Soluciones
Ante este panorama, el primero en cambiar la hoja de ruta ha sido el Banco Central Europeo. Su presidenta, Christine Lagarde, anunció hace diez días la retirada paulatina de estímulos financieros. Antes de la guerra, el plan era reducir la compra de deuda progresivamente hasta septiembre. Ahora, si nada cambia, a partir de verano el BCE dejará de comprar. La decisión impactará en la economía española, que perderá las condiciones favorables de financiación, una circunstancia que se hará visible con un casi inevitable incremento de la prima de riesgo.
La subida de los tipos de interés, que equivale al dinero extra que se paga por pedir dinero prestado, tendrá que esperar. Aunque la Reserva Federal de Estados Unidos sí se ha lanzado a dar el paso. Esta semana decidió subir los tipos hasta situarlos en un rango de entre 0,25 % y 0,5 %. Es el primer incremento en el precio del dinero en el país estadounidense desde diciembre del 2018.
Más allá de estas correcciones, el margen de actuación a nivel nacional es limitado, según apuntan los expertos. El Gobierno ya ha tomado la decisión de bajar los impuestos, aunque no ha concretado cuánto ni cómo, y la rebaja fiscal parece la única herramienta disponible para minorar el impacto de la inflación. No porque pueda incidir directamente en ella — las bajadas de tributos no tienen ese poder— sino porque evitarán un peligro mayor: la caída pronunciada del consumo. El gasto de las familias ya se moderó a finales de año, fruto precisamente de la subida de precios, que ya rozaba el 7 %. Si el consumo decayese, le seguiría después el PIB.
Un retroceso en el crecimiento, junto con una reducción en la compra de deuda pública, es un caldo de cultivo propenso para una palabra que nadie quiere escuchar. La temida recesión no está ahora sobre la mesa. Ni las peores previsiones apuntan a ese escenario pero, por ahora, solucionar el problema energético a corto plazo vía bajada de impuestos parece la opción más sensata. Más en un momento en el que «la financiación de deuda es todavía alta», apunta Josep Lladós. El déficit público es, por ahora, el precio a pagar.
Lo positivo
Sobre todo lo malo que atraviesa la economía española, hay un factor que invita al optimismo. Las cifras de empleo se mantienen sólidas. No es poca cosa, hay una enorme correlación entre el empleo y la actividad productiva, que directamente influye en el PIB y el crecimiento de un país.
El nivel de creación de puestos de trabajo se ha mantenido por encima de lo esperado. Los afiliados a la Seguridad Social crecieron en el conjunto del año, en comparación con el 2020, un 8,8 %. Las cifras ya eran buenas y no se deterioraron con el estallido de la guerra. Según los últimos datos disponibles, los de febrero, el empleo creció en 67.111 trabajadores. Habrá que esperar a la estadística de marzo para confirmar la tendencia, pero en el ámbito laboral no hay alertas sobre la mesa para los expertos.
Un informe de Funcas elaborado en enero sostenía la misma idea: «El mercado laboral reflejará la recuperación de la economía, aunque en menor medida que en el 2021 por la desaparición de los efectos de reapertura de la actividad». Las previsiones situaban en 850.000 los puestos de trabajo a tiempo completo que se crearían durante los dos próximos años. Una mejora que se reflejaría luego en la tasa de paro, que podría descender por debajo del 13 %.
No solo es que la creación de empleo siga cuesta arriba, es que además, la contratación indefinida sigue ganando terreno. En concreto, en el mes de febrero, 316.841 personas firmaron contratos indefinidos, más del doble que en el mismo mes del año pasado. Ahora está por ver si la guerra permite sostener este ritmo.
¿Qué son los temidos efectos de «de segunda ronda»?
Hace casi sesenta años, el 17 de noviembre de 1965, el ministro de Finanzas británico, Ian Mcleod, se dirigió a la Cámara de los Comunes para explicar la situación económica que atravesaba el país. «Tenemos lo peor de los ambos mundos», dijo, «no solo inflación por un lado y estancamiento por el otro, sino los dos a la vez». La frase concluyó con la invención de un nuevo término: «Tenemos una especie de estanflación». Esta es la partida de nacimiento de una palabra que había aparecido de refilón y con cuentagotas, hasta que la realidad económica la ha puesto sobre la mesa. ¿Qué significa? En pocas palabras: que los precios suben sin freno mientras la economía se mantiene estancada. Es uno de los peores escenarios posibles, porque, con la teoría en la mano, no hay una receta exacta para combatirlo.
Tampoco es que sea nuevo, se vivió primero en los años 70, cuando la subida del petróleo y las materias primas provocaron una inflación que llegó a rozar el 45 %. Esas cifras estratosféricas no las contempla ahora ni el más pesimista de los analistas.
De hecho, la preocupación de los expertos no es tanto la estanflación, que necesita otras chispas para prender, como los temidos efectos «de segunda ronda». Durante todo el 2021, la subida de precios la acaparaba el ámbito energético. Hacia final de año, empezaron a verse las primeras transferencias hacia otros productos, motivadas sobre todo por la crisis de suministro. Todo debía ser temporal. Pero el estallido de la guerra está consolidando el traslado de costes a otros sectores. Lo demuestra la subida del precio de los alimentos, así como de la ropa, el menaje del hogar, la hostelería o incluso el turismo. Cada vez suben más componentes del IPC. «No sabemos cuánto va a subir la inflación, ni hasta cuando lo hará», resume el profesor de economía Josep Lladós.
La lógica inflacionista tiene una máxima: alguien tiene que pagarla. Nadie quiere ver mermado su poder adquisitivo, pero la solución no puede pasar por estimularlo subiendo los salarios. Porque si eso pasa, se cronificará el asunto. Si los convenios suben, entonces sí, aumentará el peligro de estanflación.
La guerra obligará a Europa a buscar nuevas alianzas comerciales con otros países
Durante los primeros días de invasión, una pregunta se instaló en los titulares: ¿Puede Rusia cortar el suministro de gas a Europa? ¿Qué pasaría entonces? Rafael Fernández, profesor de la Universidad Complutense que conoce bien la economía rusa, apuntó entonces que lo previsible era que la relación comercial entre ambos se mantuviese. Preguntado por lo mismo tras 25 días de guerra, se mantiene: «Los costes para Europa de una interrupción, aunque sea parcial, serían enormes. No solo por la dificultad para encontrar alternativas de abastecimiento a corto plazo, sino por el impacto que ello tendría sobre los precios del gas en todo el continente». De hecho, la Comisión Europea ya ha dicho que dejar de comprar gas a Rusia no es posible. Al menos por ahora. La única decisión tomada es reducir en dos tercios las importaciones de aquí a final de año. Además, el gasoducto que conectaría a Alemania con Moscú ya es historia.
En la primera semana del 2022, Europa compró 1.720,6 millones de metros cúbicos de gas ruso. Sustituir el suministro no será gratis ni sencillo, pero por el camino, España puede verse beneficiada. La propia Von der Leyen viajó a nuestro país hace unas semanas para empezar a trabajar en el asunto. «España tiene una amplia infraestructura de plantas de regasificación», apunta Fernández. En otras palabras: una gran capacidad de almacenar gas. La clave estará en cómo distribuirlo. En esto sí hay asignaturas pendientes. Fuentes consultadas aseguran que reactivar el proyecto del gasoducto Midcat es la llave maestra para que el suministro fluya hacia Europa.
Pero el petróleo será otra cosa y es ahí donde el tablero de relaciones comerciales puede darse la vuelta. «Aumentará la importación de países como Venezuela, Irán o Arabia Saudí», explica de nuevo Fernández. Estados que han sido tradicionalmente aliados del Kremlin y que ahora pueden convertirse en competidores. ¿Y qué pasa con la alianza de Pekín y Moscú? «Ambos tienen una relación asimétrica, en la cual China tiene una clara ventaja. Sin embargo, Rusia no cuenta con muchas más opciones de crear vínculos estratégicos y los dos ganarían más con la cooperación que con la competencia abierta» asegura en su análisis Mira Milosevich-Juaristi, investigadora del Real Instituto Elcano.
Carlos Tomé
Ante la invasión de Ucrania por parte de Rusia, ¿qué es lo que pueden hacer las empresas? Cuando casi veíamos el final del túnel de la pandemia, la guerra ha llevado de nuevo a la economía mundial a una situación de incertidumbre. A continuación respondemos a algunas de las preguntas que están haciéndose ahora mismo directivos y empresas:
¿ Qué pueden hacer las empresas para sobrellevar esta situación a nivel de tesorería?
Las empresas deben mantener un cierto optimismo, máxime cuando ningún organismo internacional considera que la contienda vaya a suponer que la economía mundial entre en recesión. Esta coyuntura debe tenerse en cuenta frente a la caída de más del 10 % de PIB que supuso la crisis ocasionada por el coronavirus.
Seguir leyendo