Mark Rutte, el holandés austero

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El político ha ganado enteros en su país con su defensa de la disciplina y su oposición a las ayudas a fondo perdido

26 jul 2020 . Actualizado a las 20:00 h.

Es Mark Rutte (La Haya, 1967) uno de los líderes más veteranos de la Unión Europea. Y también uno de los más odiados. En el sur, claro. En el norte ya es otra cosa. Allí tiene su público. Y muy numeroso.

Llegaba el holandés a la última cumbre, esa que ha hecho historia en la Unión, con el sambenito colgado de bestia negra del sur. No ha defraudado. O sí. Batallar ha batallado mucho. Y conseguido, también. Pero no todo lo que se proponía. Y su empeño en esa guerra por reducir todo lo que se pudiese las ayudas a fondo perdido y elevar en la misma medida el control sobre estas, le ha granjeado muchas antipatías. Y algún que otro apodo. El más explícito, el de Mr. Nee (Señor No). Le han llovido la críticas. De la prensa de muchos países. Y de algunos de sus homólogos. Y no solo de los del sur. También de los del este. Ha sacado a muchos de sus casillas. Que se lo digan si no al primer ministro húngaro Víktor Orbán, quien lo ha acusado incluso de emplear «técnicas comunistas» para conseguir sus propósitos.

En su país, sin embargo, no ha hecho otra cosa que ganar enteros durante los últimos meses. Y eso que no hace mucho andaba su popularidad de capa caída. Pero, llegó la pandemia, y la gestión que de la crisis ha hecho, le ha devuelto las simpatías de sus compatriotas, que hasta lo han visto sufrir en sus propias carnes el zarpazo del covid: la muerte de su madre a los 96 años en una residencia, sin que Rutte pudiera estar presente porque no quiso saltarse las normas que regían para el resto de la ciudadanía.

Así que ya nadie duda de que repetirá como candidato de su partido (el Popular por la Libertad y la Democracia) a las elecciones legislativas del 2021. Lleva nueve años en el poder. Hay quien piensa que ha sido precisamente esa cercanía de los comicios la que lo ha llevado a erigirse en azote del sur. De eso nada, dicen quienes lo conocen. Si no hubiera elecciones, habría actuado igual, mantienen. Y puede ser. Porque no es esta la primera vez que lo hace. Sucedió lo mismo en la crisis del 2008. Entonces tiró de la fábula de la cigarra y la hormiga para reprochar a Grecia, España, Portugal o Italia haberse gastado el dinero «en licor y mujeres» para luego tener que llamar a las puertas de sus socios del norte pidiendo ayuda. Algo parecido soltó hace poco su ministro de Finanzas, Wopke Hoekstra. «Re-pug-nan-te» fue la respuesta del luso Antonio Costa.

Claro que en el 2008 iban de la mano de Merkel. Incluso hay quien dice que entonces le hacían el trabajo sucio a la canciller. Ahora la han tenido en frente. Complicada adversaria la germana. Dicen que el éxito de la cumbre es mérito suyo. No es de extrañar. Pero esa, es otra historia.

Y es que lo que no digiere bien Rutte, y no le falta en ello algo de razón, es la, a su juicio, falta de reformas en el sur desde la última crisis. Eso es lo que al holandés lo saca de sus casillas. Porque él europeísta es. A su manera, pero lo es. Sí. Le sobra con que la UE sea una mera unión comercial. A su país le va bien. Eso y lo de actuar como una suerte de paraíso fiscal, pero con derecho a dar lecciones de moralidad a los demás en medio de una pandemia de cifras aterradoras.

Pero, eso sí, afable es el holandés, no se le puede negar. Ahí está su encantadora sonrisa para demostrarlo. Y austero. Predica con el ejemplo. Nada de coches pomposo. Bicicleta. Y nada de grandes mansiones. El mismo piso que se compró cuando empezó a trabajar.

Miembro de la iglesia protestante, licenciado en Historia, y antiguo responsable de recursos humanos de la multinacional Unilever, es el menor de siete hermanos. Su madre, Mieke Dilling, era la segunda esposa de su padre, Izaak. Era hermana de Petronella, la primera mujer de Izaak, asesinada en un campo de concentración en Indonesia durante la invasión japonesa en la Segunda Guerra Mundial.

Adora la música. La clásica. Pero también bebe los vientos por U2. Toca el piano. Y hubo un tiempo en que quiso dedicarse a ello profesionalmente. Pudo más la política. Falta hace que atine ahora con la tecla de la solidaridad.

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