África Rodríguez (Santiago, 1984) entró en contacto con el mundo de los bufetes, un universo que, lejos de atraparla, le hizo pensar que tenía que encontrar un sentido a lo que hacía «más allá del dinero». Una «crisis catártica», como ella lo define, desembocó en lo que llevaba años persiguiendo: el hallazgo de su verdadera vocación.
05 ago 2018 . Actualizado a las 17:40 h.-¿Cómo una licenciada en Derecho y Ciencias Políticas acabó cambiando los despachos por la cultura colaborativa?
-Llevaba doce años en Madrid y no paraba de darle vueltas a la idea de dejar la capital. Me ahogaba. Estaba harta de las colas del metro, del asfalto, de emplear dos horas cada día en el transporte... Todo eso coincidió con una noticia: a mi madre le diagnosticaron cáncer. Quería estar más cerca de mi familia. Mi prima Lola acababa de abrir un espacio de coworking y me pareció muy interesante... Y se cruzó en su camino María Pierres, su socia. Las redes sociales y un café hicieron el resto... A los 30 días de estar en Pontevedra, contacté vía LinkedIn con posibles interesados en montar un negocio de coworking. Un día nos conocimos, y a los dos meses estábamos abriendo Arroelo.
-En pleno centro. Calle Michelena...
-Me encanta el modelo de ciudad de Pontevedra. Es fantástico. Me permite conectar con el entorno y la naturaleza. Muchas veces me levanto por la mañana agradeciendo haber tomado aquella decisión que meditaba.
-Hace cinco años de esa mudanza y del nacimiento del proyecto...
-Al principio nos centramos mucho en crear comunidad, con eventos, actividades, programas... Ahora estamos enfocados en generar oportunidades económicas y laborales desde aquí para el mundo.
-Si tuviera que definir la esencia del «coworking», sería...
-Una forma de vida. Es una manera de trabajar, juntos, pero va más allá de eso. Es el futuro. Yo no entiendo una versión individualista del mundo.
-¿Qué ofrece esta fórmula que no da el trabajar desde casa o en una oficina convencional?
-Aquí vienen personas con una experiencia de veinte años en empresas, gente que acaba de empezar, o que está en paro. Porque se generan muchísimas alternativas. Simplemente el hecho de salir de casa es terapéutico. Imagínate la soledad del autónomo. El café de la mañana en compañía te activa. Cuando trabajas con un montón de referentes, todo es más enriquecedor. Va más rápido.
-¿Y cuál es la misión que define a una directora de felicidad y entusiasmo?
-Buff, es difícil responder a esa pregunta. Mi labor es ayudar a las personas. Escuchar lo que necesitan. Conectarla con otras. Generar el ambiente propicio para que desarrollen sus ideas en libertad.
-¿Debería haber un cargo como el suyo en todas las empresas?
-Por supuesto. Todos queremos que nos cuiden, también en el trabajo.
-¿Sus capacidades para inyectar felicidad son innatas o se han moldeado con el tiempo?
-Es algo que no dejo de entrenar. La meditación me ayuda bastante. Y rodearme de gente con propósito que te llene de energía, como Basile, que tiene un coworking en Lesbos, con el que quiere ayudar a integrar la población local y los refugiados que han llegado; o una chica de Marruecos que está trabajando con nosotros y quiere desarrollar una plataforma para empoderar a las mujeres de su país.
-Una curiosidad: ¿De dónde viene el nombre de Arroelo?
-Cosas de la directora de ingenio y locuras, o sea, mi socia. Pierres iba a menudo al fútbol con su padre, y escuchaba mucho la expresión ‘hai que roelo’. Nos pareció que transmitía el sentido de que siendo pequeños, juntos se podían alcanzar grandes metas, como consiguió el Pontevedra C. F. en su día.
65 «coworkers», 14 nacionalidades: un espacio donde se mima el talento
Desde nutricionistas a informáticos pasando por psicólogos. Aquí cabe todo aquel que esté dispuesto a compartir conocimiento.
-¿Cuántos son ahora mismo?
-Somos un equipo estable, unos 60 o 65 coworkers. Si alguien se marcha es porque se tiene que mudar o porque su modelo ha evolucionado y necesita un espacio individual. Por ejemplo, se acaba de ir una psicóloga que ya tenía muchos pacientes.
-¿Qué es Rufo & Co?
-Ayudamos a chavales de entre 14 y 24 años que se sienten motivados por la pasión de investigar o crear algo usando tecnología: un chico de 16 que programa, una chica de 17 que escribe o unos jóvenes de la Universidade de Vigo que tienen una agencia de publicidad júnior.
-Están tejiendo una red internacional de «coworkers»...
-Tenemos gente de hasta 14 nacionalidades: Marruecos, Armenia, Hungría... Ahora vendrá una chica de Italia, de un programa Erasmus de jóvenes emprendedores. El pasado fin de semana estuvieron aquí coworkings de Grecia, Turquía o Portugal. Al final, descubres que no hay tantas diferencias entre nosotros como a veces se pintan.
El detalle: «Siempre digo que me gusta estar inquietada»
Nacida en Santiago, criada en Pontevedra, pero de sangre y alma andaluza, de donde procede toda su familia. A los 18 se marchó a estudiar a Madrid, ciudad a la que regresó tras pasar un año en Holanda. Viajera por necesidad y vocación, es difícil distinguir dónde termina la faceta profesional y dónde la personal, porque su trabajo es «una filosofía de vida»: «mi madre me dice que siempre estoy trabajando». El pasado verano se fue a Finlandia con veinte «coworkers». En septiembre volará a Malta para participar en un proyecto europeo. De sus últimas experiencias por el mundo se queda con Esmirna, en Turquía: «Desmontó mis propios mitos. Me atrapó su gente, su paisaje, su gastronomía». Agosto procura pasarlo en su admirada Pontevedra. «Bueno, y en mi Málaga, que siempre está ahí, claro». Practica la natación, le pirra el flamenco y siempre guarda tiempo para leer. «Lo que más me gusta es estar inquietada, que no inquieta».