Retos económicos en el nuevo escenario

Miguel A. Vázquez Taín

MERCADOS

MABEL RODRÍGUEZ

Las inversiones en la transición verde no deberían verse afectadas por las nuevas necesidades sino, más bien al contrario, ganar un mayor impulso. Y no solo por alcanzar los objetivos en materia de emisiones, tan necesarios en nuestro planeta, sino también y, sobre todo, para lograr más independencia en materia de energía. Afrontar los retos derivados de la guerra requiere de capacidades adicionales a las que cuentan los países de forma individual y Europa está llamada a ser de nuevo la solución

20 mar 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Cuando nuestra economía aún no era capad de atisbar un horizonte relativamente estable tras la crisis provocada por la pandemia, tratando de hacer frente, entre otros, a los problemas en las cadenas de suministro y al incremento de los precios energéticos, la invasión de Ucrania por parte de Rusia viene a trastocar el proceso de normalización y recuperación económica de una forma que, aunque ya podemos constatar sus consecuencias inmediatas, resulta difícil concluir sobre sus implicaciones últimas. Esta dificultad va asociada a la imposibilidad, al menos para mí y en estos momentos, de visibilizar un escenario final del conflicto bélico que suponga una vuelta a algo parecido al status quo previo en el ámbito geopolítico y económico a nivel mundial.

Nos encontramos ante un nuevo contexto internacional que, más allá de la convulsión provocada en este momento por la guerra y las medidas tomadas para hacer frente al ataque ruso, tendrá importantes y duraderas repercusiones sobre la economía. Esta realidad obliga a dar respuesta a las amenazas inmediatas y, al mismo tiempo, a realizar un replanteamiento que permita una normalidad económica futura.

Aunque estamos en la fase de shock inicial, y las perspectivas están sujetas a una volatilidad e incertidumbre extraordinarias, junto con el drama humano, las consecuencias económicas son ya extremadamente graves. En el parte de daños económicos de la guerra, y como efectos de primera ronda, tenemos el incremento de los precios de la energía que, aunque tiene especial incidencia en sectores concretos, afecta de forma transversal a todas las cadenas productivas, que ven disparados sus costes, y a los hogares, que ven reducida su capacidad adquisitiva. Además, Rusia y Ucrania producen materias primas básicas para determinados sectores, por lo que la interrupción de las cadenas de suministro, con especial importancia en algunos bienes agroalimentarios —cereales, aceite de girasol y fertilizantes principalmente— repercutirá en las empresas afectadas y en el precio de los productos, lo que también mermará el poder adquisitivo de los consumidores.

Aún con todo esto, serán los efectos que podríamos denominar de segunda ronda los que más deben preocupar a España en términos macroeconómicos. La inflación, impulsada por los precios energéticos y de los alimentos y productos afectados, podría desembocar en el medio plazo en una espiral de precios y salarios. A su vez, esto puede acelerar la subida de los tipos de interés que, en el contexto de incertidumbre abierto, que sin duda conllevará un incremento de la aversión al riesgo de los inversores, introducirá elementos de preocupación sobre la sostenibilidad de la deuda pública de los países que, como España, presentan niveles importantes de endeudamiento junto con una recuperación más débil dentro de la Unión Europea.

Hacer frente a estos efectos inmediatos, y tratar de anticiparse a los futuros, exigirá de actuaciones excepcionales que, a nivel europeo, requieren de un liderazgo de las instituciones comunitarias y una coordinación con y entre los Estados. La respuesta articulada hasta ahora quizá sea un punto de inflexión para avanzar hacia una mayor unión política que, además, debería llevar aparejada un aumento del presupuesto comunitario. Junto a la agenda europea de la transición energética, la digitalización y la resiliencia de la economía, se hace necesario ahora incluir la provisión de nuevos bienes públicos, como son la atención a los refugiados y la defensa, tanto en ámbito tradicional de la seguridad como en el de la economía.

La defensa de nuestra economía es un bien público aún por definir y por concretar su provisión, pero creo es uno de los retos de futuro y, en este sentido, las inversiones en la transición energética no deberían verse afectadas por las nuevas necesidades sino, más bien al contrario, ser intensificadas. Las energías verdes no solo nos permitirán alcanzar los objetivos en materia de cambio climático, tan necesarios para nuestro planeta, sino también y, sobre todo, nos darán mayor independencia energética. En todo caso abogo, de forma temporal, por dar un paso atrás y aprovechar los recursos que aún tenemos en el ámbito del carbón y otras energías «a extinguir» para hacer frente al reto inmediato de recomponer el mercado energético.

Nueva estrategia

A su vez, una parte importante de la carga recaerá sobre los países, que además de asumir su cuota en los gastos de defensa y de atención a los refugiados, deberán intentar amortiguar el golpe del incremento de la inflación con políticas de transferencias y de reducción de ingresos tratando de compensar el incremento de los costes. Los efectos macroeconómicos adversos y estos gastos adicionales impactarán también en las cuentas públicas, debilitando la capacidad de los gobiernos para afrontar la situación, sobre todo desarrollando políticas que devuelvan la confianza a las empresas y a los consumidores, cosa complicada en los momentos actuales. El resultado final es que todas las economías, y la española no será ajena e ello, se verán afectadas, de entrada con una reducción importante del crecimiento previsto y, si el conflicto se prolonga en el tiempo o escala de magnitud, poniendo en riesgo el mismo.

Afrontar con mayor garantía de éxito los retos derivados de este nuevo escenario requiere de capacidades adicionales a las que cuentan los países de forma individual. En este sentido, Europa, más allá de los recursos, está llamada de nuevo a ser una parte importante de la solución. Por ahora parece que ha entendido su responsabilidad, demostrando unidad y capacidad de reacción en la defensa de sus valores. Son los tiempos difíciles los que hacen fuertes a las personas y a las sociedades y, en este sentido, procede invocar la visión predictiva de Jean Monet, uno de los «padres fundadores» de Europa, cuando decía que «Europa se forjará en las crisis y será la suma de las soluciones adoptadas para esas crisis». La respuesta europea, primero a la situación provocada por la pandemia y ahora a la invasión rusa de Ucrania, es la parte esperanzadora de lo malo que nos ha pasado en estos dos años, eso lo tengo claro. Sobre mi análisis y las predicciones del impacto de la guerra en la economía solo deseo estar equivocado.

Miguel A. Vázquez Taín. Presidente del Consello Galego de Economistas

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