Las últimas medidas del Gobierno para paliar los daños de la sequía deberían suponer un alivio, ya que las nubes no quieren, para el maltrecho negocio de la agricultura y la ganadería. Y también para contener el precio de los alimentos, que sube de forma imparable. La inflación alimentaria va a ser uno de los asuntos protagonistas de la campaña electoral que comienza, y de la siguiente. Veremos si las soluciones que se proponen tienen sentido, porque hasta ahora veníamos achacando el encarecimiento de la cesta de la compra a la guerra de Ucrania, el cambio climático, la batalla comercial entre Estados Unidos y China, etcétera, y esas cuestiones no las puede resolver el Gobierno de España ni el de ninguna autonomía.
The Wall Street Journal publicaba un análisis de Paul Hannon según el cual en la fortaleza del impulso alcista de los precios influye el que muchas grandes empresas están aprovechando la crisis para incrementar sus beneficios. Los precios al consumo en la zona euro crecieron en abril un 7%, mientras que la inflación subyacente, que excluye alimentos y energía, se moderó hasta el 5,6 %. Para los economistas del BCE —cita también el diario— el aumento de los beneficios de las empresas ha contribuido más a la inflación que los incrementos salariales.
Este factor de la inflación ya se abordó hace un mes, cuando Juan Roig, presidente de Mercadona, confesó sin eufemismos que habían subido «una burrada los precios». Otros han seguido el mismo camino. Mercadona mejoró sus beneficios un 5,5 % el año pasado; el valor de sus ventas aumentó un 11 %, pero en volumen solo crecieron un 1 %. Carrefour mejoró sus resultados un 26 % en el conjunto de su mercado; en España, bastante menos. Lidl, la tercera cadena de la distribución española, ganó un 28 % más (en el año económico febrero 21-22), pero sus ventas solo aumentaron un 6,6 %. Parece que la incertidumbre universal en la que vivimos tienta a muchos empresarios a agarrar ahora mismo todo lo que puedan, y después de mí, el diluvio. Lo único bueno del caso es que estos repuntes de codicia son más fáciles de contrarrestar que la guerra de Ucrania o el cambio climático.