El Gobierno ultima una ley sobre producción con el objetivo de decir adiós a los combustibles fósiles en el 2050, una estrategia que potencia el modelo nuclear y la eólica marina
03 dic 2023 . Actualizado a las 05:00 h.Francia quiere abandonar de aquí al 2050 el uso de combustibles fósiles, responsables del recalentamiento climático. Esta semana el Gobierno ha precisado en un nuevo documento su estrategia para poner fin a la dependencia de esta fuente, fomentando las energías renovables y nuclear. Según la ministra de Transición Energética, Agnès Pannier-Runacher, «la transformación que hay que acometer en las próximas tres décadas es de una envergadura comparable a la de la primera revolución industrial (...) si queremos alcanzar nuestros objetivos climáticos y garantizar nuestra soberanía energética».
Confirman así las grandes líneas del plan energético fijadas por el presidente de la República, Emmanuel Macron, en febrero del 2022. Y próximamente, sobre la base de este documento, se presentará una ley sobre producción energética que el jefe del Estado prometió a primeros de año y que se espera, con un poco de suerte, para el 2024. A día de hoy, el consumo de energía final en Francia está compuesto en un 37 % de petróleo y un 21 % de gas (además de un 2 % de carbón), producidos en su mayoría en Rusia y Oriente Medio, lo que «pesa sobre la factura de los franceses», como recuerda la ministra. Según sostiene, para aspirar a «una economía más sobria y eficiente, abastecida casi totalmente por energías bajas en carbono y producidas y controladas en nuestro suelo», será necesario reducir esa cuota de combustibles fósiles de forma gradual, del 60 % al 42 % en el 2030, y hasta el 29 % en el 2035. Para conseguirlo habrá que bajar el consumo de energía entre un 40 y un 50 % en comparación con lo consumido en el 2021, principalmente a través de una modificación de hábitos y acciones en materia de eficacia energética. Desde ahora y hasta el 2030, el ritmo de reducción también va a acelerarse para alcanzar un 30 % menos en relación con el 2012.
El Gobierno asegura que aunque estas cifras puedan parecer colosales, la mayoría de los patrones de consumo bajos en carbono son «intrínsecamente muy eficientes», y ponen como ejemplo la bomba de calor en comparación con una caldera de gasóleo. Las soluciones para este cambio se basan en gran medida en la renovación térmica de los edificios (que hasta ahora se aplica a cuentagotas), y la electrificación del transporte. Junto a ello, será esencial la sobriedad energética, lo que significa un cambio del comportamiento de los ciudadanos tanto a nivel individual como colectivo. En el ámbito nuclear, la nueva estrategia recoge las decisiones tomadas en el 2022: prolongar la flota actual de reactores más allá de cincuenta o incluso sesenta años, construir seis nuevos reactores presurizados europeos (EPR), decidir la construcción de otros ocho (EPR2) o lanzar un primer reactor modular pequeño en el 2030.
Pero también será necesario «masificar la producción de todas las energías renovables», sobre todo si se tiene en cuenta que Francia es el único país de la UE que no ha alcanzado su objetivo —fijado en el 2009 por una directiva europea— de lograr el 23% de energías renovables en el consumo final bruto. Se propone la creación de unos treinta parques eólicos marinos, como el de Saint-Nazaire, que es el único que está hoy en servicio en Francia. En cuanto a la energía eólica terrestre, Emmanuel Macron quería ralentizar el ritmo debido a la fuerte oposición local, pero finalmente va a mantenerse la cadencia actual, lo que permitirá duplicar su capacidad hasta el 2035. El Gobierno espera que haya «un reparto equilibrado» de los parques eólicos e invertirá para sustituir los viejos aerogeneradores por otros nuevos y más potentes. También está previsto que se multiplique por cinco la capacidad de biogás hasta. Todos estos esfuerzos son necesarios para compensar el hecho de que, a pesar de que se haya registrado un descenso global del consumo de energía, el consumo de electricidad va a aumentar considerablemente como consecuencia de la electrificación de numerosos usos, como el transporte o la calefacción.