Las baterías de litio-ion, una vez que ha cumplido su vida útil se retiran y el nivel de reciclaje es muy bajo. A diferencia de lo que ocurre con otro tipo de baterías, como las de plomo, la mayor parte de los materiales que constituyen las baterías de litio-ion tienen un bajo valor residual, por lo que los procesos de recuperación de los mismos muchas veces no resultan rentables. Dicho esto, a medida que va creciendo el parque de vehículos eléctricos y por tanto el de baterías, la preocupación social y empresarial a este respecto está creciendo y han surgido diferentes iniciativas para revertir esta situación y mejorar el impacto del ciclo de vida de las baterías y activar procesos de economía circular.
¿Cuáles son esas iniciativas?
Por una parte, el citado pasaporte para las baterías implantado por la Comisión Europea. Además, desde hace algunos años se está trabajando en el concepto de segunda vida de las baterías de automoción. Una vez que la batería ya ha cumplido con su primer ciclo de vida en el vehículo, bien porque se retira el vehículo o porque se sustituyen las baterías debido a que su capacidad y por tanto la autonomía del vehículo han caído por debajo de cierto límite, estas pueden seguir siendo útiles en otras aplicaciones con requisitos menos exigentes a nivel de densidad de energía, como por ejemplo el autoconsumo fotovoltaico. Existen ya diversas iniciativas para la segunda vida de las baterías, como la solución de recarga rápida con baterías de segunda vida de apoyo que ha desarrollado IBIL y cuya primera instalación se realizó en una estación de servicio de Repsol en Tolosa (Guipúzcoa).