El huracán Katrina, que anegó Nueva Orleans hace casi ya 20 años, proyectó en todo el mundo un dantesco espectáculo de subdesarrollo en lo que se suponía que es una gran potencia económica. Miles de afroamericanos que carecían de vehículo propio para huir de la ciudad se refugiaron en el Superdome, el gran polideportivo de Luisiana. De aquellas imágenes nos queda el recuerdo del desfile de cientos de personas obesas, como si fuesen camino de un matadero. Es en las clases más desfavorecidas donde hay una mayor prevalencia del sobrepeso y la diabetes. Comer sano cuesta más caro. La farmacéutica danesa Novo Nordisk —el gran motor de crecimiento económico del país nórdico— ha encontrado en Estados Unidos el gran filón de negocio para sus dos medicamentos: Wegy, para la obesidad, y Ozempic, para la diabetes. Jugada redonda en el país de los bagels, las pizzas, los donuts y las cheeseburgers, un territorio donde todo es XXL y cuyas calles desprenden ese olor tan inconfundible que surge de mezclar el sebo con el azúcar. Para la población diana de esa nueva supuesta tabla de salvación las perspectivas no son demasiado alentadoras. En Estados Unidos, algunas aseguradoras privadas ayudan a pagar los medicamentos para tratar la obesidad, pero la mayoría de los programas de Medicaid (el plan de ayuda para que las personas de bajos ingresos financien sus cuentas médicas) solo lo hacen para controlar la diabetes, y Medicare (mayores de 65 años) solo cubre Wegovy y Zepbound cuando se prescriben para tratar problemas cardíacos. A finales de junio, The New York Times publicaba el testimonio de Joanna Bailey, una médica de familia de Wyoming que se estaba acostumbrando a decirle a sus pacientes que no podían tomar Wegovy. La mayoría de las personas del área en la que trabaja no tienen una póliza que cubra el coste, y pocos en su consulta pueden afrontar un gasto mensual que oscila entre los 1.000 y 1.400 dólares al mes. Lo de siempre: a las aseguradoras, de momento, no les trae a cuenta.