¿Es Galicia una comunidad competitiva?

MERCADOS

MABEL RODRÍGUEZ

La autonomía puntúa alto en el entorno institucional y se constata una mejora creciente en el mercado de trabajo, pero falla en el entorno económico, la innovación y la tecnología y, sobre todo, en la conectividad de las infraestructuras

05 feb 2023 . Actualizado a las 22:07 h.

La globalización se identifica con una interdependencia económica creciente del conjunto de los países del mundo, estimulados por el aumento del volumen y la variedad de transacciones transfronterizas de bienes y servicios, así como de los flujos de capitales, tecnologías y personas. Dichos intercambios, en buena medida, han sido provocados por shocks tecnológicos positivos; esto es, aquellos que afectan a las infraestructuras de la comunicación y del transporte. A la vista de los últimos cambios y transformaciones se puede afirmar, sin temor a equivocarnos, que estamos ante un cambio de era. Y dichas mutaciones están sustentadas por la difusión rápida del conocimiento que contribuye a cambiar la forma de interactuar de los negocios y de afrontar la competencia.

La competitividad es la habilidad que poseen las empresas, industrias, regiones y ciudades de generar niveles relativamente altos de ingresos y de empleo, así como poder responder a nuevas rivalidades internacionales. Normalmente, la competitividad local/regional se mide por el comportamiento del PIB per cápita. Este se descompone en tres factores: productividad del trabajo, tasa de empleo y estructura de la pirámide de la población. De esta manera, centramos la atención en comparar el comportamiento de la región/ciudad en términos de su capacidad para elevar la productividad del trabajo y, simultáneamente, incrementar las cifras de empleo, proporcionando ocupación a una fracción elevada de la población.

Las potencialidades

Con el fin de incrementar la competitividad debemos apostar por reforzar nuestra productividad, como apunta el Nobel de Economía, Paul Krugman, cuando afirma que la productividad lo es casi todo. En este sentido, es preciso distinguir aquellas dotaciones de los factores productivos con los que cuenta la región/ciudad. En primer término, distinguimos los factores básicos (clima, recursos naturales, situación geográfica, disponibilidad de mano de obra) y los factores avanzados (infraestructuras técnicas, personal científico, técnicos altamente cualificados, centros de investigación) con los que podemos conseguir ventajas competitivas de orden superior, como las derivadas de una oferta de productos diferenciados y de tecnologías de producción propia. En segundo lugar, procedemos a distinguir los factores generalizados (aquellos que se refieren a las infraestructuras básicas o al personal laboral cualificad) de los factores especializados (los relacionados con el conocimiento).

Examinando ambos criterios, se puede afirmar que los factores avanzados y los especializados son la fuente de las ventajas competitivas más significativas, necesitando por ello, un entorno institucional de alta calidad para la promoción y difusión del marco geográfico al que nos dirijamos.

Planteada la cuestión, las estrategias de desarrollo regional/local deben ir adaptándose, ajustándose y alineándose en función de sus características y de los niveles de desarrollo de cada ecosistema. El gurú del management americano, Michael Porter, nos sugiere la existencia de tres etapas en las fases de desarrollo de las ventajas competitivas regionales. La primera, está orientada hacia los costes de los factores de producción. Esto es, enfatiza en torno a la reducción de los costes de la mano de obra y el acceso a los recursos naturales disponibles en el entorno geográfico. Utiliza escasa tecnología y está limitada por los flujos de inversión directa extranjera y los productos de imitación. La segunda etapa, está sustentada por la capitalización. Es decir, se apoya en la eficiencia de la producción de bienes y servicios localizados en instalaciones equipadas con tecnologías avanzadas. Emergen las joints-ventures y no solo se usan tecnologías externas sino que también se impulsa la producción interior. En esta etapa, se constata una pérdida de las ventajas competitivas en aquellos segmentos de actividad con alta sensibilidad a los precios. Por último, la tercera etapa está fundamentada por la innovación y la difusión del conocimiento. Se basa en la habilidad de la producción de bienes y servicios innovadores y en la utilización de técnicas muy avanzadas. Las empresas desarrollan estrategias de internacionalización, los servicios consiguen un peso elevado en la estructura económica y las cadenas de valor aportan ventajas a la producción local. Las propias desventajas de costes en los factores tradicionales de producción dan lugar a innovaciones en la medida que se mejora la capacidad investigadora de los centros y universidades especializadas.

La globalización obliga, en consecuencia, a que las regiones/ciudades deban planear y diseñar algo distinto que una mejora puntual de algunos parámetros con los que poder subir en los ránkings. La clave radica en la aplicación y desarrollo de nuevos mecanismos de gobernanza; es decir, ser capaces de estimular, incentivar e infundir una atmósfera social positiva, que además sea aceptable colectivamente. Desconocer la influencia de los aspectos relacionados con la calidad de la gobernanza significaría el derrumbe de cualquier estrategia y desbarataría todos los intentos de reforzar los niveles de resiliencia, así como las apuestas por el márketing territorial y los impulsos para mejorar la imagen de marca regional/local.

Recientemente, el Colegio General de Economistas elaboró un ránking de competitividad regional de las comunidades autónomas. Dispuso de siete ejes o dimensiones para su clasificación. Galicia se sitúa en el puesto 9 de las 17; o sea, refleja un comportamiento medio-bajo. Destaca, sin embargo, por su entorno institucional; seguida del eje correspondiente al mercado de trabajo y al capital humano. Por contra, se registran bajas puntuaciones en lo que hace referencia al entorno económico e innovación; y mucho más reducidos son los índices referidos a las infraestructuras y a la eficiencia empresarial.

Mirar al futuro

De este modo, no resulta difícil advertir que los problemas derivados de la falta de competitividad y de atractivo territorial de Galicia están centrados en la accesibilidad y conectividad de las infraestructuras y en el tamaño y dotación tecnológica de nuestras empresas. El conjunto de estas variables son las que inciden en la productividad de Galicia. Por eso, las estrategias económicas de nuestras instituciones deberían poner en marcha medidas en esa dirección sino queremos quedar anclados en una continua dependencia de nuestras acciones y estructuras, con lo que se perpetuaría no solo la marginación, sino el enclaustramiento.

Fernando González Laxe. Catedrático de Economía.