Llevamos décadas hablando sobre la necesidad de revisar los pilares sobre los que se asienta la economía, excesivamente dependiente de los servicios y de la construcción, en comparación con otros países de nuestro entorno; el escenario abierto tras la pandemia —con el maná de los nuevos fondos europeos —se presentó como la gran oportunidad para mover los cimientos y corregir algunos comportamientos diferenciales negativos respecto a los socios europeos. Por ejemplo, el mayor nivel de paro y la menor productividad. Veamos qué dicen algunas cifras: desde finales del 2019 hasta el primer trimestre del 2024, el Valor Añadido Bruto (VAB) del sector servicios creció un 6,3 %, casi el doble que el resto de la economía. Paradójicamente, las ramas de restauración y ocio, que habían caído en picado, han recuperado su fortaleza incorporando mano de obra inmigrante. Y los visados de obra nueva están un 35 % por encima de los niveles prepandemia. No son datos alentadores que revelen que el conjunto de la economía haya empezado a girar hacia el ansiado cambio de modelo productivo, el gran mantra de nuestro tiempo. La inversión productiva sigue en niveles bajos y las empresas no utilizan sus excedentes para aumentar sus bases productivas. Raymond Torres, director de Coyuntura Económica en Funcas, sí aprecia algunos cambios respecto a épocas anteriores: el mejor comportamiento de los servicios no turísticos, la expansión de las energías renovables y una cierta resistencia de la industria juegan a favor de la economía española ante en una eventual crisis. Pero los aspectos sustanciales del modelo siguen ahí. Tiempo habrá de evaluar en qué medida los nuevos fondos europeos han servido para virar el rumbo. Pero no todo depende de eso. Porque hay desafíos enormes todavía pendientes, como mejorar la formación de los desempleados, adaptar la educación al nuevo entorno tecnológico e impulsar una estrategia que sirva para que la llegada de mano extranjera complemente a lo que ya tenemos.