Criptomonedas, ¿oro o humo?

E. V. Pita REDACCIÓN / LA VOZ

MERCADOS

JUAN SALGADO

Los inversores se aferran al repunte del bitcoin tras el pinchazo de la burbuja. Los expertos confían en el largo plazo y apuestan por un alza de las divisas digitales con productos para ahorradores (ETF) y el recorte de emisión (halving) del 2020

27 sep 2019 . Actualizado a las 11:48 h.

En un bar de Vigo, un informático bebe una caña y rememora con nostalgia los tiempos en los que él fue un minero del bitcoin, alrededor del 2011. «Yo fui uno de los primeros que miné bitcoins en Galicia. Fue hace años. Miné un bitcoin y me lo gasté; valía un dólar y me compré con él una tontería. Si me lo hubiese quedado, lo habría vendido cuando estaba a 20.000 dólares, habría sacado un buen pellizco».

En su día, este minero de criptomoneda solo pretendía superar un reto profesional y no pensó en especular con la divisa digital. «Entonces, todo el mundo minaba porque era barato y muy fácil». Los mineros tenían que descifrar un algoritmo, «que era muy sencillo y rápido», y recibían como recompensa uno o más bitcoins. Bastaba con usar el ordenador de mesa. En esa época, un pionero había minado 10.000 bitcoins y se los gastó en dos pizzas. Lo hacían por diversión, sin sospechar que a finales del 2017 cada una de esas monedas valdría una fortuna. Ahora sería impensable minar un bitcoin en Galicia debido a que el algoritmo se ha vuelto muy complicado, se necesita una granja de ordenadores para calcular y hay competencia mundial. Ya no es rentable minar bitcoins en países donde la electricidad es cara; hay que ir a China o a Paraguay.

Quienes compraron bitcoins hace unos años como inversión, cuando el gran público ignoraba lo que eran, tuvieron un subidón de adrenalina al convertirse en nuevos ricos a finales del 2017. Era como si les hubiese tocado el Gordo de Navidad. Una gallega contaba hace poco que, un día, su marido le pidió, en tono misterioso, que custodiase unos códigos electrónicos. Si algún día él faltaba, ella podría convertirlos en dinero real. Le aconsejó que fuese discreta y no alardease: «La gente pensará que tenemos bitcoins y que somos millonarios».

Testimonios como estos empiezan a aflorar a medida que se siente nostalgia del bum del bitcoin. En diciembre del 2017, la unidad alcanzó el pico de 16.300 euros. Algún analista predijo que el valor de la divisa rebasaría los 100.000 dólares, pero cayó a 3.294.

Un experto gallego hace balance de daños: «Los que pierden dinero ahora están tranquilos porque lo ven como una inversión a largo plazo y confían en recuperar, pero si con el halving (recorte de emisión) del 2020 no se recupera, empezarán a ponerse nerviosos. Muchos que han perdido están comprando más con las caídas, lo cual no es muy aconsejable, pero tienen fe en el largo plazo». Respecto a los que hicieron fortuna, «tienen el dinero parado esperando a reinvertirlo en otros negocios tecnológicos». El mismo especialista aclara: «En Galicia no conozco a nadie que se comprase un Lamborghini, que es el mito de las criptomonedas».

Tras reventar la burbuja en el 2018, los especuladores no asumen que la burbuja ha estallado y se aferran a futuros repuntes. El valor sigue desplomándose hasta los 3.500 euros, un 80 % menos que hace un año. El pinchazo arrastró consigo al resto del dinero electrónico, usado como valor refugio, y ha puesto en cuestión la economía basada en tokens.

Los inversores confían en el largo plazo y han puesto sus esperanzas en dos posibles repuntes: las ETF de este año y el halving del 2020. Por un lado, están pendientes de que el organismo regulador norteamericano, la SEC, apruebe a lo largo de este año el uso de los ETF (fondos de inversión cotizados), que son productos que permitirían a ahorradores más tradicionales entrar en el mercado de las criptos. «En teoría, sería la entrada de dinero fresco en este mercado e impulsaría el precio para arriba», dice Antonino Comesaña, portavoz de Agalbit.

Los especialistas recuerdan que el precio del bitcoin en el 2009 era insignificante, de milésimas de dólar, el equivalente al coste de la electricidad del ordenador que minaba la moneda. Hubo un informático que, en el 2010, llegó a pagar dos pizzas de 25 dólares con 10.000 bitcoins. En el 2016, un ataque masivo de unos hackers que secuestraban ordenadores de empresas exigían a sus víctimas que pagasen un bitcoin, que entonces ya cotizaba a 300 euros. Un año después, rondaba los 4.000. En noviembre del 2017, el valor de mercado de los bitcoins en circulación se disparó a 100.000 millones de dólares, lo mismo que el PIB de un país de tamaño medio. Si fuese una nación, tendría la moneda 56 más cotizada. Pero su alta volatilidad la desaconseja como medio de pago y los economistas la ven más como reserva, como el oro.

El estallido de la burbuja del bitcoin aún plantea enigmas. No es igual a las anteriores debacles. Tras la crisis de las punto.com, en el 2000, quebraron muchos chiringuitos de Internet valorados en millones. Sobrevivió Amazon porque Jeff Bezos lo vio venir y se aprovisionó de créditos. Ahora es un gigante mundial. Con el crash financiero del 2008 y tras reventar la burbuja del ladrillo, muchas inmobiliarias fueron arrastradas al fondo y algunos bancos pidieron rescate o los absorbieron otros más grandes. Todo el mundo sintió en sus carnes los recortes y la austeridad.

Estas crisis pertenecían al mundo real, pero a finales del 2017 estalló una de tipo virtual y, solo un año después, se están evaluando sus daños. Hace un año, el bitcoin se disparó astronómicamente y rozó los 20.000 dólares (16.300 euros) pero esta semana solo vale 3.294, un 80 % menos. La onda expansiva arrastró consigo a otras divisas digitales como ethereum, ripple, bitcoin cash o EOS.

Los economistas empiezan ahora a evaluar el impacto en la vida real del estallido de la burbuja de las criptomonedas, a medida que sigue cayendo la cotización y se esfuma la posibilidad de repunte.

En todo caso, la fiebre del oro digital no ha terminado: esta criptomoneda ha tenido éxito porque su emisión es cada vez más escasa pues así lo programó su inventor, el misterioso Satoshi Nakamoto. Este creó un nuevo sistema de dinero electrónico que utiliza por completo una red per-to-per (P2P) sin un tercero de confianza. Su éxito se basaba en que emitiría una cantidad fija de monedas, cada diez minutos, aunque cada cierto tiempo (el halving) reduciría la emisión para crear escasez. Triunfó porque era una especie de patrón oro sin inflación. Ya se ha minado el 80 % del total de la emisión, 21 millones de bitcoins. Está programado un nuevo recorte de emisión de moneda para mayo del 2020. Los expertos creen que, ante la nueva escasez, habrá un nuevo repunte de la cotización y se aferran a ello para rescatar su dinero.

Los economistas teóricos están entusiasmados con el bitcoin. Para Saifedean Ammous (admirador de la escuela austríaca), funciona como una especie de «patrón oro». La emisión restringida evita la inflación y elimina al Estado como intermediario. Nunca falta efectivo para hacer pagos porque cada bitcoin es divisible en 100 millones de satoshis. Una moneda escasa favorece el ahorro e inversión frente a la locura de los gobiernos keynesianos que imprimen moneda para salir de una recesión o depresión, sostiene.

Otros son escépticos. Kenneth Rogoff ve al «oro digital» como un billete de lotería que hoy vale cero dólares y mañana 20.000. «La forma correcta de pensar sobre las criptomonedas es imaginarlas como billetes de lotería que se amortizan en un futuro distópico en el que se utilizan en Estados deshonestos y fallidos, o tal vez en países donde los ciudadanos ya han perdido toda apariencia de privacidad», decía en un reciente artículo. Pero parece que hay acuerdo entre los economistas en que es más un medio de reserva que de pago debido a los altos costes eléctricos de producirlo. Los mineros son la clave porque son ellos los que mantienen con vida la moneda o la dejan morir.