Lo que aprendemos de la destrucción creativa

Isabel Novo Corti CATEDRÁTICA DE ANÁLISIS ECONÓMICO. UDC

MERCADOS

FRANCK ROBICHON | EFE

24 abr 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

El libro publicado en el 2021 por Philippe Aghion, Céline Antonin y Simon Bunel bajo el título The power of creative destruction (El poder de la destrucción creativa), disponible en español en la edición de Deusto y calificado como de obligada lectura por Jean Tirole, el premio Nobel de Economía, plantea nuevamente la idea original de Shumpeter sobre la necesidad de revisar el capitalismo en su concepción tradicional. El fondo de la cuestión está claro: algo falla en el sistema, pero el rango de respuestas y propuestas es tan amplio como inconcreto. Desde quienes plantean una quiebra total y la búsqueda de un sistema alternativo, hasta quienes proponen ahondar en la liberación de los mercados.

J.A. Shumpeter, fallecido en 1950, no llegó a ver la incidencia de su innovadora interpretación (en el momento en el que la formuló) y del éxito del término «destrucción creativa», que él mismo acuñó, para apuntar hacia la innovación tecnológica como un proceso que señala la senda a seguir, y que deja en el camino a quienes no son capaces de adaptarse a los nuevos tiempos. Así, las estructuras empresariales menos dinámicas e innovadoras serán fagocitadas por un sistema de cambios tecnológicos que conducen hacia el éxito económico de quienes los asumen e impulsan, al tiempo que destruyen a sus competidores.

Además de las disquisiciones filosóficas sobre nuevos o reformados sistemas políticos, sociales y/o económicos, varias son las claves de la cuestión, en mi opinión. La primera de ellas es preguntarse hasta qué punto estamos o no en un tren con paradas. Es decir, ¿estamos ante un proceso reversible o imparable?. La segunda, de orden cuantitativo, aborda la magnitud de los efectos. ¿Pesa más la creación o la destrucción? ¿Superan las ventajas a los inconvenientes? La tercera clave es de orden distributivo, centrándose en valores morales y éticos, es decir, responder a la pregunta de quién se aprovecha de las ventajas o, alternativamente, quién paga los inconvenientes. Finalmente, está la clave relacionada gestión. Esto es, cómo afrontar este resto desde las políticas públicas.

Si la respuesta es que la innovación tecnológica es un proceso imparable y que aporta más que lo que destruye, cabe preguntarse sobre cómo gestionar estas ventajas para que se extiendan al conjunto de la sociedad, haciendo de verdad que se trate de un proceso de crecimiento, no solo económico, sino también social y personal, consiguiendo así una mejora en la calidad de vida general en el contexto de una sociedad justa e inclusiva. Es decir, la parte «creativa» debe ser gestionada adecuadamente para que la parte de «destrucción» se minimice y el balance sea positivo para la sociedad. Esta es una tarea de gestión que puede llevar la prosperidad a la sociedad o puede reforzar las zonas más oscuras del capitalismo depredador y en la cual las políticas públicas son la piedra angular para el éxito.