Azaroso laberinto italiano

Xosé Carlños Arias CATEDRÁTICO DE ECONOMÍA DE LA UNIVERSIDADE DE VIGO

MERCADOS

03 jun 2018 . Actualizado a las 05:07 h.

La crisis política e institucional por la que atraviesa Italia no es, probablemente, una más entre las muchas que van dejando las altas dosis de malestar social a lo largo de Europa. Ni es otro episodio sin mayor trascendencia en la larga historia de inestabilidad que caracteriza al bel paese. Esta crisis parece, en efecto, otra cosa, más grave y singular. Porque Italia es un país fundamental en la UE, y porque mientras sus fuerzas políticas tradicionales muestran un estado de catalepsia, todo indica que los partidos emergentes, que manejan unos programas extraordinariamente demagógicos y antieuropeos, saldrán reforzados del desafío que ahora les enfrenta al presidente de la República: no parece lejano el momento de unas nuevas elecciones, que casi seguramente reforzarán su voto (sobre todo el del partido más radical y montaraz, la Liga), cabalgando sobre una ola de creciente descontento.

La economía italiana vive en la atonía -una especie de estancamiento secular- desde hace bastante tiempo, con tasas de crecimiento bajas, a pesar de su antes floreciente estructura industrial de medianas y grandes empresas. Y por otro lado, sus desequilibrios son manifiestos, pues la elevada deuda pública (132 % del PIB) convive con una crisis bancaria irresuelta, que puede volver con fuerza en cualquier momento. Son mimbres que hay que tener en cuenta para estimar las dificultades que pueden sobrevenir si la situación política, como parece, se sigue deteriorando.

Hay dos posibles consecuencias de esa crisis que trascienden las fronteras del país transalpino. La primera, fundamental, es cómo puede afectar al conjunto del proyecto europeo. Recuérdese que en algunas versiones del pacto de gobierno firmado por el M5S y la Liga figuraba la salida del euro y el impago de una deuda de 250.000 millones de euros contraída por el país con el BCE. Es cierto que luego fue corregida o envuelta en retórica, pero esta es acaso la amenaza más seria a la moneda única desde el crítico año 2012. Esa atmósfera de fuerte incertidumbre se está cargando rápidamente de malos presagios, y los mercados financieros -y las oficinas de Bruselas- lo acusan. Los próximos meses están sin duda marcados por una fuerte volatilidad en el comportamiento de los inversores de cara al continente.

Este sería el momento para anunciar las reformas que el euro necesita con urgencia, y que hace unos meses parecían cobrar fuerza. La próxima cumbre de la UE tratará de ello, pero ahora ya no se espera que ofrezca apenas resultados de alguna trascendencia: las propuestas más transformadoras -como las impulsadas por el presidente francés, de un FMI europeo, el refuerzo de la política fiscal común o alguna fórmula de eurobonos- no parecen contar con muchas probabilidades de prosperar, ante el bloqueo de algunos países del norte. Y en el entorno de frustración que de ahí podría resultar, la inestabilidad de origen italiano representaría un serio peligro. La segunda cuestión importante -esta de índole más general- que surge de la difícil coyuntura italiana es que una vez más se ponen de manifiesto, y en esta ocasión de un modo muy visible, las tensiones existentes en el capitalismo global entre la lógica económica y la lógica de la elección democrática. Aunque quienes valoramos mucho la integración europea no podemos ver mal que esta vez la camisa de fuerza de los mercados haya actuado en primera instancia a favor de mantener aquel proyecto (evitando el nombramiento de un ministro de economía ya no euroescéptico, sino abiertamente enemigo de la UEM), no es posible ignorar que este hecho contribuirá a socavar aún más la confianza ciudadana en la política. Otra mala noticia que trae el laberinto italiano.