La Administración Trump ha consolidado una estrategia, ya formulada antes por Obama y George Bush, que pretende rediseñar el contexto internacional a su conveniencia abandonando la gobernanza de las instituciones supranacionales y desplegando toda su capacidad de influencia. En el plano económico, todo ello se ha traducido en una suerte de nacionalismo de consecuencias imprevisibles por la fuerte indexación de las cadenas de valor, muy visible en sectores como el de la automoción.
07 jul 2019 . Actualizado a las 05:13 h.El mundo que nos deja la crisis del 2008 es bastante diferente del que teníamos hasta ese momento. Una de las modificaciones más relevantes consiste en el empeño de Estados Unidos de abandonar el multilateralismo y aprovechar su posición hegemónica para diseñar el contexto mundial a su conveniencia. Esta idea empieza ya a tomar forma bajo la presidencia de George Bush, continúa bajo la presidencia de Barack Obama y se hace ya evidente bajo la actual administración de Donald Trump. El multilateralismo implica una gobernanza del mundo en base a instituciones supranacionales en las que están representados los distintos países, frecuentemente, en un plano de igualdad entre ellos. Desde el punto de vista americano, estas entidades (ONU, OTAN, OMC, FMI, G20...) son un cinturón de hierro que comprime su potencial de expansión y que, al final, son los propios americanos los que tienen que resolver los conflictos internacionales por su propia cuenta, al margen de la inacción de las instituciones en las que participan. Los ejemplos son abundantes: desde su participación en la guerra de los Balcanes hasta la defensa de las repúblicas bálticas frente al hostigamiento ruso.
En el plano económico, el descontento con la Organización Mundial de Comercio es manifiesto. Esta organización es la encargada de regular y resolver los conflictos entre países en el ámbito del comercio internacional. Pues bien, estos burócratas tardaron más de 15 años en lograr un acuerdo para la adhesión de China, adhesión que se consumó en el 2001. Este acuerdo, siempre bajo la perspectiva americana, es el que permitió la enorme expansión de ese país en el comercio mundial, perjudicando la industria americana y trasladando sus puestos de trabajo al sudeste asiático.
La aplicación de la máxima diplomática que dice ‘no busques aliados para lo que puedas hacer tu solo’, ha llevado a los americanos a una especie de brexit de la economía, de la política, de la defensa y de las instituciones internacionales para que, una vez fuera y desde fuera, volver a reordenar el contexto internacional en base a tratados bilaterales en los que la economía americana haga valer su potencial. El abandono del acuerdo internacional sobre el clima (Acuerdo de París) y el acuerdo bilateral del comercio con China (pendiente de firmar) son buenos ejemplos de lo que estamos sosteniendo. En la esfera militar es todavía más evidente: los acuerdos sobre misiles de alcance medio con Rusia o la actitud belicosa frente a un Irán agresivo. No necesitan aliados para lo que pueden hacer ellos solos.
Nacionalismo económico
La geopolítica que nos ha dejado la crisis es endiablada. Planteado en los límites, lo contrario al multilateralismo es el nacionalismo económico. Y con este hay que andar con mucha cautela. La actual Administración americana parece estar convencida de que el comercio mundial sigue, actualmente, las mismas pautas que en la segunda mitad del siglo pasado. Parece pensar que un país exporta lo que le sobra e importa aquello de lo que carece. Una segunda idea, también falsa, es suponer que lo que se exporta está producido dentro del país y que lo que se importa está producido en el extranjero. Veamos.
Si para un país desarrollado (España, por ejemplo) hacemos la lista de los 25 productos más importantes en las importaciones y repetimos lo mismo con las exportaciones, nos daremos cuenta de que hay productos que son comunes en las dos listas. Bienes que se importan y se exportan al mismo tiempo. En concreto, para el caso español, 19 productos son comunes a las dos listas. Para el no iniciado, puede parecer una paradoja que los países importen y exporten el mismo producto, pero no lo es. Se trata del mismo producto, pero con calidades diferentes. En el caso español, un buen ejemplo serían las exportaciones de automóviles Ford, Renault, Seat o Citroën y, simultáneamente, las importaciones de berlinas similares de Mercedes, BMW, Audi, Mazda... Si se altera este comercio de bienes de la misma industria (por ejemplo, con aranceles), el perjudicado sería, por un lado, el consumidor y, por otro, el sistema productivo. El consumidor que vería recortadas sustancialmente sus posibilidades de elección y el sistema productivo que tendría que arreglarse exclusivamente con las variedades nacionales.
La segunda idea es más peligrosa si cabe. Las exportaciones de un país tienen un elevado contenido en importaciones previas y gran parte de las importaciones tienen también un elevado contenido en exportaciones previas. Volvamos al sector de la automoción y a cómo se estructura su cadena de valor. Hace unos años, las exportaciones españolas del Ford Fiesta incorporaban motores fabricados en Austria previamente importados por España para la factoría de Almussafes. Y al contrario. Parte de la carrocería de los Renault Talismán que España importa de Francia está fabricada en Palencia. En otras palabras, la producción de un bien se ha desglosado en pequeños fragmentos que se producen en distintos lugares del mundo y no únicamente en el país donde tiene lugar el ensamblaje final. El nacionalismo de un país en particular puede introducir distorsiones muy relevantes en una cadena de valor que se establece a nivel planetario. Un ejemplo. Tras modificar al alza los aranceles americanos a los productos chinos, Apple no repatría su producción desde China a Estados Unidos. Ni se les pasa por la cabeza. Ya anunciaron que están a la búsqueda de otro emplazamiento más neutral en el sudeste asiático.
El caso de la economía americana se ciñe perfectamente a lo que acabamos de exponer y la frontera con México es un buen ejemplo. Un electrodoméstico de línea blanca vendido en Estados Unidos está formado por partes, piezas y componentes que han cruzado la frontera unas sesenta veces durante su proceso de fabricación. Y lo han hecho para aprovecharse de las facilidades de la industria de la maquila establecida del lado mexicano.
Pero hay más. Finalizada la Segunda Guerra Mundial, la industria americana se expande por el mundo, principalmente sobre Europa. Esto ha significado un cambio radical en su economía. Hasta tal punto que los americanos no abastecen sus mercados exteriores con producción nacional, sino que, por el contrario, abastecen sus mercados exteriores produciendo ellos mismos en el exterior. Cuando un europeo prefiere un automóvil americano, no lo importa de Estados Unidos. Tiene una oferta amplia de coches americanos fabricados en Europa en donde elegir. Si se decide por un Ford Fiesta, el importe del automóvil no es una exportación de Estados Unidos a Europa ya que se ha producido en el exterior de la geografía americana. Detrás del gigantesco déficit comercial americano esta esta particularidad de su economía. Abastecer los mercados exteriores con producción manufacturada en el exterior. Con producción deslocalizada.
Demanda interna
La balanza comercial de los Estados Unidos arroja déficits muy cuantiosos desde finales de la década de los años setenta, déficits que se han incrementado con el transcurso del tiempo. Aunque todo lo expuesto explica correctamente la situación, debemos tener en cuenta que el pecado original de estos déficits está en una demanda interna que excede sobradamente a la producción interior. España, en una situación similar en el 2009, tuvo que someterse a un ajuste y a una austeridad excepcionales. Ellos disponen de aranceles, moneda, diplomacia, etcétera. Y, sobre todo, de un peso internacional aplastante. Una potencia en lo militar, en lo económico y en lo cultural.