Seis rescates bancarios al año para contener la amenaza de recesión

Manuel Blanco REDACCIÓN / LA VOZ

MERCADOS

JUAN SALGADO

El BCE acaba de aprobar otra lluvia de estímulos: 20.000 millones de euros al mes en compras de deuda. Los expertos dudan de la eficacia del programa y advierten de que Europa podría encarar una etapa de estancamiento secular, con la situación de Japón como temido espejo

07 nov 2019 . Actualizado a las 13:33 h.

Tokio. 1989. El valor del mercado inmobiliario de la capital nipona equivale al de un país como Estados Unidos. Solo el del distrito de Chiyoda-Ku, al de todo Canadá. Aquel territorio devastado por la Segunda Guerra Mundial se ha transformado en una potencia a nivel global. Sus bienes altamente tecnológicos invaden los cinco continentes, los modelos de trabajo de sus empresas se estudian en las escuelas de negocio, la productividad de su fuerza laboral no resiste comparación... Los niveles de riqueza son, en consecuencia, de los más elevados del planeta. Pero el milagro japonés, como lo han bautizado los economistas, está a punto de verse bruscamente interrumpido. Desde entonces hasta nuestros días, Japón atraviesa una suerte de crisis endémica que, todo hay que decirlo, para sí querrían buena parte de las naciones conocidas habida cuenta de la calidad de vida acumulada. El estado asiático soporta ya varias décadas de fuerte estancamiento, con el crecimiento en tasas muy modestas y una deflación crónica. Y ello pese a que su banco central ha regado insistentemente la economía del país de estímulos monetarios. Una lluvia de millones que no ha surtido los efectos esperados.

Europa. 2019. Numerosas voces se alzan alertando de la posibilidad de que la economía comunitaria encare desde ya un período de estancamiento secular: crecimientos próximos al 0 %, inflación casi inexistente o incluso deflación, tipos de interés bajos... En definitiva, Japón en el espejo. Para terminar de completar la ecuación, esta temida analogía, el aún presidente del Banco Central Europeo (BCE), Mario Draghi, acaba de presentar un nuevo plan de estímulos a la vista de las turbulencias que asoman a corto plazo. Una nueva inyección monetaria que se traducirá en compras de deuda, pública y privada, por valor de 20.000 millones de euros al mes, o lo que es lo mismo, algo así como casi seis rescates bancarios al año.

El BCE seguirá engordando un balance que asciende ya a cinco billones de euros (2,5 veces más que en el 2007), el equivalente al 40 % del PIB comunitario. Tiene margen con el banco central nipón, eso sí, pues el balance en el país del sol naciente se ha disparado al 101 % del PIB. Los tipos, por descontado, seguirán en Europa en el 0 %.

Draghi se despedirá del BCE, el 31 de octubre será relevado por la francesa Christine Lagarde, reeditando una receta que resultó vital para salir de la crisis, pero sobre cuya eficacia hay más dudas ahora. El italiano no ha vuelto a coger su fusil para disipar los temores de estancamiento secular, la eventual japonesización de Europa, sino otras amenazas. Estas más a corto plazo y que ya se ciernen sobre las grandes economías del Viejo Continente: la guerra comercial entre EE. UU. y China, el brexit...

División en Bruselas

La cuestión central ahora es si su legado será efectivo para amainar la tormenta. «Esto ya no da para mucho -sostiene Xosé Carlos Arias, catedrático de Política Económica de la Universidade de Vigo-. Ante esta que viene, y todos tenemos la impresión de que viene una bastante gorda, como las herramientas [para enfrentarla] siguen siendo las monetarias, la eficacia es cada vez menor». Que la división sobre la utilidad de los estímulos es manifiesta es un hecho. Hace solo unos días, la alemana Sabine Launtenschläger presentaba por sorpresa su dimisión como consejera del BCE. Ella había sido una de las voces más críticas con la decisión de Draghi de extender el programa de compras. El que a la postre ha sido su mensaje de despedida representa toda una declaración de intenciones sobre el clima interno que vive el regulador: «Me preocupa fijar incentivos equivocados a los gobiernos si reiniciamos el programa de compra de activos».

De su eficacia duda también Julio Sequeiros, catedrático de Estructura Económica de la Universidade da Coruña (UdC), si bien reconoce que «no puede hacer otra cosa» a la vista del escenario actual. Sequeiros ve complicado que ese dinero que el banco central va a poner sobre la mesa estimule el crecimiento. «A mí lo que me parece -explica- es que el BCE malla en ferro frío, por decirlo de forma coloquial. [El programa] no va a servir porque la demanda solvente en el espacio europeo está completamente abastecida. Lo que hay es una demanda de gente que no puede pagar lo que le prestan y la banca se cuida muy mucho de hacerlo escarmentada por lo ocurrido durante la crisis».

En la misma línea se manifiesta Luis Caramés, catedrático de Hacienda Pública de la Universidade de Santiago y miembro del Grupo Colmeiro, quien pone negro sobre blanco los peligros de los que alertó hace unos días el Banco de España cuando rebajó en cuatro décimas, del 2,4 al 2%, la previsión de crecimiento para este año. «Estamos en riesgo de recesión, a pesar de que la economía española y la gallega en particular, han resistido bien, con un crecimiento notable», alerta.

Tanto Arias como Sequeiros coinciden en disociar las turbulencias que se avecinan a corto plazo -esa desaceleración o recesión técnica, el tiempo lo dirá, inducida por alteraciones como la guerra comercial o el brexit-, de la amenaza de estancamiento secular, enfocada más a medio y largo plazo y que respondería no tanto a cuestiones de carácter coyuntural como a problemas estructurales de Europa. En este punto, ambos expertos discrepan un tanto al analizar la causa principal de la enfermedad, ese mal que auguraría tiempos inciertos para el bloque comunitario.

El catedrático de la UdC sitúa en el epicentro del problema la deriva demográfica, la pérdida constante de población joven, el gran pilar que actúa sobre la demanda de bienes y servicios, en definitiva, sobre el crecimiento. En el año 2000, el grupo de ciudadanos entre 20 y 39 años representaba el 30 % del total del censo de la UE. Hoy ha caído al 25 %. «Ese 5 % -repara Sequeiros- son muchos millones de personas que dejan de comprar casas, coches, hasta cuberterías... La pirámide demográfica nos está haciendo polvo porque la economía es muy grande y cada vez son menos los que tiran del carro. Esto explica en gran parte ese estancamiento al que nos enfrentamos».

Y es que el panorama, lejos de mejorar, tiene todos los visos de agravarse. La esperanza de vida en Europa está ya en los 81 años, pero la población mayor, explica el catedrático, tiene una incidencia en el devenir de la economía mucho menor en términos de consumo. «Es que es al contrario; yo, que estoy al borde de los 70, tengo una capacidad de ahorro tremenda», advierte. Por si fuera poco, la natalidad en el Viejo Continente está en mínimos históricos, apenas 1,5 hijos por mujer, lejos del 2,1 que los demógrafos sitúan como tasa de reposición y muy cerca del 1,44 de Japón (de nuevo Japón), uno de los países más envejecidos del planeta.

En números rojos

Por su parte, Xosé Carlos Arias admite que el factor poblacional tendrá una incidencia en esa etapa de atonía que le espera a Europa, pero sitúa el foco en otro elemento, lo que define como «la bomba de la deuda». Cree el catedrático de la UVigo que la carga que soportan los estados a día de hoy representa un obstáculo para reactivar la economía. «Estamos en récords históricos de deuda agregada, pública y privada. Y eso -insiste- es una rémora importante para el crecimiento; es evidente que hay que deshacer esa situación de sobredeuda, pero hacerlo supondría un freno para afrontar este momento».

Los datos apoyan su reflexión. Solo en España, la deuda del conjunto de las administraciones públicas alcanzó en el segundo trimestre del año los 1,2 billones de euros, con lo que se situó en el 99 % del PIB. Arias sospecha, como muchos de sus colegas, que las políticas monetarias estarían cerca de tocar techo, por lo que entiende que es hora de utilizar la política fiscal, que estaría limitada precisamente por ese escenario de sobredeuda.

En cualquier caso, sí propone combatir el temido estancamiento secular con programas de inversión pública muy bien pensados y enfocados hacia la creación de riqueza y valor añadido. «Eso del new deal verde, por ejemplo, tiene mucho sentido porque el cambio climático así lo exige. En esta línea también enmarco los programas de gasto en I+D y educación, las reformas que en definitiva puedan estimular el crecimiento», concluye.

Entretanto pesimismo emerge la voz de Fernando González Laxe, catedrático de Economía Aplicada de la UdC, quien asegura que Europa tiene aún mucho que decir. «¿Que tenemos una población envejecida y somos menos? Sí. Pero tenemos otras cosas buenas, como una población muy cualificada y preparada para el futuro».

Laxe defiende las decisiones de Draghi e insiste en que en la última década se han reformulado muchas de las tesis que se daban por sentado. «Se están revisando todos los conceptos clásicos de la economía, los que habíamos estudiado en los manuales». Y resta peso al impacto de las amenazas de estancamiento secular porque entiende que el sector que zozobra ahora es de las finanzas, no el de la economía productiva. «El mundo que está en crisis -argumenta- son los fondos de inversión y el modelo financiero, ojo, el modelo, no el sistema. Los gestores de las entidades financieras y los fondos de inversión no están cómodos porque los tipos están bajos y su negocio clásico no funciona. No hay turbulencias; lo que ocurre es que hay mucha inquietud porque los algoritmos no te dan la rentabilidad del pasado».

El catedrático de la UdC desliza a modo de conclusión otra crítica velada contra todos esos malos augurios que se están lanzando ahora. «Es que fallamos en el 2008 y todo el mundo se dispara ahora: malo será que no haya una recesión. ¡Por supuesto, la economía tiene ciclos! De tanto decirlo, acabamos comprando el discurso». Sería algo así como la profecía autocumplida.