El presidente Rueda ha utilizado el debate de la autonomía para proponer un nuevo relato económico. Uno enteramente propio y que ha articulado sobre la acción de gobierno de en las áreas de medio ambiente, economía e industria y medio rural. Esta estrategia pone el énfasis en los nuevos valores, marca los objetivos y proyecta una imagen de Galicia hacia dentro y hacia fuera. Y hace algo más, obliga al resto de fuerzas políticas a construir otra narrativa, que ha de tener la misma estructura: valores, objetivos e identidad. En la contraposición de modelos los gallegos sienten que están ante una sociedad democrática más madura. Pero, en estos momentos, el único que ha dado el paso ha sido Alfonso Rueda. He aquí los principales pilares que sustentan este relato.
Primero, una revolución administrativa. Si los gallegos que hemos sufrido y sufrimos la lentitud administrativa nos uniéramos en un club, con toda seguridad, superaríamos en masa social al Real Club Deportivo de La Coruña. Lo cual no es fácil. Y también superaríamos en lágrimas a esta afición, lo que tampoco es sencillo. Este mal, en honor a la verdad, tampoco es gallego, se sufre por todo el territorio nacional. Por ello, si somos capaces de dar una garantía temporal a los proyectos de inversión industrial conseguiremos tres cosas: un diferencial positivo, retener inversión autóctona y captar inversión ajena a Galicia. El compromiso de gestionar los expedientes de inversión en un plazo no superior a los doce meses es la muestra de esta revolución administrativa. ¿Es suficiente? No, pero determina un valor, el respeto a la inversión privada industrial y un objetivo nítido que, de ejecutarse con eficiencia, cambiará la imagen de Galicia ante los ojos de los inversores industriales.
En segundo lugar, la sostenibilidad. La madera estructural es aquella capaz de sustituir al hormigón. Requiere de productos complejos, como por ejemplo el CLT o el tablero de madera laminada cruzada, y esto supone hablar de nuevas fábricas, de bosques sostenibles, de operarios cualificados y de nuevas técnicas constructivas, que han de ser estudiadas en las escuelas de arquitectura. Dado que estos productos son necesarios para mitigar la huella de carbono de la construcción, responsable del 40 % de las emisiones mundiales, tocaba hacer dos cosas: o esperar a que todos esos elementos se deslizaran desde los países nórdicos y nos conquistaran, o activar Galicia para que pudiera liderar España. Desde la Xunta se trabaja por lo primero. Primero, incorporando por imperativo legal un mínimo de madera constructiva en la obra civil autonómica. La demanda pública creará un sector de futuro y sostenible. Si somos capaces de avanzar y aprendemos a hibridarlo con el hormigón, haremos algo más: seremos líderes mundiales.
El impacto de la madera no termina aquí, se extiende a las fibras vegetales. El apoyo decidido a la futura fábrica de Ence en As Pontes o a la de Altri, en Palas de Rei, son mucho más que inversiones que transforman el medio rural; se trata de palancas de cambio y de posicionamiento estratégico. Es la vanguardia que nace en nuestro entorno rural.
Por último, los recursos naturales. La transición ecológica y la digital, que marcarán la agenda económica de la Unión Europea, ponen en valor los recursos naturales de Galicia. Somos dueños de nuestros bosques, vientos, mares, subsuelo, somos dueños de los recursos que han de impulsar el crecimiento de Europa. ¿Qué hacer? Ponerlos en valor, convertirlos en el alpha de un omega llamado bienestar. Ahí está la Ley de Recursos Naturales y los sistemas de financiación público-privada ¿Mejorable? Todo es mejorable, salvo pedirle a Galicia que le dé la espalda a su bienestar.