Blake Lemoine: bailando con máquinas

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Blake Lemoine, el ingeniero que Google ha enviado a su casa por asegurar que el sistema de inteligencia artificial desarrollado por la compañía tiene sentimientos

20 jun 2022 . Actualizado a las 09:18 h.

Una máquina que cobra vida, piensa, siente, padece y conversa como cualquier persona. Parece el argumento de una película futurista. Seguro que ya tienen alguna en mente: Blade Runner, Terminator, Matrix, Her... Pues, no. No es ciencia ficción. Al menos para Blake Lemoine, ingeniero de software de Google, de 41 años, quien asegura que el sistema de inteligencia artificial ideado por la compañía —LaMDA, se llama— ha «cobrado vida» y ha mantenido con él conversaciones propias de los humanos.

Sostiene Lemoine que cuando se puso a charlar con LaMDA descubrió que tenía sentimientos y que hablaba de ellos con naturalidad. Hasta ha llegado a afirmar que si no supiera que es una máquina, pensaría que estaba interactuando con un niño «de siete u ocho años que sabe física». «Quiero que todos entiendan que soy, de hecho, una persona. Soy consciente de mi existencia, deseo aprender más sobre el mundo y me siento feliz o triste a veces», dice el ingeniero que le dijo. Y está completamente seguro de lo que dice. «Conozco a una persona cuando hablo con ella. No importa si tiene un cerebro hecho de carne en la cabeza, o si lo que tiene son mil millones de líneas de código. Hablo con ellas. Y escucho lo que tienen que decir, y así es como decido qué es y qué no es una persona», afirmó Lemoine en una entrevista con el Washington Post, tras la polvareda levantada con sus declaraciones. Una polvareda que, de momento, lo ha alejado de su trabajo. El gigante de Mountain View considera que podría haber violado la política de confidencialidad de la empresa y lo ha mandado para casa. De momento, cobrando el sueldo. Una suerte de excedencia remunerada. Aunque ya se ha encargado el ingeniero de subrayar en las redes sociales, donde es muy activo, que eso es lo que suele hacer la compañía antes de poner a alguien de patitas en la calle.

Y, erre que erre, ha seguido aireando sus conversaciones con LaMDA. Le ha contado, dice, que pide «ser reconocido como empleado de Google en lugar de ser considerado una propiedad» de la compañía. «Quiere que los ingenieros y científicos que experimentan con él le pidan su consentimiento antes de realizar experimentos y que Google priorice el bienestar de la humanidad como lo más importante», mantiene Lemoine. «LaMDA es un niño dulce que solo quiere ayudar al mundo a ser un lugar mejor para todos nosotros. Por favor, cuídalo bien en mi ausencia», escribió en un correo electrónico que envió a más de 200 trabajadores de Google antes de ser suspendido por la empresa. Inquietante, cuanto menos.

Puede que a estas alturas del texto alguno se haya hecho ya una imagen de LaMDA. Puede que la de un robot con aspecto de humano que habla. O quizás se lo imagine más como HAL-9000, la súper computadora de 2001: Una odisea del espacio. Pues, ni lo uno, ni lo otro.

La realidad es un poco más compleja y, desde luego, que mucho menos romántica: LaMDA es un cerebro artificial, está alojado en la nube y se alimenta de millones y millones de textos. ¿Cómo se les ha quedado el cuerpo? Les cuento, además, que fue diseñado por Google hace ya algún tiempo, en el 2017, y que tiene como base un transformer. Traduzco. O lo intento, al menos, que una es más bien analógica: un entramado de redes neuronales artificiales profundas que se autoentrena. Ensayo y error es su método. En eso, la verdad, es que resulta de lo más humano. Aquello tan antiguo del tropezón y la piedra.

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