Poco después de la muerte de Franco, iniciando mis estudios de economía en el Colegio Universitario de A Coruña, me encontré con un profesor singular que con el paso del tiempo se convertiría en un compañero de docencia y, además, en un amigo. Se trataba de un jovencísimo que trataba de renovar y modernizar la docencia, en aulas abiertas a la recién conquistada libertad, acercando a los estudiantes a la realidad económica y a la estimulante oportunidad de creación de una nueva época de transformación social y económica en España y en Galicia, a través del acercamiento académico reflexivo a unos jóvenes recién salidos de la adolescencia.
Más allá de las corrientes de la estructura económica y de las posibilidades de acción de las distintas políticas económicas (ambas asignaturas fueron las materias de cuya instrucción estaba encargado), este profesor trataba de acercar al aula la situación económica española en el inicio de la democracia, no sin desconcierto del alumnado, mucho más acostumbrado entonces a memorizar y reproducir en los exámenes aquello que previamente se había estudiado. Así, aparecieron en escena los Pactos de la Moncloa, o la sorprendente pregunta en el primer examen sobre la cotización del dólar, que nos abrieron los ojos a la importancia de conocer los fundamentos de la economía y sus herramientas de análisis para comprender la realidad que nos rodeaba y lo que resultaba más inspirador: la posibilidad de transformar la realidad que nos tocaría vivir de adultos. Y eso fue exactamente lo que él hizo a lo largo de los distintos puestos que desempeñó en la política española, y gallega, como concejal, senador y presidente de la Xunta, entre otros, o cargos técnicos, como, por ejemplo, en la Dirección General de Ordenación Pesquera, donde dirigió las negociaciones pesqueras de España con la Comunidad Económica Europea; representando a España en la Conferencia Mundial de la FAO sobre la Pesca o como presidente de Puertos del Estado.
Sus investigaciones han ampliado los límites de la estructura económica e influido en las decisiones de política económica y han guiado a otros académicos hacia nuevas vías de investigación. Su capacidad para establecer conexiones entre los marcos teóricos y las aplicaciones del mundo real ha sido excepcional como inspiración para políticos y académicos.
Desde la Universidad da Coruña, como alumna, compañera y amiga, quisiera mostrar a Fernando un reconocimiento merecido, por su docencia, investigación, colaboración como profesor y como director del Instituto Universitario de Estudios Marítimos, desde donde ha proyectado la vocación atlántica de Galicia y ha unido a investigadores de muy diferentes esferas, buscando sinergias y fomentando la cooperación.
Como tengo el privilegio del acercamiento personal y, creo, el afecto compartido, me gustaría resaltar la calidad humana que acompaña al profesor, al político y al intelectual, cuyo humanismo y humanidad son muy destacables y que, en muchas ocasiones, se obvian ante el apabullante currículum plagado de reconocimientos. Recuerdo la ilusión con la que una vez al año visitaba un instituto de un pueblo situado en la provincia de Pontevedra, conduciendo su coche entre el orballo y las nieblas invernales, con la alegría de un niño que coge su mochila para disfrutar de su primera excursión colegial. Así es como Fernando González Laxe ofrece su colaboración desinteresada a quienes a él acuden.
He podido disfrutar de su última clase, el pasado día 10, en la facultad de Economía y Empresa de la Universidade da Coruña, pero estoy segura de que todavía hay muchas lecciones que quedan pendientes y que espero seguir recibiendo en el futuro. Fernando, muchas gracias por tu amistad, tu mérito y tu ejemplo. Seguiremos muy pendientes de tus siguientes lecciones.