Malos tiempos para la lírica

ÁLVARO GALIÑANES

MERCADOS

MABEL RODRÍGUEZ

Veníamos de un año muy bueno en las bolsas, con la esperanza de que la pandemia fuera un mal sueño y de que en 2022 nuestro principal problema fuese atemperar un poco el ciclo, pero todo ha cambiado; con la guerra me vinieron a la memoria algunos de los peores momentos que me ha tocado vivir en mi carrera profesional, como el 11S, la invasión de Irak o la caída de Lehman

20 mar 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Título de uno de los poemas de Brecht compuesto en uno de los momentos más convulsos de la Europa de mediados del siglo pasado, que sirvió también como título a Coppini y Cardalda, dos icónicos protagonistas de la movida viguesa de los años 80, para una de las canciones con una de las letras más surrealistas de la historia del pop funk español. Tan surrealista era la letra de Golpes Bajos en los 80, como lo son los tiempos que nos está tocando vivir.

Vaya por delante que podemos hacer un sinfín de conjeturas acerca de cómo se van a desenvolver los acontecimientos y, tal y como sucede en estos días, donde «todo pasa demasiado deprisa», cualquier cosa que digamos creo que es un brindis al sol porque tenemos un conflicto bélico, aquí «al lado», de consecuencias impredecibles y con giros tan rápidos que apenas tenemos tiempo de analizar las causas y, menos aún, predecir consecuencias más allá de lo que pasará mañana.

Hace unos días estaba comentando con uno de mis más antiguos y estimados clientes si en estos momentos era más importante para los mercados la pospandemia, el cambio de paso de los Bancos Centrales o una guerra en la Europa Oriental, y a los dos días Putin decidió invadir Ucrania. Ni que decir tiene que cuando abrieron los mercados y con una cobertura mediática casi ininterrumpida, me vinieron a la memoria algunos de los peores momentos que me ha tocado vivir en mi carrera profesional, como el 11S, la invasión de Irak o la caída de Lehman. Dejando a un lado lo emocional de los acontecimientos (lo que me resulta francamente complicado), hemos aprendido que, cuando suceden hechos como el que estamos viviendo, el impacto sobre los mercados financieros, en general, y sobre la renta variable y fija, en particular, es en realidad bastante moderado. Conforme las aguas vuelven a su cauce y se va diluyendo la incertidumbre, los inversores vuelve a centrarse de nuevo en «las ventas» y «los beneficios» de las compañías y las sobre reacciones de los momentos más álgidos de mercado van dejando paso, poco a poco, a la racionalidad y al día a día.

Para ilustrar esto, hay multitud de estadísticas, aunque las cifras bailan mucho dependiendo del índice de la bolsa que uno coja, si se tienen en cuenta o no dividendos, o si se hacen los números en la divisa del índice o en euros. Para este tipo de análisis, los economistas solemos tomar como referencias índices norteamericanos como el Dow Jones Industrial o el Standard & Poor's 500, por la longevidad de las series y porque los índices son más representativos de la economía. Utilizando este último selectivo y tomando datos desde mediados del siglo XX (no me remonto más atrás porque las economías de antes de los años 50 se parecen como un huevo a una castaña a las actuales), en acontecimientos tan dispares y con tanta repercusión para la sociedad y la economía como el ataque de Pearl Habour, la Guerra de Corea, la crisis de los misiles de Cuba, la guerra del Yom Kippur, la invasión de Kuwait, los atentados de Madrid, Londres o Boston, o la crisis de los misiles de Corea del Norte de 2017, el impacto medio de todos estos acontecimientos y otra docena más es de aproximadamente un 8 o 9 % de caídas, teniendo en cuenta que de media el mercado toca fondo más o menos 20 días más tarde del inicio de la caída y tarda otros 40 días en recuperar todo lo perdido. Cierto es que, como todas las estadísticas, esto son promedios y en los casos de los conflictos bélicos las bolsas han caído más y la recuperación ha sido más lenta en general.

Tampoco vamos a ocultar que todo esto se produce en un momento francamente regular. Veníamos de un año muy bueno en las bolsas, con la esperanza de que la pandemia fuera un mal sueño y de que en 2022 nuestro principal problema fuese atemperar un poco el ciclo, subiendo algo los tipos de interés y de paso enfriando los precios, que ya en la recta final del año pasado apuntaban maneras. De ahí que las bolsas ya habían empezado a recoger en el mes de enero temores a un escenario global menos positivo y cierta preocupación por la inflación, tras varios meses de bolsas al alza y a la baja consecutivamente durante 2021.

Razones para comprar escasean y para vender nos sobran. Cuando la cosa va bien, nos preocupamos porque las cosas vayan a torcerse. Y cuando se empiezan a torcer, lo que nos quita el sueño es que vayan a empeorar. Antes de que comenzara todo esto, semana a semana nos preocupábamos por las consecuencias de la enésima oleada del covid , porque todo había subido mucho, porque las economías estaban demasiado endeudadas, porque las valoraciones eran generosas, por la sostenibilidad de los beneficios, por los más que evidentes repuntes de inflación o por si los banqueros centrales, en uno de los momentos más importantes de sus mandatos, van a saber leer bien los indicadores macroeconómicos e interpretar bien las señales del mercado y actuar adecuadamente.

Analizando un poco el comportamiento de los distintos tipos de activos, las bolsas -que es siempre lo que llena los tabloides- han caído mucho, pero mucho más ha sufrido la renta fija. Antes del inicio de la invasión de Ucrania, desde los bonos emitidos por los gobiernos hasta la renta fija más arriesgada habían tenido recortes de entre el 2 % y casi el 6 %. Con el conflicto, la parte más arriesgada de la deuda ha seguido cediendo terreno, sobre todo, el segmento emergente, que ha llegado a perder más de un 9 % de su valor; mientras que la deuda soberana y, en parte, la renta fija corporativa europea han servido de activo refugio y han moderado parcialmente las pérdidas. ¿Dónde se han refugiado los inversores? En el dólar y el yen, en el oro y en casi todas las materas primas, en general, especialmente, en petróleo y gas.

Y desde aquí, ¿qué podemos hacer? Reconociendo lo terrible de la situación, la guerra no va a descarrilar el crecimiento. El peso de la economía rusa es menos del 3 % del PIB mundial y no podemos perder de vista que los Bancos Centrales siguen estando ahí y, aun cuando su misión sigue siendo velar por la inflación, ya han demostrado que saben hacer su trabajo en los momentos más convulsos. ¿Qué recomendaríamos en un mundo con un crecimiento razonable, pero seguramente menor que en los años anteriores y desde luego con precios más elevados? Pues tener renta variable sobreponderada, aprovechar las correcciones para comprar y con un sesgo, quizá mayor, a Estados Unidos y Europa y para los estómagos más preparados, algo de renta variable emergente latinoamericana, que ha pasado bastante desapercibida en todo este conflicto. Las compañías siguen ganando dinero, los márgenes son altos y, aunque vayan a ser moderados en el futuro, en estos precios las ratios son mucho más ajustadas. Sectorialmente, cargaría las tintas desde luego en aquellos sectores que vayan a continuar aprovechándose de este contexto reflacionista, como los financieros, los industriales y materiales, además de la tecnología que tiene que estar presente en todas nuestras carteras. Y, en renta fija, compraría vencimientos cortos y cupones flotantes para recoger los repuntes de las curvas y, para los más preparados, renta fija emergente, especialmente, China y high yield tras las caídas que hemos visto.

 Dicho todo esto, hay un tiempo para cada cosa. El conflicto lamentablemente durará lo que tenga que durar y los progresos serán graduales y «bajo la superficie» y, como no me considero un experto estratega geopolítico, no me atrevo a predecir nada acerca del conflicto. Como siempre, no hay recetas mágicas ni válidas para todos los perfiles de riesgo. No hay dos personas iguales ni en gustos ni en necesidades y no podemos extender una recomendación a ningún cliente sin tratarlo de manera individual. No, al menos, en mi trabajo donde adaptamos cada cartera a la visión que tenemos en cada momento y desde luego a sus necesidades particulares.

De todo esto yo he sacado tres conclusiones importantes. La primera es que la gestión pasiva puede no ser la más adecuada para todos los inversores, porque en circunstancias como estas, la capacidad de reacción queda mermada y nos podemos encontrar con algún susto no deseado. La segunda es que la diversificación de nuestras inversiones es lo único que protege de verdad nuestra cartera. La tercera es que los mercados son así, tienen volatilidad y cuando invertimos tenemos que asumir los riesgos. Tenemos que conocer y comprender bien donde están nuestros dineros. Añadiría una cuarta y, para mí, la más importante, pónganse en manos de un profesional. Su banquero o asesor, que son los que mejor les conocen, son los más adecuados para recomendarles aquellos fondos, productos o servicios que mejor se adaptan a sus necesidades y son los idóneos para explicarles bien que es lo que pueden esperar de sus inversiones en términos de rentabilidad y, sobre todo, de riesgo. Confiando en que la racionalidad impere de nuevo, recuerden la letra de la canción: «…Contra las rocas se estrellan mis enojos…» «…Y así toda esperanza devuelven…».

Álvaro Galiñanes es director de Inversiones de Santader Private Banking Gestion.