Riesgo geoestratégico

Xosé Carlos Arias
Xosé Carlos Arias CATEDRÁTICO DE ECONOMÍA DE LA UNIVERSIDADE DE VIGO

MERCADOS

DIVYAKANT SOLANKI

12 ene 2020 . Actualizado a las 05:06 h.

Sobre el orden internacional de las últimas décadas podrían formularse críticas de lo más variadas. Pero no hay duda de que contenía un elemento muy valioso, que ahora estamos empezando a echar en falta: se basaba en reglas que por lo general estaban claras y eso hacía que las relaciones entre países fuesen predecibles en alto grado, concediendo escasas posibilidades a la aparición de sorpresas. Gustara o no, era un mundo hecho de materiales sólidos, en el que todos los actores, ya se tratara de gobiernos u organismos supranacionales, sabían bien a qué atenerse.

En los últimos años, sin embargo, ese mundo parece estar retrocediendo a marchas forzadas. El ejemplo más claro -y el que más importa desde el punto de vista económico- está en el caos creciente que se puede observar en el comercio mundial, en donde las normas de la OMC van quedando marginadas ante una ola de decisiones unilaterales por parte de algunos gobiernos. Y aquí el punto más disruptivo se encuentra en el protagonista principal de esas nuevas y muy traumáticas dinámicas: el Gobierno de Estados Unidos, que durante al menos medio siglo era el capitán que dirigía la nave de la economía internacional por la ruta contraria, la de los mercados abiertos. Es en ese entorno cada vez más desordenado que se va conformando una posibilidad real de guerra comercial y tecnológica -de resultados imprevisibles para todos- entre las dos grandes potencias, de las cuales hace no demasiado tiempo se llegó a imaginar una especie de continuo de intereses compartidos, a los que incluso se dio un nombre: Chimérica.

Pero no es solo el comercio. Todo el sistema de la ONU se ve socavado por el creciente abandono de la propia idea de multilateralismo, un proceso para el cual el manifiesto retroceso del papel de Europa no es la mejor de las noticias. ¿Habrá una respuesta coordinada en el caso de que una chispa importante surja en algún punto del globo? En los tiempos del tuit, ¿hay garantías razonables de que esa respuesta no será fruto la improvisación? No es fácil contestar. En ese entorno general, no es raro que entre las predicciones acerca de la evolución de la economía internacional en los próximos años aparezca ahora con fuerza el personaje del riesgo geoestratégico, que podría traer consigo complicaciones considerables en un panorama que, en todo caso, dista de estar despejado.

Por eso resulta tan preocupante el paso dado por la Administración de Donald Trump de atentar contra la cúpula del poder iraní. Porque dificulta la búsqueda de cualquier solución a la ya complicada maraña de una región muy importante -también desde el punto económico-, y sobre todo, porque parece confirmar los peores temores contenidos en los párrafos anteriores: una mayoría de observadores ve en esa operación un inquietante elemento de improvisación y la ausencia de una estrategia pensada para el largo plazo. Que todo esto representa un cambio notable en la concepción de las relaciones internacionales, ya no desde la sensata concepción del Gobierno de Obama, sino en una perspectiva general de respeto a unas reglas mínimas, lo prueba la amenaza de Trump de extender posibles represalias a lugares «de alto valor cultural», algo inédito en un dirigente occidental en muchas décadas.

De momento, el aumento de la tensión se ha traducido, como no podía ser de otro modo, en una cierta inestabilidad de los mercados financieros y energéticos. Probablemente no pase de ahí, dado el enfriamiento súbito y acaso temporal de la escalada, en una nueva señal de que nada de esto estaba muy pensado. Pero yendo un poco más lejos, hay algo de amenaza de un alto potencial desestabilizador en unos sucesos que hacen pensar si no estamos retrocediendo hacia la ley de la selva.