Precios energéticos: un problema estructural

MERCADOS

TEMPOS ENERGÍA.

03 abr 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Joe Biden le ha ofrecido a la Unión Europea 15.000 millones de metros cúbicos anuales de gas, cantidad que irá ascendiendo, alcanzando los 50.000 millones en el 2030. Con este mensaje arrancaron, el 25 de marzo, la inmensa mayoría de medios de comunicación de Europa. Si alguno tenía alguna duda sobre la importancia de las cifras, el mensaje se reforzó indicando que esto suponía un 68 % más que lo aportado en el 2021. A partir de aquí, todos deberíamos estar tranquilos y entender a EE. UU. cuando nos pedían una muestra adicional de valentía y romper definitivamente con el gas ruso. Lo que silenciaba la Casa Blanca es que todo este esfuerzo adicional apenas alcanzaba el 10 % de las importaciones rusas, cifradas en 155.000 millones de metros cúbicos al año. Y callaba algo más grave: que hacía más de un mes los gigantes del esquisto habían jurado que no iban a perforar más pozos de gas y petróleo. Es más, el consejero delegado de Pioneer, Scott Sheffield, durante una entrevista en Bloomberg TV, afirmó que, aunque se pusiese el precio del petróleo a 200 dólares, no incrementarían su producción. Esta frase, lógicamente, no era caprichosa, y mostraba el sentir de una industria que, a nivel financiero, se siente débil y con problemas de capitalización. Los costes de producción por fracking o fractura hidráulica en EE.UU. son diez veces más altos de lo que le cuesta producir un barril a los saudíes. El sector del esquisto ha sufrido en los últimos diez años dos caídas pronunciadas de precios. Está convencido de que un aumento en la producción podría conllevar una nueva bajada, y es lo que menos desean. Su obsesión es estabilizarse por encima de los 100 dólares y reforzar el capital de sus empresas. Actualmente suponen el 3,6 % del índice S&P500, frente al 12 % que alcanzaron hace una década, antes de la caída brutal de precios del 2014.

Por tanto, se agradece que el presidente Sánchez bonifique la gasolina con veinte céntimos, pero el problema de precios energéticos no es coyuntural. Debemos estar preparados para una larga senda de precios elevados, ya que el esquisto no incrementará ostensiblemente la producción, y, por tanto, no presionará a la baja los precios del barril. Por otro lado, Oriente Próximo tiene un nuevo gendarme, y este no es Biden, sino Putin. Fueron Rusia e Irán las que llevaron tropas de tierra al norte de Irak y al este de Siria, y con ello eliminaron la amenaza terrorista del Estado Islámico. Parece obvio que ese despliegue militar, que pasó desapercibido para una parte del mundo occidental, no se llevó a cabo sin el consentimiento del Gobierno liderado por Trump y sin el beneplácito de Arabia Saudí. ¿Y esto qué significa? Que Rusia, tercer productor mundial, está marcando los precios mundiales y si algo querrá, superada la invasión de Ucrania, es sanearse vía altos precios del gas y el petróleo. Esta tesis es coherente con las manifestaciones hechas esta misma semana por Suhail al-Mazrouei, ministro de Energía de Emiratos Árabes al afirmar que no podían politizar ni llevar la política a la OPEP. Estas declaraciones, sin embargo, colisionan con la estrategia de EE.UU., ansiosa por generar excedentes con los que cubrir el déficit ruso.

Parece evidente que Europa, y España en particular, tiene que abordar una estrategia estable de control de los precios de los carburantes, y la condición necesaria para ello es un cambio en su estructura fiscal. Lo contrario, es un juego a los dados: si tienes suerte y la coyuntura es favorable, ganas, y si no, pierdes. En ese caso. ¿Qué queda? ¿Otra huelga de transportes?