Desde que sufrió el infarto nadie lo había vuelto a ver. Y hasta circularon rumores de que había fallecido y de que su familia lo ocultaba para ganar tiempo hasta tener bien atada la sucesión y la herencia. A Lee Kun-hee Forbes le calculaba una fortuna de 20.000 millones de dólares (unos 16.700 millones de euros), la mayor de su país. Entre sus bienes, el 4,2 % del capital del grupo. Solo por ese paquete de acciones, se calcula que la familia tendrá que abonar al fisco casi 7.500 millones de euros. Que se dice pronto.
Como el hijo, el patriarca de Samsung también tuvo sus más y sus menos con la Justicia, que hasta en dos ocasiones lo declaró culpable de los delitos de los que se le acusaba. Las dos veces fue indultado. También por sobornos. En 1996 se destapó que había pagado para ganarse los favores de dos presidentes surcoreanos, Chu Doo-hwan y Roh Tae-woo. Pero en 1997 llegó el perdón presidencial. Años más tarde, en el 2008, el déjà vu. Entonces por evadir impuestos. Una multa de 100 millones de euros y una pena de tres años de prisión fue la condena. Tuvo que dejar la presidencia del grupo. Pero, otra vez, llegó el proverbial perdón. Y en el 2010 volvía a sentarse a los mandos de Samsung, como si nada. Seguro que anda su heredero cruzando los dedos para que ningún tribunal le cierre el paso al Olimpo empresarial. Difícil parece, pero quién sabe.