Las agallas de Lady BMW

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Susanne Klatten, que tiene el 19 % del todopoderoso gigante automovilístico, es una de las grandes fortunas de Europa

21 may 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

A Susanne Hanna Ursula Klatten (Bad Homburg, Hessen, Alemania) la riqueza le viene de cuna. Posee el 19 % de la todopoderosa BMW. Ahí es nada. Lo heredó de su padre. Su madre fue la tercera esposa del legendario industrial Herbert Quandt, el hombre que salvó al fabricante de automóviles alemán de la quiebra y que sentó las bases del imperio que es hoy. También le cayó del cielo el 50,1 % del gigante químico Altana.

Pero lejos de entregarse a la indolencia y dejarse mecer en los placeres que proporciona el dinero, Klatten se empleó a fondo desde muy joven en formarse para, llegado el momento, asir con pulso firme las riendas de su vida y sus negocios. Entre otras cosas, es licenciada en Finanzas y tiene un máster en Administración de Empresas. Se estrenó en el mundo laboral trabajando para la agencia de publicidad Young and Rubicam, en Fráncforct; para luego dar el salto a Londres, donde trabajó para el Dresdner Bank, la consultora McKinsey y el Banco Reuschel and Co.

Abnegada en el trabajo y celosa a rabiar de su intimidad. Así es la germana. Tanto es su empeño en pasar desapercibida que en algunos de esos empleos de los primeros tiempos llegó incluso a utilizar el nombre de Susanne Kant. Todo para mantener a salvo de miradas indiscretas su vida personal. Porque si hay un rasgo de ella que sobresalga sobre los demás ese es el de la discreción. Esa virtud sin la cual dejan las otras de serlo, que proclamaba Francis Bacon.

Una máxima que la germana ha seguido con disciplina prusiana desde su más tierna infancia. Hasta que el amor, o lo que parecía serlo, lo dinamitó todo en el 2007. Por aquel entonces conoció Klatten, casada y madre de tres hijos, a Helg Sgarbi, un oficial del Ejército suizo, licenciado en Derecho y envuelto en ese cierto aire indefenso que tanto atrae a algunos (para gustos, los colores). Se vieron por primera vez en el bar de un hotel de la ciudad austríaca de Innsbruck. Enseguida sintió ella una «gran cercanía». Y se dejó llevar. Pero, de indefenso, nada. Acababa de caer la heredera de BMW en manos de unos chantajistas. Para Sgarbi aquella no era la primera vez. Ni la segunda. Pero sí la última. Llevaba tiempo haciendo de las suyas. Engatusando a mujeres acaudaladas para luego extorsionarlas con la ayuda de un cómplice: Ernano Barretta, acaudalado gurú de una secta local de los Abruzos, en Italia, a la que pertenecían Sgarbi y su esposa. Él fue quien se encargó de prepararlo todo para grabar los encuentros íntimos de la pareja con la idea de pedirle luego dinero a la alemana a cambio de no airear su infidelidad. Ocho semanas duró el romance. Hasta que se rompió el hechizo. En mil pedazos.

Pero, esta vez, el hueso era duro de roer. Tanto que Klatten prefirió pasar el mal trago y contárselo todo a la policía antes de plegarse al chantaje. Como «un hombre fascinante de ojos azules, alto y delgado», que le pareció enseguida «muy triste y digno de que lo ayudaran». Así se lo describió a los agentes cuando puso la denuncia. Y es que, aunque célebre por su timidez, es también Susanne Klatten de las que prefiere ponerse una vez colorá que cien amarilla.

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