Un 2019 de transición y volatilidad

Julio G. Sequeiros CATEDRÁTICO DE ESTRUCTURA ECONÓMICA DE LA UDC

MERCADOS

JUSTIN LANE

El año que está a punto de empezar se verá marcado por cuestiones como las políticas de tipos a uno y otro lado del Atlántico, por la situación de incertidumbre en mercados clave para España como Alemania, Reino Unido, Italia y Francia y por la disputa por la hegemonía mundial que mantienen Estados Unidos y China. De cómo se resuelvan cada una de estas variables dependerá el balance de un ejercicio en el que, seguramente, lo más aconsejable sea mantener un comportamiento conservador

30 dic 2018 . Actualizado a las 04:45 h.

Los economistas solemos estar familiarizados con las curvas de cupón cero (yield curve, en su terminología anglosajona). Esta curva relaciona los tipos de interés (en el eje vertical) con los períodos de vencimiento de los préstamos (en el eje horizontal). En situaciones normales, la curva tiene un perfil ascendente que se corresponde con la lógica mercantil: el tipo de interés se va incrementando conforme se va ampliando el plazo de vencimiento de los créditos. Estos plazos de amortización -en las curvas de cupón cero habituales- van desde cero hasta los treinta años. Así, el tipo de interés de los préstamos a dos años es más bajo que a cinco y, este último, más bajo que a quince. A partir de ahí, la curva se va haciendo cada vez más plana señalando que no hay diferencias notables en el tipo de interés de un préstamo a veinte o a treinta años. Este es el comportamiento habitual de la curva. Hasta aquí todo correcto. La teoría económica, la evidencia empírica y el sentido común van en la misma senda.

En la práctica las cosas no son exactamente así. Y mucho menos desde el 2008 hasta ahora, en un contexto absolutamente excepcional. Veamos. Desde este último verano, la curva de tipos en Estados Unidos está adoptando un perfil un tanto peculiar. Los créditos con vencimientos inferiores a los dos años tienen tipos de interés superiores a los de tres, cuatro y cinco años. Más allá, la curva sigue teniendo su perfil habitual, acercándose al 3 % para un plazo de treinta años. Este perfil de la curva revela que los inversores ven más riesgo en el corto plazo que en el medio o en el largo. Este perfil señala -y ya lo ha hecho en otras ocasiones- la probabilidad de una ralentización del crecimiento en el corto plazo o, si las diferencias son abultadas y persistentes, una recesión inminente.

Por el contrario, esta misma curva en el área euro sigue manteniendo el mismo perfil (extravagante y excepcional) que ha mantenido estos últimos años. Los tipos de interés por debajo de los siete años se mantienen negativos y los tipos a treinta años no alcanzan el 1 % anual. En el área euro no se detecta la anomalía de los tipos a corto más altos que a medio o largo plazo como ocurre en el área dólar.

Por otra parte, los beneficios de las empresas han crecido de forma importante en estos últimos años. Pero las perspectivas para el 2019, tanto en Europa como en Estados Unidos, nos están avanzando que estos beneficios continuarán creciendo, pero lo harán más lentamente. Los tipos de interés, tanto a un lado del Atlántico como del otro, continuarán su tendencia alcista, reduciendo el atractivo de su sustituto: la renta variable. Este escenario es el que preside las caídas de las bolsas mundiales desde el verano hasta este fin de año. Se iniciaron en Wall Street y días más tarde estaban ya generalizadas por todo el mundo. Europa incluida.

En Europa, las perspectivas para Alemania, Francia e Italia (y el Reino Unido) tienden a rebajas paulatinas en sus tasas de crecimiento, según nos anuncian las principales agencias financieras (tanto públicas como privadas). En Alemania, el sector de la automoción -un sector básico en la economía germana-- tendría que reconvertirse para abandonar la motorización a diésel e iniciar masivamente la producción de coches eléctricos, siempre manteniendo un volumen exportador importante. Tarea que no es sencilla. En Italia, el pulso presupuestario frente a Bruselas no es capaz de ocultar una situación económica que bordea el estancamiento y Francia parece incapaz de materializar unas reformas que limiten el enorme volumen de su sector público. Y en el Reino Unido, más de lo mismo. Abandonan la Unión Europea, pero están metiendo el pie en la puerta, para evitar que esta se cierre.

Con un final de año como el que estamos viviendo, las perspectivas para el 2019 (e, incluso, el 2020) no pueden ser muy festivas. Además, hay que tener en cuenta que el contexto internacional está cambiando y aún no se puede ver con claridad el perfil que tendrá en un futuro. Básicamente, la Administración de Donald Trump está desplazando el viejo orden mundial basado en el multilateralismo de los principales organismos internacionales y tratando de reposicionar a su país como el único protagonista de las relaciones internacionales. Y esto lo está haciendo replegándose fronteras adentro, abandonando compromisos ya adquiridos (Acuerdo del Cambio Climático, las viejas posiciones en el seno de la OTAN y la defensa europea, abandono de la ayuda militar en Siria y Afganistán, por ejemplo) o renegociando en solitario acuerdos como el que quiere forzar con China. El conflicto con China es de muy largo alcance. Aparentemente, es un conflicto comercial que trata de limitar la inmensa capacidad exportadora de la economía china y, al mismo tiempo, facilitar el acceso al mercado asiático de las empresas y exportaciones occidentales. En esto los americanos tienen razón. Los chinos exportan sus productos a todo el mundo, pero, simultáneamente, tienen reservado a cal y canto su mercado interno para la producción propia. China construye una globalización a su medida y para los demás, manteniéndose ellos al margen. Un proteccionismo inaceptable por ventajista y asimétrico.

Batalla tecnológica

Pero la disputa diplomática y comercial con China encubre el verdadero interés de los Estados Unidos y de China. Lo que aquí está en juego es el futuro más inmediato y, en este caso concreto, la nueva tecnología del Internet de las cosas, básicamente la modalidad 5G. China está ya en condiciones de competir con su propia tecnología contra Estados Unidos en este mercado, sector que marcará nuestras vidas en las próximas décadas. Automóviles de conducción autónoma, la interconexión total y en tiempo real entre personas y cosas, los avances en medicina, robótica... van a ser tan habituales entre nosotros como hoy lo es un smartphone.

Este conflicto por la hegemonía tecnológica en el futuro inmediato es de vital importancia. Para Estados Unidos afecta a lo más dinámico de sus empresas y a valores absolutamente fundamentales en sus mercados financieros y bursátiles: con IBM, Apple, Microsoft... no se juega. Al mismo tiempo, este conflicto encubre también un conflicto entre dos modelos de empresa. Los americanos con un modelo de empresa occidental basado en el libre mercado. Los chinos con un tejido empresarial que no es más que una prolongación del estado en la cual es difícil distinguir entre el propietario de Huawei, su consejero delegado, su hija vicepresidenta, y el presidente del comité central del Partido Comunista. Una disputa entre el mercado capitalista y el capitalismo de estado. Entre democracia y régimen de partido único.

En fin… Un 2019 para seguir el viejo consejo de los marineros experimentados: cuando el mar está bravo, no desplegar las velas.