Adiós al conflicto intergeneracional, es la hora de cambiar el modelo

Melchor Fernández COORDINADOR DEL GRUPO DE ANÁLISE E MODELIZACIÓN ECONÓMICA DE LA UNIVERSIDADE DE SANTIAGO

MERCADOS

10 feb 2019 . Actualizado a las 04:45 h.

Siempre me he alineado junto a los que consideran el envejecimiento como un gran éxito social. Sin embargo, es tan innegable que el creciente peso de las personas mayores es un grave problema colectivo, que cuestionarlo es considerado como una grave irresponsabilidad. Lo urgente es buscar mecanismos para frenar este proceso y, en el corto plazo, atenuar sus efectos negativos. Parece irresponsable no alarmarse cuando, en las próximas décadas, con la jubilación de las generaciones nacidas durante el baby boom, uno de cada tres ciudadanos superará los 65 años y la sociedad deba afrontar el peso asfixiante de las pensiones y el esfuerzo de permitir una vida digna a un amplio colectivo con crecientes problemas de cronicidad y discapacidad. No son necesarios muchos cálculos para comprender que las relaciones sociales y económicas entre generaciones, válidas y financieramente sostenibles en 1980, no lo serán en el 2031; ¿pero es la solución recuperar una estructura poblacional expansiva con muchos más jóvenes y menos mayores? ¿O lo es reducir ya el estado del bienestar para anticipar un desajuste financiero creciente?

Es necesario pararse un momento y reflexionar sobre lo acontecido en estos últimos años. Nuestra evolución demográfica, aunque hoy después de tantas noticias negativas pueda incluso sonar raro, ha contribuido al crecimiento y a la mejora del nivel de vida de toda la sociedad. El incremento en la esperanza de vida ha permitido mejorar la productividad individual, lo que, unido a una intensificación en el cuidado y recursos dedicados a las personas, ha supuesto también una mejora sustantiva en el bienestar global. ¿Por qué pensamos que la desaparición de las pirámides tradicionales es una gran adversidad y no un valioso avance?

Las personas mayores hoy no entienden que después de una larga vida de trabajo (con o sin cotización), se les señale como el principal problema de nuestra sociedad actual. Estas personas han trabajado para lograr las ventajas que hoy disfrutamos y las sucesivas generaciones de personas mayores lo seguirán haciendo y lo harán aún más en las próximas décadas. Nuestra prioridad es apoyar a todas las generaciones y evitar que los jóvenes de hoy se planteen su relación con el resto de la sociedad como un conflicto intergeneracional, una lucha entre edades por unos recursos escasos. No podemos permitir que la discusión se centre entre elegir más pensiones o más gasto educativo o que se siga analizando la situación en base exclusivamente a indicadores de dependencia centrados en la cantidad de trabajadores (los recursos del capital pueden servir de base potencial de la financiación de los gastos de protección, una base que no evoluciona necesariamente de manera lineal a los ingresos laborales). La perspectiva debe ser otra. Cuando incrementamos el esfuerzo en investigación y formación de los jóvenes favorecemos al conjunto de la sociedad, algo que también ocurre cuando mejoramos las condiciones de accesibilidad a la vivienda y a los servicios públicos a las personas mayores, y por supuesto, cuando mejoramos la capacidad de compra de los actuales pensionistas. Estas mejoras no son solo para los mayores actuales, también para los que todavía no han llegado a esa edad. No estamos ante una cuestión de ratios, debemos pensar en un cambio de modelo que aproveche la novedad de una sociedad en la que la mayoría de sus habitantes va a tener una larga vida. Lo que urge es apoyar y aprovechar esta situación, en vez de tratar de volver al pasado.