En economía, los incentivos son la clave

PEDRO MAS CIORDIA

MERCADOS

El presidente Joe Biden anuncia las sanciones impuestas a Rusia.
El presidente Joe Biden anuncia las sanciones impuestas a Rusia. KEVIN LAMARQUE | Reuters

Los mercados actuales de libre competencia tendrían que ser el caldo de cultivo perfecto para producir un resultado muy eficiente, pero eso depende de las instituciones y de sus estrategias, de ahí que se produzcan resultados tan distintos entre los países

17 abr 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

La mano invisible es una metáfora creada por Adam Smith, uno de los mayores exponentes de la economía clásica, que expresa que los individuos o agentes económicos moviéndose solo en función de su propio interés, pero bajo ciertas condiciones necesarias, paradójicamente llegan a resultados óptimos para el colectivo dado que, sin pretenderlo, a nivel agregado se alcanza la minimización de los costes de producción, algo que se demostró imposible de alcanzar para las economías con sistemas de planificación centralizada.

Esas condiciones necesarias requeridas son mercados libres, con competencia y sin regulación, a menos que existan externalidades (daños o beneficios sobre el colectivo no recogidos en el precio de un bien o servicio) y en ese caso sí debería haber una cierta regulación para que los precios fuesen un indicador claro de los costes y beneficios reales de los bienes y servicios producidos. Si se dan todos estos requisitos, entonces el precio resultante será el incentivo acertado que empuje a actuar en la dirección correcta a la sociedad.

Pero, claro, cuando los precios no reflejan las posibles externalidades, o los mercados no son competitivos, la «mano invisible» ya no funciona tan bien. Un ejemplo de ello, cuando los mercados no son competitivos, serían los oligopolios y el famoso «dilema del prisionero», que es el lado opuesto de la «mano invisible». Los participantes en este tipo de mercados, actuando en su propio interés, llegan a un resultado malo para el colectivo y que ninguno de los intervinientes habría querido.

En una economía de mercado, los precios son su faro y, por tanto, el de la economía global en su conjunto. Toda la información necesaria está sintetizada en estos, mandando una información clara con un incentivo aparejado. En general, políticos y consumidores no suelen entender bien el mecanismo de los precios. Por ejemplo, después de un desastre natural es habitual ver incrementos de precios en algunos bienes, los más demandados por las circunstancias en un momento determinado. Pero no tardan en llegar las quejas de los consumidores, lo que lleva a los políticos a valorar el establecimiento de controles de precios.

Pero, en esencia, el significado es mucho más simple. Ese incremento es un faro con un incentivo que significa que hoy necesitamos producir más de este bien a costa de otros. Con el tiempo, el incentivo del precio hará que se destinen más recursos a producir ese bien, sacrificando otros, y se acabarán satisfaciendo las necesidades del consumidor, propiciando que los precios terminen bajando. Esto no se produciría si se estableciesen precios mínimos.

Los mercados actuales de libre competencia tendrían que ser el caldo de cultivo perfecto para producir un resultado muy eficiente. Pero depende de las instituciones y de los incentivos. Por eso se producen resultados tan distintos entre países adscritos al libre mercado.

Centrémonos en los incentivos, incentivos que son una espada de doble filo. Si están adecuadamente alineados con el interés general, constituyen una herramienta muy poderosa; pero si pasa lo contrario, puede ser muy destructiva, tanto a nivel macroeconómico como microeconómico. La vida real está llena de incentivos en múltiples situaciones al margen de los precios, precios que son el incentivo por antonomasia.

A finales del siglo XVIII las cárceles inglesas estaban saturadas, lo que conllevó que los políticos decidiesen llevar a parte de la población reclusa a Australia. Las condiciones de los reclusos durante el trayecto eran inhumanas, tanto es así que los primeros viajes tenían unos porcentajes de supervivencia del 66 % de la población reclusa embarcada y los supervivientes llegaban hambrientos y enfermos. Toda esta situación generó un clamor popular que implicó que los políticos buscasen fórmulas de solución. Al final, la solución ideada por los economistas fue fácil: pagar por prisionero que desembarcaba vivo en Australia en vez de pagar por prisionero que embarcaba en origen. El resultado no deja de ser sorprendente: la ratio de supervivencia alcanzó el 99 % y la condición física de los supervivientes mejoró de forma sustancial. ¿Qué había cambiado? ¿El sentimiento de benevolencia, la presión social? No. Simplemente los incentivos. Estos se cambiaron, se enfocaron bien… y el resultado fue sorprendente (Many Middle Passages, Emma C., Casandra P., and Marcus R.).

En la década de los 90 los incentivos de las grandes empresas cotizadas estaban mal fijados. La remuneración variable que se pagaba a los directivos se basaba, principalmente, en los resultados del año, lo que implicaba estrategias radicales con el objetivo de cobrar cantidades ingentes a pesar de que fuesen estrategias de «pan para hoy y hambre para mañana», como se demostró a posteriori. Finalmente, los objetivos de modificaron y se vincularon a variables de más largo plazo, no solo a los beneficios de un año determinado, y se ligaron también a los comportamientos relativos del sector. Otro buen ejemplo sería la colectivización agraria llevada a cabo por la Rusia comunista de principios del siglo XX, colectivización que fue la responsable de las grandes hambrunas producidas. Si mi esfuerzo individual no paga y estoy condicionado al esfuerzo de la colectividad, lo normal es que las personas no se esfuercen. Piensen en un examen e imaginen que les indican que su nota será el promedio del colectivo. ¿Qué harían? ¿Estudiar más o menos? Es evidente, estudiar menos. Estudiar más no «paga».

Un ejemplo más actual, en otro ámbito, serían las recientes sanciones a Rusia. Estas, sin duda alguna, han sido acertadas y hay argumentos sobrados que señalan que la cuerda sancionadora debería seguir tensándose. Pero no debemos olvidar que estas sanciones generan incentivos que implicarán, probablemente, un cambio de modelo el día de mañana. El bloqueo de las reservas rusas depositadas en los mayores bancos centrales occidentales (equivalentes a unos 300.000 millones de dólares estadounidenses) podría acarrear grandes consecuencias, afectando al privilegio de la divisa americana como moneda global de intercambio. Será difícil que muchos países quieran mantener reservas en estos bancos centrales si pueden ser fácilmente confiscadas, pudiendo implicar a futuro que muchas transacciones comerciales no se realicen en dólares estadounidenses, por lo menos para ciertos países, y, por tanto, la probabilidad de que la americana siga siendo la divisa de reserva mundial futura se puede ir reduciendo. Esto será un proceso, en el caso de que se produzca, de largo plazo, pero el oro puede ser uno de los ganadores al ser un activo que no es pasivo de nadie, al contrario de los activos financieros.

No se engañen, son los incentivos los que mueven la economía y estos han de estar bien dirigidos y alineados con el interés general para tener un resultado óptimo y ser conscientes de que su alteración siempre genera consecuencias.

Pedro Mas Ciordia es director general del Santander Private Banking Gestión.