Tócala otra vez, Liz

MARÍA BASTIDA

MERCADOS

Una abatida Liz Truss, este jueves, al anunciar su dimisión como primera ministra a las puertas del número 10 de Downing Street
Una abatida Liz Truss, este jueves, al anunciar su dimisión como primera ministra a las puertas del número 10 de Downing Street HENRY NICHOLLS | REUTERS

23 oct 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Vivimos en el mundo de la inmediatez, el relato, la media verdad y la ya casi olvidada posverdad. Muchos de estos elementos se conjugan cuando se intenta profundizar en un tema, o perimetrarlo adecuadamente, así que un interlocutor rara vez mantiene el interés más allá de los dos minutos iniciales. El clásico ciclo de planteamiento-nudo-desenlace queda ahora reducido a un breve resumen. Y si este cabe en un tuit, mejor me lo ponen.

Y todo esto viene a cuento de la debacle de la propuesta de rebaja impositiva de la británica Liz Truss. En el imaginario colectivo ha quedado instalada la idea del batacazo de la propuesta, resumida en «bajar impuestos es malo». Igual que si resumimos Casablanca con la separación de Rick e Ilsa, perdiendo los detalles de una inconmensurable historia de amor y lealtad. Los detalles importan, y también importan en lo que pasó en el Reino Unido.

El problema no es proponer una bajada de impuestos, sino hacerlo sin presentar un plan complementario de ajuste de gasto. Lo que viene siendo contar el qué, sin explicar el cómo. En estas condiciones, el mercado interpreta que la reducción de la recaudación implicará aumentar el endeudamiento, y por mucho que el Reino Unido sea un estado soberano en emisión de moneda, la compra estructural de deuda pública por parte de su Banco Central implica inflación y depreciación de la libra. Y ante la reacción inmediata y desmesurada de la bolsa, se retira la medida.

Pero como analizar los mecanismos subyacentes es complicado, y explicar las críticas de la curva de Laffer o los límites de la teoría monetaria moderna es complejo, nos quedamos con la simplificación máxima: se equivocan quienes proponen bajar impuestos, y para muestra, el botón británico. Quienes enarbolan propuestas similares tampoco se prodigan en explicaciones, y en esas estamos.

Lo curioso es que los teóricos triunfadores, quienes aplauden lo ocurrido porque entienden que refuerza sus argumentos, no parecen percatarse que el verdadero triunfador es el mercado. Ese mismo ente abstracto que atacaba la soberanía de los Estados cuando obligaba a adoptar medidas de austeridad. Es decir, que los que decían que había que revolverse contra la tiranía de los mercados, son quienes aplauden ahora que ese mismo tirano cambie la política fiscal de un Gobierno. Y así estamos también.

Y entremedias de todo esto, nos perdemos derivadas fundamentales. Como que el funcionamiento económico rara vez entiende de relatos, y que los mecanismos consecuentes y derivados de la política económica son directamente desencriptados por los agentes económicos, que reaccionan. Que está bien transmitir una previsión optimista de la perspectiva económica, pero cuando el optimismo exacerbado se utiliza como base de un diseño de presupuestos se mina la credibilidad. Que cuando todas y cada una de las instituciones de análisis económico —independientes, dependientes y demás especies conocidas— alertan de una clara desviación en las previsiones de crecimiento económico, se mina la rigurosidad. Que tan malo es proponer bajar impuestos sin explicar mecanismos complementarios de recaudación o ajuste, como llevar el gasto público al infinito y más allá —Buzz Lightyear dixit—, convirtiendo una recaudación extraordinaria de carácter inflacionista en gasto —hipoteca— estructural. Que los mercados interpretan esas señales, y las traducen en falta de confianza. Y que por mucho que nos cuenten una y otra vez que todo está yendo fenomenal, y que somos campeones de casi todo, cada vez nos cuesta más pagar el día a día. Porque a veces no hace falta saber de economía, sino simplemente hacer la compra.