Patrimonio y activos digitales

Fernando Cendán Garrote MIEMBRO DE LA JUNTA DE GOBIERNO DEL COLEXIO OFICIAL DE ENXEÑEIROS DE TELECOMUNICACIÓN DE GALICIA

MERCADOS

maria pedreda

Hace 17 años, la Unesco alertó sobre la necesidad de conservar la memoria digital. Fotos y vídeos de familia, contratos y otra documentación legal... La posibilidad de perder todo este material por la obsolescencia, el extravío o el deterioro de los equipos recomienda, cada vez con mayores evidencias, tomar algún tipo de medida para garantizar su usabilidad a largo plazo

03 jun 2018 . Actualizado a las 05:08 h.

Ya conocemos nuestros tesoros Patrimonio de la Humanidad: Santiago de Compostela y sus caminos, la muralla romana de Lugo y la torre de Hércules en A Coruña. Han perdurado durante siglos, pero también existe otra categoría de patrimonio que la Unesco, ya en el 2001, indicó la necesidad de salvaguardar: la memoria digital. La rápida obsolescencia de los equipos y contenidos informáticos llevan al peligro de perderla para la posteridad.

Ejemplos de este patrimonio y activos digitales serán ficheros de música, documentación digital, archivos multimedia (fotos, vídeos), programas, datos, presentaciones... Sean estos generados por nosotros o comprados, y reconociendo que tienen un valor intrínseco, este solo se puede materializar si podemos acceder a los mismos.

Hay casos bien conocidos como el que hace unos años hizo público la NASA, que ya no conservaba las grabaciones originales del alunizaje del Apolo 11. Las que ahora vemos son las que se conservan de las señales de vídeo usadas para transmitir a las emisoras de televisión, ya que las cintas originales en algún momento fueron reutilizadas para ahorrar dinero. Armstrong dio un gran paso para la humanidad; los conservadores de la información generada puede que no tanto.

Las empresas e instituciones ya suelen (o deberían) tener inventariado su patrimonio digital y tratan de preservarlo a largo plazo tanto por su valor como por las normativas legales aplicables. Se clasifica, se valora, se almacena en sistemas tolerantes a fallos, a ataques, se contemplan migraciones de tecnología, sobre todo teniendo personal cualificado y concienciado con el problema.

Y viendo ahora que los grandes lo tratan de solventar y aun así tropiezan, ¿Cómo está nuestro patrimonio digital? Fotos irrecuperables al perder el móvil, discos duros que se estropean, cedés que ya no se leen, disquetes para los que ya no hay disquetera, tipos de documentos ilegibles de los que ya no se conserva el programa con el que fueron generados, documentos almacenados en correos electrónicos, fotos solo en la red social de moda…

Y todo esto... ¿Lo queremos conservar para el futuro? ¿Es parte de nuestro patrimonio? ¿Tiene valor económico? ¿Valor sentimental? No estoy comentando el aspecto legal de dejar a nuestros herederos la gestión de nuestros perfiles de cuentas en Internet, de claves de acceso a equipos informáticos (que eso daría para otro artículo), sino también de cosas más mundanas, como esas cintas VHS almacenadas en un cajón. ¿En 30 años habrá algún reproductor para ellas?

Las fotos y películas de cine, de viajes, familias y celebraciones de hace un siglo, aún están por aquí (amarillentas, pero visibles); y las que estamos sacando ahora que solo acaban en un soporte digital, ¿Serán visibles dentro de solo unas décadas?

Y por otro lado, aquella documentación legal que solo nos llega en formato electrónico como facturas, contratos con bancos solo por Internet, expedientes legales con administraciones públicas, criptomonedas... ¿Tenemos el mismo cuidado con ellos como cuando los teníamos en papel?

Valor del material

Todo esto tiene varias vertientes a valorar según el tipo de bien a guardar, como puede ser el sentimental para nuestros vídeos domésticos, artístico en nuestras vertientes creativas, legal con los contratos...

Actualmente, en muchas profesiones sus principales activos están almacenados en discos duros de ordenador, la lista de clientes en los contactos de un móvil, contratos en correos electrónicos en la nube... ¿Cuántas veces hemos oído hablar de la pérdida de manuscritos, de estudios científicos, borrado de correos importantes por error, de tener que volver a hacer un plano de obra, de repetir una sesión de fotos? Y siempre con la misma historia asociada: que no se contaba con que los equipos o sus datos se puedan estropear. El valor de pérdida de esos dispositivos es ínfimo comparado con las horas de trabajo almacenadas en los mismos.

Deberíamos tomar alguna medida para prevenir el deterioro o pérdida de estas obras y documentos digitales, para tenerlos en condiciones de usabilidad a largo plazo. Tenemos que saber lo que queremos guardar; hay que seleccionar por importancia e inventariar sobre todo aquello que solo tenemos nosotros y sea difícilmente recuperable. Habrá que guardar nuestras fotos, vídeos, documentos legales y todo aquello creado por nosotros y que no queramos perder. Tratar de usar formatos ampliamente utilizados por todo el mundo, que sean independientes del tipo de plataforma y dispositivo, con sus especificaciones disponibles y en lo posible no propietarios. Si nuestros documentos son solo visibles en un determinado programa y equipo, en cuanto estos se dejen de fabricar, tendremos un problema. Existen normas como la ISO 19005 para preservación a largo plazo, pero con un poco de sentido común puede ser suficiente.

Y por la parte de dónde podemos guardarlo, por comodidad podría ser en discos duros externos, también en sistemas no alterables tipo cedé/deuvedé (que lo guardado no pueda ser modificado también es un valor añadido). Y además alguna copia debería estar alejada de nuestro lugar habitual, digamos en otra casa o en la nube. Pero hay que tener en cuenta que las copias que subimos a sitios como Flickr, Google Fotos o Facebook podrían suponer un riesgo igualmente. Hay innumerables historias de pérdida de datos y su responsabilidad legal es limitada (mire lo que firme cuando se dé de alta en estos servicios). Además, entra en juego su sistema de censura que, tratando de evitar contenidos inapropiados, puede acabar borrando su foto de la Venus de Willendorf, como recientemente hizo Facebook. Y no vamos a volvernos paranoicos en estos tiempos de posverdad y pensar que en estos sistemas en la nube, quien tenga acceso a ellos, podría alterar o publicar nuestros contenidos y ponernos en situaciones comprometidas (valga el ejemplo de alguna famosa y sus fotos íntimas que acabaron publicadas).

Al final, solo estamos hablando de lo que nos costaría la pérdida o mal uso de este patrimonio, de estos activos digitales. Las fotos no podemos regresar al pasado para volver a hacerlas, el valor en criptomonedas se perdería, los contratos y facturas habrá que ver si las contrapartes nos pueden facilitar copias, y si has perdido el guión de tu próxima película, esta puede ser de terror.

El valor monetario de un ordenador, móvil o cualquier otro dispositivo suele ser mucho menor que lo que tenemos guardado dentro; tratemos de valorar en su justa medida este patrimonio digital y aunque seamos el país del maloserá, también somos el de habelas, hainas.