasladaron entonces a Santiago, al Cegadi, una de las residencias preparadas para dar cabida a enfermos de covid-19. Al principio, estaba asintomático. Pero pronto empezaron las malas noticias: «Nos dijeron que empeoraba y que no era un paciente que pudiese ir a la uci, porque con sus patologías no era viable», indica su hijo. Su empeoramiento fue enorme en pocas horas. A su familia le queda la pena de no haber podido estar con él en este tiempo. De que no hubiese despedida.

Su hijo Pepe, que define a Jesús como un hombre alegre y festeiro que siempre iba de traje y corbata por su trabajo de comercial, le queda el recuerdo del último día que fue a verlo en la residencia. Ya no pudo entrar a abrazarle. Pero sí le vio a través de un cristal. Su padre le hizo un gesto con el pulgar para que supiese que estaba bien. No fue más que un ademán al otro lado del vidrio. Pero ahora se ha convertido en todo un símbolo para su hijo.

Antonio, el nonagenario que se despidió cantando «A Rianxeira»

Fue jefe administrativo de diversas empresas

Antonio Truiteiro
Antonio Truiteiro

maría hermida

Antonio Truteiro Piñón temía que la pandemia le impidiese celebrar el cumpleaños. Estaba a punto de soplar las velas de los 95 años y al hombre le hacía ilusión verse rodeado de los suyos. Porque a Antonio, como a tantos mayores, lo que más le gustaba era estar en familia. Aún así, sabía que en estos tiempos difíciles no hay margen para fiestas. Y se resignaba. Lo que nadie esperaba es que en ese aniversario tan especial el que faltase fuese él. Pero así fue. Porque su cumpleaños era el 20 de noviembre y él falleció el 8 tras contagiarse de covid-19.

En su familia hubo un brote con once personas contagiadas, desde Antonio, a sus 94 años, a un bebé de solo dos meses de vida. Él, que aunque tenía los achaques propios de su edad, estaba bien y era el primero en apuntarse cuando había planes familiares. De trato amable, era hombre de letras por vocación, ya que leía todo lo que caía en sus manos, aunque su vida profesional siempre estuvo vinculada a los números. Así, tal y como detalla su única hija, Antonio fue jefe administrativo en distintas empresas, desde la emblemática La Metalúrgica de Vigo a otras conocidas firmas.

Dicharachero y amable, siempre tenía algo que contar a los suyos. Y así lo hizo hasta el final. Dados sus síntomas y la neumonía que cursó cuando dio positivo por coronavirus, le trasladaron al hospital Povisa. La mayor parte de su familia estaba entonces confinada. Pero dos nietos pudieron ir a verle. No fue una despedida triste. La tecnología les conectó con el resto de la familia y Antonio sacó fuerzas para entonar algunas canciones. A Rianxeira resonó entonces en el hospital. Las ondiñas veñen e van se lo llevaron a otro lugar sin que pudiese cumplir los 95 años. Se marchó sin sufrir. Y ese es el consuelo al que se agarran ahora los suyos.

El adiós a una mujer luchadora y «que siempre fue fuerte»

La hija de Benita Cid lamenta que su madre tuviese que morir sola

dd

p. varela

«Nadie se merece acabar su vida solo, siempre se necesita a alguien», reflexiona Felisa Santos, de 60 años. Nació en Ourense y vive en Madrid desde que cumplió los 26. Y su madre, Benita, era usuaria de la residencia Val de Monterrei, donde el covid-19 se adueñó de ella. «Antes de que ingresase en el hospital de Verín ya estaba mal por la enfermedad», cuenta su hija. Dos días antes de que ocurriese, Felisa realizó una videollamada con ella, en la que estaban sus hijos y nietos. Ella dice que, en aquel momento, sintió casi una premonición de que aquello era un último adiós, «pero hasta el último momento tuve la esperanza de que saliese, porque era una mujer luchadora y que siempre fue muy fuerte».

Felisa estuvo en contacto permanente con el médico que atendía a su madre, «y el día anterior a que ella falleciese me dijo la realidad, que era complicado». Por la noche, llegó a pensar en llamar para ponerla al oído y que ese fuese su último recuerdo. No quería, en ningún caso, que Benita, a la que todos llamaban «Tita», se sintiese sola cuando se apagase su vida. «Después de la primera ola la había visto, en Verín, donde había estado ingresada antes de volver a la residencia. Estaba bien, aunque no quería comer», dice su hija, que antes de terminar quiso dejar un consejo aplicable a todos: «A la gente que quieras, demuéstraselo siempre. Llega el momento en el que se van y nunca se lo has dicho todas las veces que querrías. Es muy importante hacerlo».

El final desgarrador de la buena de Inés

El covid aceleró el empeoramiento de esta pontevedresa enferma de cáncer, que llevaba la palabra ayudar escrita en la frente

maría hermida

Inés Farto Janeiro, de 60 años y vecina de Ponte Sampaio (Pontevedra), era una de esas personas que sufría horrores si alguien le hacía daño a un pajarito, a un gato y, por supuesto, a una persona. Todo corazón, llevaba la palabra ayudar escrita en la frente. Inés era también una mujer valiente, que se ganó la vida trabajando en una camisería y que logró sobreponerse a un cáncer. Ahora volvía a tener la enfermedad. Y el pronóstico era muchísimo peor. «Tiña un cáncer agresivo e galopante. Quero deixar claro que ela ía morrer diso. Pero non tiña que ser así», dice entre lágrimas Juan Carlos, que es su marido pero que se refiere a ella siempre como «o amor da miña vida», ya que se conocieron de jovencísimos bailando en una sala de fiestas y nunca más se separaron. Habla así porque Inés, mientras sufría las consecuencias del cáncer, se contagió de covid-19 en la planta de oncología del Hospital Provincial de Pontevedra en la que estaba ingresada. Y eso, desafortunadamente, lo cambió todo e hizo que su final fuese desgarrador para ella y para su familia.

Inés, efectivamente, estaba hospitalizada en oncología y con su enfermedad ya muy avanzada. Aún así, todavía se levantaba de cama y tenía apetito. Un día, empezó a decirle a los familiares que la cuidaban en el hospital que la comida no le sabía a nada. Pidieron sal. Pero no fue solución. No tenía gusto. Paralelamente, comenzó a empeorar. Ya no tenía fuerzas para incorporarse, le dolían los músculos. Y a veces le faltaba el aire. Se pensó que su dolencia se había agravado y le dijeron a la familia que la llevarían a paliativos. «Eu estiven de acordo porque o que non quería é vela sufrir», señala su marido.

Allí, seguía empeorando. Sobre todo, le faltaba el aire. Parecía raro porque su dolencia no era respiratoria. Fue entonces cuando se detectó que en la zona de oncología donde ella había estado ingresada había un brote de covid-19. Le hicieron la PCR e Inés dio positivo. «Dóeme que pasaran varios días sen que ninguén se dera conta de que tiña o coronavirus», señala su marido, que también pasó el virus.

El día que dio positivo, y que ya estaba muy grave, Inés permanecía ingresada en solitario en una habitación de paliativos. Así que su familia pensó que allí pasaría sus últimas horas. Su marido recuerda que el 20 de octubre le dio un beso en los labios porque en su interior algo le decía que tenían que despedirse.

Lo que él no esperaba es que Inés no pudiese quedarse allí. La trasladaron a Montecelo, el hospital de referencia para el covid, donde murió al día siguiente sin que nadie de la familia pudiese ir hasta allí. «Non entendo ese traslado. Ela estaba en paliativos soa, non había ningún problema. ¿E logo non podería morrer aí, tranquiliña, e que nós puideramos acompañala?», se pregunta él una y mil veces.

Inés falleció el día 21 de octubre. Y desde entonces a José Carlos se le cae la casa encima. Se pregunta una y otra vez por qué el covid-19 se coló en sus vidas para acelerarlo todo. Por qué nadie se dio cuenta antes de que ella lo tenía. Y por qué tuvo que fallecer así. Repasa todas las últimas horas con Inés. Se le viene a la cabeza el día que la propia Inés misma le preguntó a su médica si le quedaba aún tiempo de vida o moriría muy pronto. La doctora le dijo que no lo sabía. Y ella se agarró a la esperanza de poder conocer a su segundo nieto, que estaba a punto de nacer. Tenía la ilusión de ver a ese segundo retoño, hermano de su otra nieta. Pero ni eso pudo ser. Falleció días de que su única hija diese a luz y naciese el bebé que ya no tendrá a la abuela Inés.

Un padre de familia numerosa que había superado muchos achaques

Hombre de pocas palabras y buen carácter, este marinense luchó toda su vida en el mar, y también en tierra

maría hermida

Lisardo Area Santos, de Marín, se convirtió hace solo unos días en víctima de la pandemia. Falleció tras ser diagnosticado de coronavirus mientras distintos miembros de su familia combatían también la enfermedad. Algunos no pudieron ir siquiera al entierro. Ni tampoco a despedirle como les hubiera gustado. Por eso les está costando tanto hacerse a la idea de su partida. Por eso, y porque Lisardo, casado, padre de cinco hijos y abuelo de nueve nietos, era una pieza clave en las vidas de todos ellos.

Lisardo era marinense y, como gran parte de los hombres de su tierra y de su tiempo, buscó porvenir en el mar. Fue marinero y, tras la jubilación, la salud se empeñó en hacerle la puñeta. Tuvo distintas dolencias de gravedad, entre ellas un cáncer. Fue logrando salir de esos achaques y lo hizo agarrándose a su carácter luchador. No era hombre de muchas palabras, más bien se tornaba tímido de puertas afuera, pero tenía buen carácter y le gustaba estar con la familia. Aunque que la salud a veces se la jugaba, estaba bien, y le gustaba salir a tomarse su café o pisar la calle.

En septiembre, un nuevo achaque de salud le llevó al hospital, al Cunqueiro. No se trataba del covid, sino de otra dolencia. Volvió a casa. Y, días después, en una revisión, le ingresaron unos días en el hospital Provincial de Pontevedra. Le dieron también el alta pero, al regresar a casa, se sintió mal. Y a los dos días le llevaron para el hospital de Montecelo. Dio positivo por covid y no tuvo oportunidad. Murió el 9 de noviembre.

Una viguesa que era una madre coraje

Una mujer de hierro que emigró y sacó a su hijo adelante sola

maria hermida

Uno de los dramas del covid-19 es que, de golpe, se está llevando a personas que tenían muchas cosas que contar. Que fueron luchadoras y valientes en tiempos y circunstancias tremendas. Era el caso de Consuelo Suárez Alonso, una viguesa de 93 años. Ella era una de esas mujeres de hierro que en su día tuvieron que emigrar. Estuvo en Francia, donde trabajó como cocinera. Un día, regresó a su país, se afincó en Vigo y se vio sola criando a su hijo. No solo logró sacarle adelante, sino que acabó haciéndose también cargo de dos sobrinas nietas, a las que cuidó y para las que Consuelo era una madre. Trabajó muy duro para salir adelante, y lo hizo en dos empresas emblemáticas de Vigo en el siglo XX. Así, se empleó en la fábrica de cerámica Álvarez y también en La Artística, un negocio de fabricación de envases para la conserva. Consuelo llevaba muchos años jubilada y, aunque con algo de ayuda, era independiente y «hacía sus cositas», como dice la familia. Había estado ingresada en el hospital por una dolencia que no era covid. Volvió a casa, se puso mal. Y se acabó sabiendo que tenía covid. Murió el 17 de noviembre.