Hagamos de una vez política económica

MERCADOS

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y las vicepresidentas Nadia Calviño y Yolanda Díaz se felicitan tras la aprobación de la reforma laboral.
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y las vicepresidentas Nadia Calviño y Yolanda Díaz se felicitan tras la aprobación de la reforma laboral. JUAN MEDINA

26 jun 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

El pasado domingo, Juanma Moreno y Alberto Núñez Feijoo echaron un cubo de agua fría sobre la Moncloa. Pero el lunes, ya despierto, y con el cuerpo todavía mojado, el Gobierno de España emprendió el viaje acelerado a su zona de confort: el plan estrella. Después de horas de asiento frente al ordenador, reuniones de fondo y escaso tiempo para el sueño, llamaron a los medios amigos para que este domingo, hoy mismo, todos sepamos que nos hallamos otra vez de pie, con la frente despejada y con el rumbo claro de levantar este país.

Otro inmenso error, porque España no necesita que nadie la levante, ya lo hace sola. Quizá lo que necesita es que la traten con madurez. Porque de eso va esto de la democracia, de que los que gobiernan comprendan que no somos imbéciles y que cuando hay problemas, los entendemos, y que si nos piden ayuda, estaremos siempre ahí. En este caso, además, una buena parte de nuestras dificultades son propias del contexto internacional y de la forma en la que nos ha tocado salir de esta crisis. El primer gran error de Sánchez ha sido permitir que a su alrededor se generase una nebulosa permanente de un ruido ensordecedor e insoportable. ¿Qué puede sentir un ciudadano cuando observa que el debate sobre pelotas de goma o de espuma determina la elección de un presidente autonómico o que los presupuestos del Estado dependen del cierre de una comisaría de la policía nacional? ¿Qué piensa aquel que tiene que salir corriendo de su trabajo a tapiar las ventanas de la casa que heredó de su abuelo porque le han avisado de que alguien está dentro?

Y cuando el ciudadano no entiende nada, porque vive en un mundo lleno de ruidos, se da cuenta de que la inflación le ha comido el 10 % de su renta. Así, en dos telediarios. Ese ciudadano vuelve a sufrir porque su abuelo ha fallecido y era de los pocos de la familia que, gracias a su pensión referenciada al IPC, no sufría la escalada de precios. Sabemos que la deuda está alta, que hay déficit primario (no cubrimos el gasto corriente) y que los jubilados son un bloque electoral.

Es la hora de despertar. El presidente Sánchez ha de poner las luces largas, porque de lo contrario, ya puede hacer veinte planes estrella, que España no le dará su confianza. Sus mil estrategias de supervivencia han sembrado la idea de que ya todo es posible, de que todo es correcto: solo hay que tener un puñado de congresistas en el momento adecuado.

Por delante tendremos un verano espectacular. El empleo tocará los cielos. La hostelería estará eufórica. La etapa estival rebajará la intensidad del debate político, pero llegará el otoño y, sin el bronceado de agosto, la piel volverá a la palidez habitual. La gasolina seguirá a precios prohibitivos, el euríbor empezará a trastocar las cuentas de su hipoteca y, con la comida, las familias irán a buscar marcas blancas para poder cuadrar las cuentas del mes. ¿Y qué hará el Estado? Lo que está claro es que empezará a notar la presión de los nuevos tipos sobre la deuda pública y eso le llevará o a buscar la eficiencia del gasto, lo que estará haciendo usted en su casa, o a intentar incrementar su recaudación. Y muchos suponemos lo que ocurrirá. Pues esta es la cuestión. Nos acordaremos de cuando el Congreso debatía sobre el cierre de una comisaría, y para entonces la gente desconfiará y reducirá el consumo. El escenario propicio para la temida estanflación. Es cierto que el problema es muchísimo más complejo. Pero primero debemos reducir el ruido, después recuperar la sensatez y, finalmente, ponernos de una vez por todas a hacer una política económica de verdad.