En cuatro años, el número de locales y bajos para tiendas que se alquilan en la comunidad ha crecido un 12,6 %, y eso que apenas hay obra nueva. El dato ilustra una realidad en la que cada año cierran alrededor de 3.500 negocios a pie de calle. Y esa tendencia se está acelerando

Rosa Estévez
Licenciada en Ciencias da Información pola Universidade de Santiago de Compostela

Son los encargados de darle textura a nuestras calles: de día, sus escaparates nos permiten asomarnos a mil mundos distintos; de noche, las luces espantan las sombras. Sin embargo, ni siquiera su papel de elemento dinamizador de ciudades, villas y pueblos parece suficiente para salvar al pequeño comercio de un enemigo invisible pero feroz: Internet. La revolución tecnológica está cambiándolo todo, y la forma de comprar no es una excepción. Los pequeños negocios, aterrorizados durante años por los centros comerciales y por la liberalización de horarios, luchan ahora casi sin armas contra plataformas invisibles en las que sus clientes pueden encontrar de todo, a todas las horas del día y todos los días del año. No hay límite que valga en el mundo virtual.

«La importancia de la comodidad no la hemos valorado nunca... Y al final parece que va a ser definitiva». La reflexión es de Miguel Lago, presidente de la asociación de comerciantes Zona Monumental, en Pontevedra. «El éxito de Amazon no es el precio, es la variedad de un catálogo infinito y la posibilidad de hacer devoluciones; es la comodidad de comprar desde el sofá de casa después de cenar, con la tranquilidad de que puedes pedir el mismo jersey en tres tallas y devolver las que no te sirven», relata Lago.

La batalla entre el «comercio de calle y el comercio de pantalla» se antoja desigual. Esos pequeños despachos de ropa, calzado, libros o tecnología son anclajes de las ciudades que no solo aportan vida a sus calles: aportan impuestos a las arcas públicas, ingresos a quienes los impulsan y, también, puestos de trabajo en un mercado laboral cada vez más hostil y desértico. Así que el cierre de cada comercio es una gran tragedia personal, un pequeño fracaso colectivo que solo alcanzamos a ver en su dimensión real cuando se revisan las grandes cifras. Las encontramos en el Instituto Galego de Estatística. Según el IGE, durante los últimos diez años han cerrado sus puertas en Galicia unos 3.500 comercios al año. Y esa tendencia no ha hecho más que agudizarse en los últimos meses, según explican desde asociaciones de comerciantes y autónomos: «Estamos en caída libre. El proceso de destrucción del pequeño comercio se acelera», asegura Eduardo Abad Sabarís desde UPTA. Y apoya su negro augurio en un dato tan revelador como dramático: «Enero se cerró en Galicia con más de 500 autónomos del sector del comercio menos». Y hay más indicadores oscuros: esta semana, el Ministerio de Trabajo publicaba los últimos datos del paro y de afiliación a la Seguridad Social. En un contexto que parece apuntar a una tímida activación del mercado laboral, el comercio vuelve a ser un punto negro. En el mes de febrero, en España, se destruyeron 13.000 puestos de trabajo vinculados a este sector.

Esta cruda realidad suele pasar desapercibida. Es un goteo imparable, una sangría silenciosa que durante años ha pasado desapercibida por el fenómeno de la rotación: al mismo compás que muchas tiendas cerraban, otras abrían sus puertas, lo que a simple vista parecía equilibrar la balanza. Pero en el 2018 ese supuesto equilibrio ya se había roto, y todo apunta a que cada vez se agudiza más. ¿Por qué? Tanto UPTA como ATA, las dos asociaciones en las que se articulan los autónomos gallegos, lo tienen claro. Cuando la crisis despojó de sus empleos a miles de asalariados, muchos de ellos decidieron subirse a la ola del emprendimiento y, sin más alternativas frente a ellos, apostaron por abrir un comercio. Eran (son) negocios que, en lugar de nacer de un proyecto bien calculado, surgían de una necesidad imperiosa, de una desesperación acuciante. Sus propietarios, emprendedores por necesidad que, intentando sacudirse la crisis, acaban demasiadas veces sepultados por ella. Porque la mayoría de estos establecimientos a duras penas aguanta dos años antes de cerrar: el mercado, inmisericorde, sigue escupiendo a la calle incluso a quienes tratan de reinventarse.

Adolfo López, presidente de la Federación Unión de Comercio Coruñesa, reconoce que desde que estalló la crisis, muchos han visto en la apertura de un comercio su última oportunidad. También, dice, muchos jóvenes con estudios y formación acaban intentando poner en marcha un negocio para labrarse un futuro que en otros sectores se les niega. «La gente necesita buscarse la vida y lo hace; para mí son auténticos héroes que intentan el autoempleo», sostiene. Y aporta un dato: una apabullante mayoría de los comercios de A Coruña, aproximadamente ochenta de cada cien, están sostenidos por un único autónomo que, literalmente, se deja la vida en su negocio. Para ellos tiene López un mensaje de esperanza: hay futuro. Será un futuro diferente, en el que el sector deberá reinventarse y especializarse cada vez más. «Buscar productos originales que escapen a los circuitos de Internet, productos de proximidad que te diferencien como negocio y que encajen en ese nuevo concepto de economía circular», señala. Esos serán los pequeños comercios del futuro, los que se aguanten en nuestras calles. Serán, también, muchos menos de los que fueron. Incluso de los que son. «Los tiempos de antes de la crisis no volverán, tenemos que olvidarnos de eso. Y la crisis ya ha hecho un corte brutal», señala.

López es de los que considera que el pequeño comercio no debe fiar su futuro a apuestas relacionadas con Internet. «Estar online puede ser una ayuda, pero no es nada definitorio de este tipo de negocios, no es la solución», asegura. Pero no todo el mundo está de acuerdo con esa forma de ver las cosas. En Vilagarcía, la asociación de comerciantes Zona Aberta ha rubricado un acuerdo con UPTA para poner en marcha una plataforma digital en la que los establecimientos de la novena ciudad de Galicia puedan ofrecer las mismas comodidades a sus clientes que estos encuentran ahora en los gigantes de Internet. Avanza Comercio es el nombre de una aplicación, asociada a un sistema de reparto de última milla, que aspira a ser la nueva honda con la que David venza a Goliat.

 Avanza Comercio no es, de momento, más que un proyecto. De cuajar, se convertirá en una herramienta con la que hacer frente a un enemigo fenomenal e inesperado. Quizás, así armados, logren mantener abiertos establecimientos que, de otra manera, acabarían bajando la verja y colgando en su cristalera el consabido «se alquila», «se vende». Según los datos aportados por la Federación Galega de Empresas Inmobiliarias, el 34 % de los locales comerciales de Galicia están desocupados. Es más, «en 260 de los 313 concellos de nuestra comunidad, la demanda de este tipo de locales es testimonial, y en municipios de menos de dos mil habitantes es cero». De esta realidad podríamos culpar a la crisis demográfica que es especialmente inclemente con el interior de la comunidad gallega. Pero hay otros datos que indican que el problema es más profundo: «El incremento de locales y bajos vacíos y en el circuito de comercialización es superior, incluso, que en los años 2012-2013, los peores de la crisis», señala el informe. «Los locales en alquiler en la comparativa de febrero del 2017 a febrero de este año se han incrementado un 12,6 %, y podemos decir que es debido a cierres, ya que los locales de obra nueva son prácticamente inexistentes al no haber apenas nuevas construcciones».

En ese contexto, encajan a la perfección las palabras de Enrique Núñez, gerente de la asociación de comerciantes de Zona Príncipe, en Vigo. «Quien tenga un local con un comerciante dentro, que lo cuide», afirma. Porque se están convirtiendo en animales en extinción. «La crisis del comercio tiene muchas aristas. No solo hacemos ciudad porque le damos vida a las calles: pagamos impuestos y ayudamos a valorizar zonas. En una calle con todos los bajos comerciales cerrados los pisos valen menos», explica. Y los bajos comerciales también deberían ser más asequibles, pero no parece ser así. Porque la queja es unánime: los precios que exigen por locales a pie de calle son desorbitados, completamente ajenos a la realidad que vive el sector del comercio, y se desfiguran hasta límites insospechados en aquellas calles elegidas por grandes grupos textiles, de esos que actúan como polos de atracción de consumidores hacia una zona determinada de las ciudades.

Santi M. Amil

Tahis Ladra, comerciante de Ourense

«Heroínas no; lo que somos es luchadoras»

Estudió arquitectura de interiores y no se equivocó: crear hogares y negocios para otros es la vocación de Thais Ladra. Empezó su carrera trabajando en estudios de buenos maestros a los que agradece todos los conocimientos compartidos, todas las oportunidades brindadas. Fue durante aquellas jornadas de trabajo cuando se dio cuenta de que «no había ninguna tienda física en la que nuestros clientes pudiesen palpar, visualizar, las cosas que nosotros les estábamos planteando», explica. Y así nació la idea de ID By Room, un local que abrió sus puertas en Ourense hace unos meses, con Thais y su socia Laura Loureiro trabajando a destajo día tras día.

Hay quien dice que abrir un comercio a pie de calle hoy es cosa de héroes. O heroínas, en este caso. Thais no se siente identificada con la palabra. «¿Heroínas? No, heroínas no. Lo que somos es luchadoras». Mujeres dispuestas a librar una batalla en el bando que se presupone de los perdedores. Ellas, por supuesto, han creado su negocio para vencer a los elementos. Creen que es posible, siempre y cuando los pequeños comercios hagan un esfuerzo de diferenciación. «El comercio tiene que cambiar, hay que ofrecer algo más, algo distinto. Sea el producto, sea el trato... Hay que trasladarle al consumidor ese plus de diferencia que haga que comprar en el comercio local valga la pena. Y todo eso, hay que hacerlo unido a un precio razonable», advierte.

Creen que en ID By Room han dado con una buena fórmula: A sus clientes les ofrecen un servicio de reforma y diseño de interiores apoyado en su tienda ourensana. «Para nosotros, el comercio es una especie de escaparate en el que montamos espacios que permitan a la gente hacerse una idea de qué tipo de ambientes se van a crear». En su tienda venden objetos de decoración combinados con una selección de muebles, un sector que Thais lleva en los genes, y de momento la iniciativa está funcionando a pedir de boca.

Y eso, claro, supone trabajo. Mucho trabajo, a todas horas. Por eso, las mujeres de ID By Room no paran, y han aprendido a manejarse en la vida «haciendo malabares». «No es fácil», cuenta Thais. Combinar una exigente vida de autónoma con la aún más exigente condición de madre, obliga a exprimir cada hora del reloj. Pero Thais y su socia Laura están dispuestas a intentarlo. «Somos dos personas muy responsables, nos exigimos mucho a nosotras mismas y nos tomamos muy en serio nuestros compromisos... Eso significa mucho esfuerzo y mucho tesón. Pero, de momento, el esfuerzo está valiendo la pena».

MONICA IRAGO

Laura Paz, emprendedora que tuvo que cerrar en Vilagarcía

«Con lo que ofrece Internet es imposible competir; a mí me mató el negocio»

«Un día en casa me cabreé. Me dije que no podía ser que en mi pueblo no me pudiera comprar un pantalón. ‘Pues me monto una tienda’, me dije». Con esa frase explicaba Laura Paz las razones por las que se había decidido a abrir, en Vilagarcía de Arousa, una tienda de ropa de tallas especiales. Aunque puede parecer que el negocio nació de una arroutada, nada más lejos de la realidad. Laura se tomó muy en serio la puesta en marcha de un establecimiento que consideraba necesario en una localidad de 30.000 habitantes en la que las mujeres que no encajan en los patrones habituales no tenían opción a vestirse con ropa bonita.

Así nació Nena Dolores, un espacio colorido y vitalista como la mujer que lo creó. Pero hasta las personas con más energía acaban agotadas de luchar contra los elementos. Y la incombustible Laura se hartó de pelear sin cuartel contra un rival virtual. «Yo cerré por Internet, claramente. Con Internet no puedes competir. No puedes pelear con producto hecho en China, con los portes gratis y las devoluciones gratuitas a tres meses vista. Ningún comercio pequeño puede competir contra eso», razona una mujer que lo intentó todo para sacar adelante su proyecto. «Yo llegué a hacer una página web, pero es imposible. Son demasiadas cosas con las que no podemos rivalizar», asegura. «A mí Internet me mató el negocio». O, más que Internet, la clientela potencial que prefería hacer sus compras a través de la pantalla, aunque antes hubiese ido a probarse el pantalón a la tienda de Laura. «Y aún por encima, la gente sale de tu tienda diciéndote que se lo va a coger por Internet, que le sale más barato y que así lo puede tener tres meses en casa y luego devolverlo», relata ella, sorprendida aún por muchas de las cosas que vio detrás del mostrador.

Laura sigue siendo vitalista y desprendiendo energía positiva. Pero hasta la persona más optimista profiere un negro augurio cuando se asoma a la situación que atraviesa el pequeño comercio. «Ha habido un cambio de paradigma en el consumo. En el textil y en el calzado es muy evidente, pero hay otros sectores que también lo notan mucho, como los electrodomésticos o la tecnología», porque la gente se ha acostumbrado a comprar todo eso por Internet. Y no siempre porque al otro lado de la pantalla encuentren mejores precios. «Nos estamos cargando el comercio local, y no nos damos cuenta de que con el comercio local nos estamos cargando nuestras ciudades y pueblos, y un montón de puestos de trabajo... No sé cómo va a acabar esto», relata Laura Paz.