La recuperación económica y algunas de sus grandes amenazas

Julio G. Sequeiros Tizón

MERCADOS

exportaciones
MARTINA MISER

El saldo positivo en las cuentas exteriores es una pieza básica para hacer frente al elevado endeudamiento, que a finales del 2020 estaba en el 147 % del PIB; si el sector exterior vuelve a entrar en déficit, tendremos un serio problema para pagar la deuda y para emitirla. España no es una economía aislada, forma parte de la UE, y algunos vemos con preocupación ligar las pensiones o los salarios al IPC, porque corremos el riesgo de dañar nuestras competitividad exterior, como sucedió en Francia en los ochenta

12 sep 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

El sector exterior refleja la evolución de una economía, en la medida en que recoge todo lo que compra y vende en el extranjero. Para ser más exactos, los flujos monetarios que cruzan la frontera nacional, sean del tipo que sean y en ambas direcciones. El saldo es muy relevante. Resume la posición internacional de un país. En el caso español aún podemos ir más allá. Cuando la economía crece por encima de su límite, el sector exterior se deteriora arrojando saldos muy negativos, hasta tal punto que pueden llegar a ser insostenibles. En este momento, la política económica dispone de un amplio arsenal de medidas: devaluar la moneda, incrementar los tipos de interés, subir los aranceles a las importaciones, etc. Ahora bien, en un contexto de mercado en común y moneda única, las medidas anteriores no son posibles. En la Unión Europea ningún estado miembro puede modificar individualmente los aranceles exteriores, ni los tipos de interés, ni la tasa de cambio. Son comunes e idénticos para todos. Como contrapartida a esta soberanía cedida y compartida, tenemos que reconocer que los déficits en el sector exterior de una economía regional no revisten la misma gravedad que en una economía nacional. Y España es una economía regional integrada en la UE.

El gráfico adjunto recoge claramente lo expuesto más arriba. Superada la crisis cambiaria que hubo entre 1992 y 1995, y con la entrada del euro en 1999, se acelera intensamente el crecimiento económico en España de tal manera que las cuentas externas se resienten de una forma muy notable. Son los años de las importaciones de automóviles de gran cilindrada, los viajes turísticos a destinos exóticos, etc. En gran parte financiados a crédito. Crédito que la banca española previamente había conseguido en el exterior. El endeudamiento de la economía española llegó a alcanzar casi el 300 % del PIB, casi la mitad en manos de entidades extranjeras.

El ajuste y la austeridad posterior redujo sustancialmente el déficit externo de tal forma que en cinco años pasamos a tener superávit en cuenta corriente. El ajuste queda claro en el gráfico adjunto: la contracción del crédito, la reducción del gasto público, la moderación salarial y la estabilidad en los mercados internacionales de materias primas ayudaron a recuperar el equilibrio perdido en las cuentas externas. Un éxito importante para lo que se ha dado en llamar la devaluación interna.

A partir del 2013 la balanza por cuenta corriente entra en terreno positivo, básicamente, de la mano del turismo extranjero y de un déficit comercial bastante más limitado. Este saldo positivo en las cuentas exteriores es una pieza básica para hacer frente al endeudamiento; en España, las familias y las empresas tenían una deuda a finales del 2020 de 1,65 billones de euros (147 % del PIB), y el Estado, de 1,34 billones (120 % del PIB). Bastante más de la mitad de esta deuda está en manos de extranjeros: 2,2 billones, léase, un 200 % del PIB. Y en lo que va de 2021 esta deuda ha aumentado por parte del Estado y frente a acreedores extranjeros. Un aumento notable. Los saldos positivos en el sector exterior son básicos para hacer frente a esa deuda española en manos de extranjeros. Como el sector exterior vuelva a entrar en déficit, vamos a tener un problema muy serio, tanto para pagar la deuda ya contraída como para emitir deuda nueva.

Una pequeña digresión. Cuando François Mitterrand gana las presidenciales francesas en mayo de 1981 contra Valéry Giscard d'Estaing pone en marcha un programa económico común dirigido a expandir la demanda interna y a reducir lo que hoy llamaríamos la desigualdad de rentas entre los franceses. Con ese objetivo, un mes después, sube el salario mínimo un diez 10 %, decreta la quinta semana de vacaciones al año y la jornada de 35 horas semanales. Las pensiones más bajas suben un 20 %, y el resto un 10 %. Se crea una abundante oferta de empleo público nuevo y se incrementa sustancialmente el salario de los funcionarios. Se generalizan las ayudas a las familias, tanto para consumo doméstico (educación, salud, maternidad) como para la adquisición de viviendas, y se relajan los controles a la inmigración. Todo un programa de expansión del mercado interno. Pero las cosas no fueron bien.

Tanto el presidente como su primer ministro, Pierre Mauroy, no habían tenido en cuenta que la economía francesa era parte ya de la Comunidad Económica Europea (CEE), aunque, en aquellas fechas, aún mantenía la tasa de cambio: el franco francés. Este hecho, unido a las dificultades de la industria francesa para afrontar una expansión tan enorme y repentina de su demanda interna, favoreció a la poderosa industria alemana que aumentó notablemente sus exportaciones a Francia, deteriorando su balanza comercial bilateral. Y lo mismo con la industria italiana o la belga. Los beneficiados de la expansión de la demanda interna en Francia fueron, en primer lugar, sus socios de la CEE y, en segundo lugar, el resto del mundo (España incluida). Mucho más que los propios franceses. Las consecuencias frente al deterioro de las cuentas externas no se hicieron esperar: devaluaciones del franco francés, inflación, desempleo, subidas en los tipos de interés, déficit en las cuentas públicas, etc. En conclusión, Mitterrand cambia sustancialmente de política en marzo de 1983, en menos de dos años, y Francia inicia una etapa de ajustes y austeridad. En julio de 1984 Pierre Mauroy presenta su dimisión.

Este caso nos muestra las restricciones a las que está sometido un país que forma parte de un mercado único y de una moneda única. En un contexto de este tipo no estamos ante economías nacionales (soberanas y autónomas) sino que nos hallamos en presencia de economías regionales que, por definición, están muy integradas entre sí. No es una cuestión terminológica. Lo es conceptual. En un mundo globalizado, las economías nacionales están muy interrelacionadas entre sí. La UE esta interrelacionada con el resto de las economías, básicamente Estados Unidos y China y, estas dos, entre ellas. Pero, en su interior, la UE es una economía integrada en la cual los estados miembros son espacios económicos regionales. Francia, Alemania, Italia y el antiguo Benelux comparten sus mercados desde 1958. España se sumó en 1986. Más de 60 años en el primer caso y de 35 en el segundo.

Y este aspecto es fundamental. Recuperar la denominada nueva normalidad y afrontar las restricciones que inexcusablemente van a venir -ya se llame ajustes, austeridad, o como se quiera- va a significar insertarse lo más adecuadamente posible en el contexto exterior, manteniendo y ampliando nuestras cuotas en los mercados europeo y mundial. En este sentido, algunos vemos con preocupación las tendencias en nuestra política económica que tratan de someter la evolución de las principales variables económicas al índice de precios al consumo (IPC). Ya ha ocurrido con las pensiones y es posible que se repita con los salarios. Si esta tendencia se establece, corremos el riesgo de convertir un crecimiento de los precios temporal y transitorio en una inflación que se alimenta a sí misma, que deteriora la competitividad exterior y que daña nuestras cuentas externas y la capacidad de afrontar las deudas contraídas.

El confundir la parte con el todo -una economía regional con una nacional -y planificar el futuro como si el contexto exterior no existiera, lo que me recuerda una anécdota. En el mundial de 1958, el seleccionador brasileño estaba planificando el partido de fútbol contra Rusia. Ante el encerado de pizarra diseña con una tiza la jugada definitiva: el jugador 1 le pasa el balón al 2, este al 3, y este a Garrincha, que chuta y mete el gol de la victoria. Garrincha, sentado al final de la sala, levanta la mano, pide la palabra y pregunta: «¿E os russos concordam com isso?».

Julio G. Sequeiros Tizón.  Catedrático de Economía