Xu Jiayin, fundador de Evergrande, el ángel caído del ladrillo chino

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El imperio inmobiliario del gigante asiático arrastra una deuda de 300.000 millones de dólares y amenaza con hacer temblar los cimientos de la economía mundial

26 sep 2021 . Actualizado a las 10:00 h.

Estuvo en su día, hace ya de ello algunos años, en boca de todos. Entonces por lo bien que había hecho las cosas. Tanto que había conseguido encaramarse a lo más alto de la lista de los más ricos de su país y figurar entre los más acaudalados del planeta. Hoy vuelve a estarlo. Pero esta vez por razones bien distintas. Y es que tiene a medio mundo en vilo. No es otro que Xu Jiayin -también conocido como Hui Ka Yan, la versión de su nombre en cantonés- (Taikang, Zhoukou, 1953), el presidente de Evergrande Group, el conglomerado chino dueño de la hasta hace no mucho segunda mayor inmobiliaria de China. Un gigante con pies de barro a punto de morder el polvo, arrastrado por una deuda colosal. Nada más y nada menos que 300.000 millones de dólares (260.000 millones de euros). Tanto como el 2 % del PIB del gigante asiático. No hay ninguna otra empresa en el mundo que deba tanto dinero. Ahí van otros cuantos números que dan buena cuenta de la envergadura del embrollo en el que se ha metido Xu: Evergrande tiene más de 1.300 promociones inmobiliarias en más de 240 ciudades chinas y una plantilla de 123.000 personas.

Está al borde del abismo. A un paso de la quiebra. Comenzó a tambalearse después de que, en agosto pasado, la autoridades chinas trazaran nuevas líneas rojas para vigilar y controlar de cerca el endeudamiento de los grandes promotores inmobiliarios del país. Un inesperado cambio en las reglas de juego que obligó a Evergrande a poner a la venta a toda prisa un buen número de propiedades con grandes descuentos. Y la bola echó a rodar sobre la nieve.

Nacido en el seno de una familia rural de lo más humilde, hijo de un soldado retirado reconvertido en mozo de almacén, se crio Xu con su abuela paterna, a la que le fue confiado tras la muerte de su madre a los pocos meses de dar a luz. De su infancia recuerda el empresario los remiendos que cubrían su ropa y sus sábanas y lo escaso de su dieta, a base de batata y masa de pan hervida. «Quería marcharme del campo en cuanto fuera posible, encontrar trabajo en la ciudad y poder comer mejor», ha resumido Xu en alguna que otra entrevista.

Tras terminar la educación secundaria y realizar trabajos aquí y allá para arrimar el hombro en casa, se graduó el hoy magnate en solfa en el Wuhan Institute of Iron and Steel (ahora, Universidad de Wuhan de Ciencia y Tecnología) en 1982. Su primer trabajo serio: en Wuyang Iron and Steel. Siete años estuvo en la siderúrgica, y no le fue mal. Ascendió como la espuma. Además de curtirse laboralmente, en la siderúrgica encontró el empresario a la mujer de su vida, Ding Yumei, con la que tiene dos hijos.

Pero aquello no era suficiente. Así que dejó la compañía. Hizo las maletas y puso rumbo a Shenzhen, donde las autoridades chinas habían creado una zona económica especial (ZEE), la primera del país, para impulsar el desarrollo y donde eso de levantar un negocio resultaba mucho más fácil.

Fundó Evergrande en 1996. Empezó con promociones modestas. A precios asequibles. Pronto redobló la apuesta. Había que aprovechar el momento. Las viviendas se vendían solas como rosquillas. No podía dejar pasar ese tren. Los precios no paraban de subir, y todo el que podía invertía en ladrillo, alimentando con ello una burbuja que ahora parece a punto de estallar. ¿Les suena? Un crecimiento espectacular el de Evergrande que Xu financió con deuda. Hasta que la cosa se le fue de las manos. A ver si no acaba como el rosario de la aurora. Pinta tiene. Toda.

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