Los líos de la vicepresidenta Yolanda Díaz

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La vicepresidenta segunda, Yolanda Díaz, este viernes en Bilbao
La vicepresidenta segunda, Yolanda Díaz, este viernes en Bilbao Luis Tejido | EFE

18 sep 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

En el siglo XVIII era habitual que la economía política fuese una parte de la filosofía. El propio Adam Smith, titular de la cátedra de filosofía moral de la Universidad de Glasgow, la situaba como la última parte de su programa. Aunque la abordaba después de explicar teología natural, ética y jurisprudencia. Lo que le preocupaba era cómo cohesionar los sentimientos morales con el verdadero carácter del hombre económico, cómo enlazar su concepto de simpatía, desarrollado en su Teoría de los sentimientos morales con el de interés propio, mostrado en su obra magna, La riqueza de las naciones.

Una de sus máximas más conocida es rotunda: «No es la benevolencia del carnicero, cervecero o panadero de donde obtendremos nuestra cena, sino de su preocupación por sus propios intereses». Esta afirmación, quizás sin desearlo su autor, terminó expulsando a la ética de las teorías económicas de las decisiones humanas, mostrando a los agentes, es decir, a usted y a mí, como cuerpos sociales preocupados por satisfacer sus prioridades. Y ahí sí podría estar la ética, pero en un espacio privativo e íntimo de la persona, nunca como un factor transversal.

Esta semana y la pasada, a pesar de la guerra de Ucrania, las subidas de los tipos de interés, las noticias negativas sobre la inflación, y todo lo que pasó, que no fue poco, dedicamos buena parte del tiempo a hablar de la vicepresidenta Yolanda Díaz y su propuesta de precios máximos que, al poco, se transformó en unas cestas de productos básicos de precio ajustado en grandes superficies. Después ya no eran tal, porque no se incluían los perecederos. Y claro, ¿cómo le vendes a la tienda de proximidad que la estigmatices ante las generosas multinacionales de la distribución alimentaria? Así que, al final, terminó con una amenaza de imposición fiscal extra, acompañada por un «hay que comprar en las tiendas del barrio».

La vicepresidenta la ha liado por dos motivos; el primero es coyuntural y se puede solucionar: un exceso de exposición mediática. Lo preocupante es lo segundo: no comprende que si has de incrementar la oferta — y con ello bajar el exceso de demanda, la causa última de la inflación— debes conocer lo que motiva, como diría Smith, al carnicero, al cervecero y al panadero. El problema es que ellos sí lo saben, como la inmensa mayoría del país, y aunque el ministro Planas mostró una seriedad tranquilizadora, sorprenden negativamente los silencios del presidente Sánchez. Quien también ha sorprendido, en este caso positivamente, es José Luis Díaz-Varela, uno de los nuestros que, como tantos, tuvo que dejar su casa, Monforte, para construirse un futuro, primero en Cuba y, después, en Cataluña. Esta semana, de la mano del presidente Rueda, el vicepresidente Conde y el alcalde Tomé, anunció, acompañado de su hijo, que su empresa, el grupo Indukern, va a crear cincuenta puestos de trabajo de alta cualificación en el polígono de O Reboredo. Su gesto me recordó automáticamente a Amancio Seijas y las decenas de empleos que ha creado en Chantada, o a la familia Mouriño, que desplazó a Vigo el epicentro de sus inversiones empresariales. Gallegos que tuvieron que irse, que crecieron bajo la adversidad y, hoy, cuando solo conocen la abundancia y el éxito, desean convertir sus orígenes en cómplices de sí mismos. Aquí está la ética de Adam Smith. A nadie se le puede exigir que la comparta, pero si se somete a ella, nuestra obligación es reconocérsela y honrarle. Estos, una muestra de otros muchos, son «os bos e os xenerosos» que necesita nuestra Galicia y que reclamaba Pondal.