El fundador de NH e impulsor de la cadena AC vive ahora el gran reto de sortear la crisis que ha desencadenado el coronavirus en el sector hotelero
15 nov 2020 . Actualizado a las 05:00 h.Malos tiempos para el negocio. Muy malos. Puede que los peores. Lo sabe bien Antonio Catalán (Corella, Navarra, 1948). Muy Bien. Puede que mejor que nadie. Que para algo lleva batiéndose el cobre en la arena hotelera más de 40 años. Desde que en 1979, con 29 años, levantó su primer hotel, el Ciudad de Pamplona. Con tres millones de pesetas. Uno que le dio su suegro cuando se casó con su primera mujer, otro que, para no ser menos, aportó su padre (taxista, primero; propietario de una gasolinera, más tarde; y hotelero, después), y otro que el matrimonio sacó de la lista de bodas. Más otros diez que pusieron amigos navarros del empresario, futbolistas del Barça, como Pedro Mari Zabalza. Más un crédito hipotecario.
Nacía así NH, que el empresario vendió allá por 1997 por 16.000 millones de pesetas (unos cien millones de euros). Dinero suficiente para retirarse. Pero no. Catalán no es de esos. «Quiero morirme en el despacho, con la corbata puesta», suele contestar cuando se le pregunta por la jubilación. Lejos de apartarse del mundo empresarial para dedicarse a la vida contemplativa, cogió el dinero y lo invirtió todo en un nuevo proyecto: AC Hoteles. Otro éxito. Luego, en el 2011, llegaría la providencial alianza con Marriott. En un momento crítico, con la crisis golpeando duro y una deuda millonaria a cuestas. Se le apareció la Virgen. No le duelen al navarro prendas a la hora de reconocerlo.
Tiempo después, ya el año pasado, le vendió el 40 % de AC que aún poseía a los norteamericanos por 140 millones de euros. «He resuelto el futuro de mis hijos», resumió el empresario tras el anuncio de la operación. Tiene seis. De tres matrimonios distintos. Y acaba de perder -esta misma semana- a uno de ellos, Carlos, el único que trabajaba en la cadena hotelera que siguen gestionando. Era vicepresidente de la hotelera desde el año 2000. Tenía 44 años. Charlie Marriott, lo apodaba su progenitor.
A él le dedicó su padre su último Camino de Santiago. Lo hace todos los años. En bicicleta. Acompañado de amigos. Entre ellos, Miguel Induráin. Una costumbre esta fruto de una promesa. La que realizó después de que su mujer atropellara accidentalmente a su hija Carlota cuando esta tenía solo dos años. Prometió que si se salvaba lo haría todos años. Y así ha sido. Hasta tiene nombre esa tradición: Ruta Xacobea AC Hotels. Y, cada año, más participantes.
Siempre ha presumido el empresario de la buena relación que mantiene con sus vástagos: además del fallecido Carlos, Ignacio, Alicia, Carlota, Alejandra y Antonio. Este último, torero. Toñete. De él ha dicho su padre que «t¡ene raza, clase, valor y técnica». « Lo veo desde el callejón y hay días que el corazón me va a 220. Entrena cinco horas diarias, estudia Económicas. No es fácil encontrar una vocación así. Quiero que mis hijos sean felices y él lo es», relataba no hace mucho Catalán en una entrevista en Vanity Fair.
Se define a sí mismo como «un empresario inquieto» y no tiene reparo alguno en asegurar que en sus aciertos hay también una buena dosis de suerte. Que el éxito que cosechó en sus comienzos «hoy no sería posible». Que «en aquellos tiempos, como faltaba de todo, era más fácil crecer». Lo suyo, insiste, es «una mediocridad bien aprovechada». Y es que no se ve él como un as de los negocios, sino más bien como el fruto de la constancia, el empeño y el sacrificio de un tipo corriente. Valores que heredó de su padre y que ha intentado inculcar también en sus hijos. En su boca parece fácil, pero no lo es. Como tampoco lo será para el hotelero superar esta nueva crisis. Otro gran puerto de montaña que culminar para un apasionado hasta la médula del ciclismo.
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