Diez años de crisis económica

Julio G. Sequeiros Tizón CATEDRÁTICO DE ESTRUCTURA ECONÓMICA DE LA UNIVERSIDADE DE A CORUÑA

MERCADOS

A Viva Voz

análisis ? Una década después de la quiebra de Lehman Brothers, parece claro que el gigante bancario fue una suerte de chivo expiatorio para desencadenar el mayor rescate financiero de la historia, el origen de un período de inestabilidad que, en el caso de España, se tradujo en un retroceso económico sin precedentes y en una grave crisis trufada de recortes sociales

16 sep 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Hace ahora diez años -en el verano del 2008- un banco portugués promocionaba un fondo de inversión cuyo rendimiento estaba vinculado al vencedor del torneo masculino de fútbol en las Olimpiadas que se celebraban en Pekín por aquellas fechas. Al contratar ese producto, el inversor apostaba por un equipo vencedor. Si acertaba, la entidad pagaba un 8 % de interés. Si perdía, abonaba solamente el 2 %. Al final, el torneo lo gana Argentina frente a Nigeria, y el banco tuvo que pagar un tipo mucho más alto que la media del mercado por un producto que, en su momento, había tenido un éxito enorme incluso fuera del ámbito portugués. Aquel banco, meses más tarde, quiebra y es absorbido por una entidad extranjera. Ya se sabe que la banca es uno de los negocios más aburridos del mundo. Pero convertir un patio de operaciones en un casino, parece algo exagerado. La pregunta es, ¿qué estaba pasando en el sistema financiero internacional, que hacía posible este tipo de políticas comerciales?

Los que ya tenemos alguna edad recordamos perfectamente cómo en los años ochenta y noventa los tipos de interés estaban situados entre el 15 y el 20 % anual. En un contexto así, los bancos mantenían amplios márgenes de beneficios con los que financiar una intensa expansión internacional y remunerar generosamente a sus accionistas. A partir de 1995, los tipos de interés siguen una trayectoria descendente -al compás de la inflación- de tal modo que a partir del año 2000 se ubican entre el uno y el dos por ciento anual. Hagamos un ejercicio simplificado. En 1990, por cada 100 euros prestados, el banco ingresaba por intereses 20. En el 2000, para seguir manteniendo esos 20 tiene que prestar 1.000 euros. Diez veces más. Y los bancos fue lo que hicieron: expandir el crédito para seguir manteniendo el mismo margen comercial que tenían antes. Esto funcionó durante unos años hasta que dejó de hacerlo. Y dejó de hacerlo cuando empezaron a aparecer los primeros créditos impagados. Volvamos al ejercicio anterior.

En 1990, el banco presta 100 y recibe 20 por intereses. Si el acreedor no paga, el banco pierde los 100. Pero el banco sabe que con cinco créditos que salgan bien, cubre las pérdidas de uno impagado. Con los tipos al 2 %, se necesitan 50 créditos que salgan bien para cubrir uno impagado. La diferencia es abismal. Además, la expansión del crédito llegó a afectar a segmentos de la población, de las empresas y de los gobiernos, claramente insolventes -los denominados subprime- que, lógicamente, fueron los primeros en presentar problemas en el pago de los créditos. En ese momento, la burbuja explotó. Y el fuego empezó por lo más combustible: la banca mayorista, que intermediaba entre los fondos de inversión y la banca al por menor, es decir, la banca que está ubicada en nuestras calles.

Lehman Brothers fue un chivo expiatorio. No hay nada mejor que negociar con un cadáver encima de la mesa. Y si está todavía caliente, mejor. Dejar quebrar a Lehman Brothers sirvió para que el Gobierno de Washington se tapara la nariz y autorizara unas ayudas a la banca americana de unas dimensiones gigantescas, ayudas que resultaban repugnantes para unas mentes educadas en el liberalismo republicano. Y lo hicieron. Meses más tarde, el resto de los gobiernos de los principales países repiten la misma política, aprobando ayudas a sus sistemas bancarios de un volumen muy considerable. España, y sus cajas de ahorros, ahí incluida.

El caso de Lehman Brothers es muy parecido al juego de la cerilla. Este juego consiste en encender una e irla pasando de mano en mano hasta que alguien es incapaz de sujetarla. Ese es el que pierde. Y, además, se acaba el juego.

El final del juego fue abrupto y tajante. La enorme expansión del crédito había favorecido el crecimiento de la demanda sobre todo en aquellos sectores en los cuales la financiación bancaria es determinante. Aquí encontramos, en un lugar muy destacado, la construcción de viviendas y obra pública, el sector del automóvil, electrodomésticos, turismo a larga distancia... Al interrumpirse el flujo de crédito, esta demanda se evapora y la actividad económica se resiente hasta tal punto que, en algunos países, se vivió una crisis económica más intensa que la soportada en los años treinta o a finales de la Segunda Guerra Mundial. Como en el caso de España.

España como espejo

España es un buen ejemplo de cómo se han encadenado los acontecimientos. La caída de la actividad económica fue espectacular: casi diez puntos de PIB entre el 2008 y el 2013, y casi un 20 % del empleo en ese mismo período. La recaudación de impuestos e ingresos públicos se resiente y hay que afrontar períodos de ajuste en las cuentas públicas. En el caso de España, la austeridad ha presidido el ejercicio del gasto en estos últimos diez años a pesar de que ni las pensiones ni el subsidio de desempleo se han visto afectados. Mantener las pensiones al margen del ajuste ha significado intensificar los recortes del gasto en sanidad, educación o servicios sociales, provocando que la crisis fuera mucho más visible.

Como resultado final a estos diez años destacaría el enorme volumen de deuda pública. Muchos países europeos almacenan un volumen de deuda superior al de su PIB anual (España está muy cerca) y la mayoría supera ampliamente el tope del 60 % del PIB. Este hecho introduce en el sistema un nivel de fragilidad extraordinario frente a cualquier evento imprevisto. La crisis ha dejado a los estados desnudos y en precario.

El precipicio

Y la crisis ha dejado también al descubierto la desnudez de la teoría económica para manejar estos asuntos. En primer lugar, se pensaba que la actitud racional y egoísta de los agentes económicos garantizaba el bienestar y la prosperidad de la sociedad en su conjunto. Pues bien, la crisis nos ha puesto de manifiesto cómo cada uno, actuando en la defensa de sus propios intereses, nos ha llevado al borde del precipicio: los bancos actuaron inteligentemente, los consumidores, las empresas y los gobiernos también lo hicieron. El resultado está a la vista.

En segundo lugar, algo extraño. Las bajadas de los tipos de interés han sido las lluvias que nos han traído estos lodos. Sin embargo, los bancos centrales, para combatir la crisis, han bajado todavía más los tipos hasta convertirlos en negativos para tramos inferiores a los tres años. Y, por extraño que parezca, está funcionando. Tanto en Europa como en Estados Unidos, la actividad ya recuperó los niveles anteriores a la crisis, tanto en PIB como en empleo. En tercer lugar, la actividad del Estado. Para el republicanismo americano el Estado es la fuente de todas las distorsiones y despilfarros en la actividad económica. Entre el individuo y la sociedad, sitúan el punto medio muy próximo al individuo. Ahora bien, no son capaces de entender que sin la intromisión del Estado en la actividad bancaria, el capitalismo americano hubiera desaparecido y, con él, el capitalismo global tal y como lo conocemos hoy.

Es difícil que este escenario se vuelva a repetir al menos en dos o tres generaciones, mientras duren en la memoria colectiva el recuerdo de los estragos y el sufrimiento del que hemos sido testigos. Ahora bien, somos humanos e incorporamos en nuestro ADN los animal spirits que ya había detectado J. M. Keynes en 1936.